“¿A quién le importa?”, el reciente libro de la periodista Teresina Muñoz-Nájar (Arequipa, 1955), es un trabajo valioso en muchos sentidos. Quizá el más importante sea que significa una de las escasas publicaciones serias centradas en un asunto que no ha sido tratado con la importancia que merece: el abuso sexual contra varones menores de edad. Indudablemente el abuso contra las niñas es un delito terrible que deja huellas profundas y dolorosas en sus víctimas. Pero no menos espantoso es el de los niños, que, como bien afirma Muñoz-Nájar, contiene un estigma particular: el prejuicio que existe sobre la homosexualidad, que fuerza a los abusados a guardar silencio, lo que garantiza la impunidad de sus agresores.
Afortunadamente ese silencio, antes casi impenetrable, ha empezado a mostrar fisuras. Cada vez más agraviados se deciden a develar sus traumáticas experiencias con el objetivo de crear conciencia en los demás acerca de esta situación –usualmente oculta tras la puerta de un vestidor, de un dormitorio o de un salón de clases– para evitar que sus casos se repitan. “¿A quién le importa?” apunta también en esa dirección, pero se propone además otras metas igual de necesarias: repasar las distintas aristas históricas, sociales y legales que este problema supone, y exponer los frustrantes laberintos burocráticos por los que deben transitar las víctimas que buscan reparación y justicia.
Muñoz-Nájar ha estructurado su libro a partir de casos de abuso sexual infantil que investigó en su condición de integrante de una comisión especial del Congreso de la República. Ella es una talentosa y acuciosa cronista, pero sus textos van más allá de ese género. Por momentos son pequeños ensayos cuyas reflexiones y conclusiones se sostienen en una amplia y exigente bibliografía; por otros, bitácoras del calvario de las víctimas que no solo deben confrontar a sus abusadores, sino también a la indiferencia e ignorancia de una sociedad que aún no ha aprendido a acoger a estos sobrevivientes ni a entender la tragedia que sufren en su real dimensión.
Tal vez el relato que mejor ilustra esta circunstancia sea el de J. J., un chico que fue sistemáticamente violado por su guía scout durante varios años. Cuando el Poder Judicial sentenció en primera instancia que la asociación local de scouts debía abonar un alto monto por la reparación civil, esta institución, exhibiendo una espeluznante falta de empatía, se negó a pagar y contrató a un abogado que llegó al extremo de conseguir que el niño declare en el juicio. “Es decir, lo revictimizó”, apunta, indignada, la autora. Similar irritación provoca el caso –bastante más publicitado– de Juan Borea, el exdirector del colegio Héctor de Cárdenas, quien fue investigado por la comisión en la que participaba Muñoz-Nájar y que encarna el perfecto ejemplo de quien apela a todos los legalismos y subterfugios para no enfrentar las graves responsabilidades que se le atribuyen y que comprometen tantos destinos individuales.
Estas historias se complementan con la de las constantes violaciones infligidas a las niñas y adolescentes de las comunidades indígenas de la Amazonía. Frente a ellas, el Estado mantiene un rol que bascula entre la inexistencia y la ineptitud. El desamparo y la extrema pobreza que padecen no hace sino volver más crudo y sombrío el panorama de su presente y su futuro, que aquí se nos revela prescindiendo de los aspavientos y facilismos morbosos con los que muchos medios de comunicación abordan esta inquietante cuestión. Como ya lo había hecho en “Morir de amor” (2017), reportaje sobre el feminicidio en el Perú, Teresina Muñoz-Nájar prueba en este libro su incuestionable habilidad para denunciar, aunando argumentación y emoción, las sevicias que soportan los más débiles y vulnerables de nuestro país. Y recordarnos la inmensa deuda que tenemos con ellos.
DATO
4/5
Autor: Teresina Muñoz-Nájar.
Editorial: Aguilar.
Año: 2019.
Páginas: 132.
Relación con la autora: cordial.