Las tres lecturas recomendadas esta semana tratan de la relación de los autores con sus progenitores. (Foto: Anagrama)
Las tres lecturas recomendadas esta semana tratan de la relación de los autores con sus progenitores. (Foto: Anagrama)
José Carlos Yrigoyen

“Reunión” es un breve cuento -no más de tres páginas- escrito por que resume las contradicciones y decepciones de los vínculos paternofiliales como muy pocas piezas narrativas han conseguido. En él, un avispado adolescente reencuentra a su padre y le basta una hora para entender que el hombre al cual admiraba no es sino un estólido patán que echan de los restaurantes y de todo lugar público sin contemplaciones. El relato finaliza con una atmósfera de compasión, desprecio y tristeza que puede sobrecogernos, pero no sorprendernos: sabemos que los sentimientos generados por la figura paterna suelen ser confusos y ambivalentes. La carta de a su padre lo advirtió hace mucho. Luego han aparecido multitud de libros consagrados a esclarecer el problemático vínculo de sus autores con sus progenitores. En esa extensa lista hay un puñado de títulos insoslayables al respecto.

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La invención de la soledad”, de , es uno de ellos. Fue el primer libro que publicó, cuando ya había trasgredido la barrera de los treinta años. Las motivaciones para hacerlo eran imperiosas. Su padre, un hombre saludable y relativamente joven, había muerto repentinamente; la relación que mantuvieron estaba basada en una distancia que le impidió dar forma a sus emociones. Reparó en que no podía construir “un solo pensamiento ennoblecedor” sobre él. Temeroso de perder esa cuestión innominada que los unía, escribió un texto que cabalga entre el ensayo y lo biográfico, enfocado en aprehender aquello “que parece incompatible con el lenguaje”. Auster, amalgamando recuerdos y reflexiones, alcanza a conferirle rostro y dimensión a una entidad elusiva, signada por un trágico pasado familiar, hasta refundarla y así volverla reconocible.

Este libro de Auster es un ejercicio de lúcida autoconsciencia -las dificultades para elaborarlo y los inesperados hallazgos de su concepción lo convierten en bitácora de una ardua búsqueda iluminadora- y al mismo tiempo un testimonio vibrante, conmovedor, tramado por urgentes impulsos, desprovisto de abalorios, universal desde su reveladora individualidad.

Solo con él podía hablar de lo que les estaba haciendo a mis hijos. Porque me lo había hecho a mí”, afirma acerca de su padre en “Experiencia”. En estas elípticas memorias refiere su circunstancia como hijo de Kingsley Amis, visceral narrador y crítico, alcohólico irredento y reaccionario consumado. No coinciden solamente en ser escritores de renombre, de los más importantes que legó Inglaterra en el siglo pasado; Martin encuentra en Kingsley un ubicuo espejo donde se refleja lo mejor y lo peor de él: el incuestionable talento literario, la inteligencia fulminante, el fracaso matrimonial, los afanes por el escándalo grueso. A pesar de sus discrepancias vitales, ambos se querían mucho, lo que no era obstáculo para que Kingsley sentenciara en entrevistas que los libros de su hijo eran deplorables. Quizá el máximo logro de “Experiencia” sean los episodios en que Martin, ya un novelista consagrado, se ocupa de que su padre, sumido en una mala racha creativa, divorciado y envuelto en fobias a la noche y a estar solo, no sucumba en aquel trance, aceptando juntos “los milagros y desastres ordinarios” que cualquier paternidad vivida entre el fuego y el amor implica.

Denostado por unos y aclamado por otros, el noruego es el más objetivo representante de la autoficción actual: en su obra se congregan por igual los picos expresivos del género y sus nadires deleznables. “La muerte del padre”, el volumen que inaugura su proyecto “Mi Lucha”, saga autobiográfica e hiperrealista de seis espesos tomos, está entre sus incuestionables aciertos. Con piedad, dolor y humor -insisto: los sentimientos hacia nuestros procreadores nunca vienen solos- Knausgaard examina los últimos días de su padre, un tipo arbitrario y violento que murió con la pierna rota, tumbado en el piso de su sala, bebiendo sin tregua. Ese innoble final lo confronta con el sujeto que lo llenaba de miedo en la niñez, que lo hostigaba en la adolescencia, que fue inhábil para demostrarle amor y afecto en ningún momento. La descarnada conclusión de Knausgaard es que su muerte, cualquier muerte, no es sino “una rama que se rompe con el viento, una chaqueta que cae de la percha al suelo”.

LAS RECOMENDACIONES

  • Paul Auster. “La invención de la soledad”. Anagrama, 1994.
  • Martin Amis. “Experiencia”. Anagrama, 2000
  • Karl Ove Knausgaard. “La muerte del padre”. Anagrama, 2012.

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