Aguilar Camín: “En cada familia hay por lo menos una novela”
Aguilar Camín: “En cada familia hay por lo menos una novela”
Enrique Planas

Es lugar común decir que un escritor no elige sus historias, sino que son estas las que eligen a su autor. Pero quizás sea el escritor mexicano el que lleva al extremo esta sentencia literaria. “Adiós a los padres”, novela con la que llegó a la final del premio de la Bienal Mario Vargas Llosa (finalmente obtenido por el chileno Carlos Franz), es una saga familiar como las de antes. Un proyecto que intentó tres veces a lo largo de su vida. “Es para escribir esta historia que me hice escritor”, nos dice.

Escuchó aquella historia de la boca de su madre y de su tía cuando él era niño, en un hogar de padre ausente. Le contaban cómo su abuelo había engañado a su padre para robarle un millonario negocio, y cómo, resultado de su fracaso económico, su padre se fue diluyendo hasta desaparecer, abandonándolos.

Aguilar Camín hizo a los 18 años su primer intento por contar esta historia, utilizando modos faulknerianos que hoy le avergüenzan. A los 55 años, volvió a tratar de contar cómo la ambición de un padre puede destruir a un hijo, y de allí nació la novela “El resplandor de la madera” (1999), versión ficcionalizada

de aquella historia, que no llegó a convencerlo. Y volvió a aceptar el desafío cinco años después, poco antes de la muerte de su madre. Escribir “Adiós a los padres” le tomó una década y, por fin, sintió que la historia fue contada, y que sus padres podían descansar en paz.

— ¿En qué consiste el despojo que hizo tu abuelo a tu padre?

Se apropió ilegalmente de una concesión para tala de madera en las selvas vírgenes de Guatemala. Yo nací en Chetumal, pueblo que a finales de los años 40 vivió la fiebre de la madera. Según mi madre, los dos negocios que mi padre pierde, uno por sus propios méritos y otro por el engaño de su padre, hubieran sumado más de US$2 millones del año 1955. Había entonces un auge de la demanda por maderas preciosas en el sur de Estados Unidos y en La Habana, y para cubrir esa demanda, se talaron prácticamente todos los bosques vírgenes de Guatemala y Honduras.

— La quiebra económica de tu padre los llevará a Cuidad de México...

Y allí es donde sucede la quiebra familiar. Al mismo tiempo de los problemas económicos de mi familia, un ciclón destruyó el pueblo y nos mudamos a Ciudad de México en condiciones muy precarias, con la esperanza de que algo vendrá. Pasamos de un pueblito de 8 mil habitantes a una ciudad anónima, muy dura y fría, donde había que empezar una nueva vida. En 1957, a consecuencia de la quiebra, mi padre se fue de la casa. Y desapareció por casi 40 años. En 1995 reapareció, prácticamente como un indigente. Me llamó por teléfono y yo fui en su busca, con el ánimo de ponerle rostro a lo que para mí había sido un gigantesco vacío.

— Imagino el valor que necesitó para volver a ver a su padre, 40 años después...

Tenía curiosidad, y la intención de pedirle una explicación.

— ¿Al verlo, aún lo seguía sintiendo su padre o era un desconocido?

Ese señor era un desconocido, pero también la sombra de mi padre que yo había construido. La persona real no tenía nada que ver con la sombra. Lo fui a ver a la dirección que él me dio, en un viejo y decrépito hotel. No había luz en el lobby, y de las penumbras se abrió paso un hombre cojeando con una lámpara, encorvado, con el pelo mal cortado y pintado de negro. En mi recuerdo, mi padre era un hombre muy grande, fuerte, erguido. Y me encontré con un Cuasimodo de ojos enloquecidos. Entendí entonces que el fantasma que yo estaba buscando no existía más, que lo que existía era este personaje. Me llevó a su cuarto, y pude ver cómo había ido poniendo, como quien hace una trinchera, latas de leche, cajas de galletas, latas de sopa, todo lo que consumía. Y en medio de la cama destartalada, había un muñequito con una medallita colgada al cuello, regalo de su madre. Creo que allí di el paso fundamental para escribir esta novela.

— ¿Por qué?

Porque me dije: esto que estás viendo no te lo va a creer nadie. Así que fíjate bien en todo para que puedas contarlo después de una manera verosímil. Como un testigo, con distancia. Porque si no, me iba a echar a llorar sin parar el resto de la noche. Y ese es el mecanismo fundamental bajo el cual está escrito este libro: dar un paso atrás.

— ¿Para usted la escritura de la novela fue una forma de tomar distancia de su historia familiar?

Absolutamente. La única manera de contar la historia de mis padres y no mi historia frente a ellos era dar un paso atrás y mirarlos como si no fueran mis padres. Al dar un paso atrás, lo que decidí saldar fue ese lugar que tienen los padres en nuestra vida. Son nuestros dioses familiares, están todo el tiempo frente a nosotros, aunque en el fondo no sabes quiénes son.

— ¿Su cercanía con Vargas Llosa tiene que ver con una identificación por compartir esa ausencia de padre?

La de Vargas Llosa es una relación radicalmente distinta. Este libro es en el fondo la historia de una reconciliación. Cuando mi padre reaparece, la vida me alcanzó para reconciliarme con esa sombra melancólica que había sido hasta entonces su ausencia.

— ¿Cómo observó su madre, a la que su padre abandonó, su reconciliación con él?

Ella sabía que en algún momento eso iba a suceder. Cuando le dije “mira lo que pasó, apareció tu marido; está muy mal y no lo puedo dejar”, ella me respondió: “Mira, tu padre supo muy bien a quién llamar y a quién pedirle disculpas. Y yo estoy de acuerdo con que lo ayudes. Pero con una condición: no me lo traigas por aquí ni quieras que hable con él. Porque ese hombre, después de todo esto, ¡lo único que va a querer hacer es conversar!

— ¿Cómo se dio el balance de sus dos oficios, el de periodista y el de escritor, al escribir “Adiós a los padres”?

El escritor reconoce la complejidad y, por tanto, la ambigüedad permanente de las cosas. El periodista tiene la tarea de traer de la realidad los elementos con los que puede escribir. Son dos oficios distintos, cuya diferencia fundamental es que el novelista puede inventar, mientras que el buen periodista tiene que asegurarse de que lo que está escribiendo sea lo más cercano a la verdad y que sus fuentes son sólidas y sin contradicciones. Para mí, el oficio de periodista fue fundamental en este libro, porque lo que yo quería era contar lo que había pasado y no lo que yo pensaba que había pasado. Quería contar esta historia sin un ápice de ficción.

— ¿Y qué hizo el novelista Héctor Aguilar Camín en este libro?

Reconocer la cuasi perfección de la trama de una quiebra familiar de mi propia historia, así como los ciclos de la ruptura y de la reconciliación. El novelista reconoció en esta experiencia el enigma de una novela: ¿cuál es el edén perdido de toda familia?, ¿por qué razón un padre despoja a un hijo de su propiedad y qué consecuencias tiene eso a lo largo de las generaciones? Creo que en cada familia hay, por lo menos, una gran novela, sin inventarle nada.

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