Desde el inicio de nuestra andadura independiente hubo reiterados esfuerzos para organizar la educación militar en el Perú. Lo intentaron los mariscales José de la Riva Agüero y Andrés de Santa Cruz, sin ningún resultado. Mejor fortuna, aunque fugaz, tuvo la Escuela inaugurada por el mariscal Agustín Gamarra en 1830. Más tarde, el mariscal Ramón Castilla creó, en 1850, el Instituto Militar de la República, que funcionó hasta 1854. A Manuel Pardo se debe un hecho de gran importancia, la fundación de la Escuela de Clases, en Chorrillos, para formar sargentos y cabos. Por esta razón a sus alumnos se les llamó afectuosamente “cabitos”, que se cubrieron de gloria en la Guerra con Chile.
La corta pero sangrienta guerra civil entre Cáceres y Piérola (1894 – 1895) demostró que el ejército estaba politizado en favor del general Andrés A. Cáceres, el indómito caudillo de la Campaña de la Breña, quien pretendía continuar indefinidamente ejerciendo la presidencia de la República. Es aquí donde Jorge Basadre, al hacer la efigie del gran soldado, dice: “Con las alas sangrientas de la libertad ni los héroes pueden fabricar riendas. Ningún edificio sólido se construye sobre bayonetas”. Por esta razón, una de las primeras acciones del gobierno constitucional de Nicolás de Piérola fue, como él mismo escribió: “Devolverle al ejército su perdido e indispensable prestigio; atribuirle toda su colosal importancia, cuidando celosamente de que la moralidad, la más estricta disciplina y la instrucción hagan de él lo que debe ser”.
El 16 de setiembre de 1896, en París, representantes de los gobiernos del Perú y de Francia suscribieron un convenio para que una Misión Militar viniera a nuestro país para reformar y modernizar al ejército. El 7 de noviembre del mismo año arribaban al Callao los integrantes de esa Misión, cuyo jefe era el coronel Paul Clément y los tenientes coroneles Félix d’ André (Infantería), Eduardo Dogny (Caballería) y Luis Salatz (Artillería), quienes de inmediato iniciaron sus labores. Lo primero era construir un local adecuado. Fue verdaderamente providencial contar con los servicios del ingeniero Felipe Arancibia Bercolme, nacido en Arequipa, notable profesional quien poseía una excelente formación adquirida en Bélgica y Francia. Además de ingeniero, era también militar y su relación con Clément fue cordialísima, facilitándose así alcanzar los objetivos trazados.
Para ahorrar dinero se tomó como base el edificio de la Escuela de Cabitos y se construyó en la parte trasera tres cuarteles para cada una de las armas. “Dichos cuarteles -informaba El Comercio- encierran toda clase de comodidades y llaman en especial la atención sus cuadras, perfectamente distribuidas, las habitaciones de los oficiales y clases, los corredores, calabozos, cocinas, servicio de agua, etc. el establecimiento se halla montado con toda clase de útiles y accesorios, y agradan el orden, cuidado y aseo que se advierte hasta en los más mínimos detalles”. La luz era de gas de acetileno generosamente distribuida en todos los locales.
El domingo 24 de abril de 1898 se inauguró la modernísima Escuela Militar de Aplicación, que años más tarde tomó el nombre de Escuela Militar de Chorrillos. En el discurso inaugural su director, el coronel Clément, dijo: “A los oficiales alumnos los pondremos al corriente de los métodos de instrucción empleados en los ejércitos modernos, hasta que se penetren del espíritu que debe animar a todo instructor. Por su parte, el oficial instructor está llamado a poner en juego todas sus aptitudes, sin olvidar un momento la grandeza de su misión que consta no solamente de formar soldados aptos para el servicio de las armas, sino también de habituar a los hombres al trabajo, a la disciplina y girar siempre en la escuela del honor y del amor a la patria”. Finalizó con estas palabras: “Nadie podrá ser llamado a ser oficial sin haber salido de este centro, que también servirá para el perfeccionamiento de los mejores oficiales del Ejército”.
Al declarar inaugurada la Escuela Militar de Aplicación, el presidente de la República, Nicolás de Piérola, señaló en vibrante discurso: “Donde late un corazón por el amor de la patria, donde hay un ciudadano que alberga el patriotismo en el pecho, allí existe un soldado, y para que ese soldado sepa ir por el camino de la gloria, sepa vencer, es preciso que se instruya y aprenda, porque la milicia es una ciencia y hay que aprenderla”. Jorge Basadre escribió que Nicolás de Piérola estuvo muy lejos de ser enemigo de la clase militar o colaborador de su decadencia, como algunos han repetido con ligereza. Por lo contrario, en su mensaje de 1898, fue rotundo al decir: “La seguridad y el respeto de la nación, fuera, la garantía eficaz de sus instituciones y de los derechos de los ciudadanos, en el interior, son inconcebibles si no tienen organización militar atinadamente hecha y celosamente mantenida”. Estas palabras, como es obvio, nunca deben perder vigencia.