Marco Aurelio Denegri escribe semanalmente la columna "El ojo de Lima". (Foto: Víctor Idrogo/ El Comercio)
Marco Aurelio Denegri escribe semanalmente la columna "El ojo de Lima". (Foto: Víctor Idrogo/ El Comercio)
Marco Aurelio Denegri

En la especie humana, cada individuo tiene su olor particular, y los pueblos y las razas huelen también distintamente. El registro del olor se llama osmiograma, y tal vez en lo futuro se hagan, si no osmiogramas étnicos, al menos individuales, pues el olor de cada uno de nosotros es tan propio e inconfundible como las huellas dactilares, o mejor aún, como los ojos. El padre Huc dice que los chinos huelen a almizcle. Aseguran los chinos, por su parte, que los europeos tienen olor típico, aunque no muy penetrante. Esto parece ser cierto, y lo fue evidentemente en el caso de Huc, pues este misionero, que recorrió la China disfrazado de chino, jamás fue reconocido por nadie, no sólo por el disfraz, que era muy bueno, sino porque dominaba el chino y conocía a fondo los usos y costumbres de aquel país; nadie, pues, reparó en que no se trataba de un chino auténtico; nadie, salvo los perros, que le ladraban incesantemente, percipientes del olor no almizcleño, rarus odor, que despedía el viajero.

El olor suave y delicioso, es decir, la fragancia caracterizante del biólogo Haeckel, era de lo más estimable: fragancia de inteligencia. Esto lo cuenta la gran bailarina en su autobiografía. Además, los libros –no todos, claro está– huelen también a inteligencia. Véase lo que al respecto nos dice el polígrafo en el cuarto tomo de su Testimonio Personal. Dice Sánchez: «Olían [mis libros] a tiempo, polvo, inteligencia, mirbano, azufre y kerosene.»

A propósito de mirbano (y lo que sigue son recuerdos de hace más de sesenta años): la esencia de mirbano era muy eficaz contra la polilla y había que mandarla preparar en las farmacias, y solamente en algunas, como por ejemplo en la de Mendizábal, sita en la cuadra once de la Avenida Nicolás de Piérola. A mí me recomendó la esencia de mirbano el gran pintor y dibujante , y mi padre me decía haberla usado cuando se desempeñaba como subdirector del Colegio de Guadalupe. En la década de 1960, en la Encuadernación Fournier, según testimonio del señor Cavero, que fue diligente empleado de esa casa, se usó la esencia de mirbano, pero sólo un tiempo, a causa de la intensidad y toxicidad de las emanaciones. Recuerdo, finalmente, que el farmacéutico Mendizábal me contaba que la esencia de mirbano, convenientemente diluida, era aplicable a la piel y resultaba excelente preservativo de las picaduras de los mosquitos, o por mejor decir, de las hembras de los mosquitos, puesto que los machos viven de los jugos de las flores y sólo las hembras chupan la sangre de las personas y de los animales de piel fina.

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