Son distintos a los demás. Quizá más guapos, más estilizados. Son “ciertos chicos”, a los que el escritor chileno Alberto Fuguet les sigue la pista en su más reciente novela. La primera tras “Sudor”, publicada en el 2016. Es una historia de chico-conoce-chico, la relación entre Clemente y Tomás, en una Santiago ochentera aún bajo la dictadura pinochetista. No es un libro autobiográfico, pero es muy personal, nos aclara el autor. Escrito con locura, en desorden, imaginando finales antes que principios. Publicada tras cumplir 61 años, “Ciertos chicos” supone un interesante regreso a los escenarios de “Mala onda”, libro que, a los 28 años, lo convirtió en uno de los escritores más populares de la región a principios de los años 90.
Sin embargo, se trata de dos libros muy diferentes. Si el primero era una novela de aprendizaje, narrada en trémula primera persona, aquí un narrador omnisciente cuenta una historia de amor entre dos jóvenes santiaguinos de distinta clase social, con distancia y experiencia. Al otro lado de la pantalla del Zoom, Fuguet nos dice que, a pesar de ser su última novela, siente a “Ciertos chicos” como el inicio de todas sus historias. Que, incluso, el título del libro podría adaptarse a toda su obra.
— En tu obra siempre has utilizado términos de la cultura pop y de la tecnología. Ahora, al encontrar en tu nueva novela lentes Ray-Ban, el Walkman, las máquinas de escribir eléctricas, los relojes Seiko y las videocaseteras, no he podido dejar de sentir nostalgia por aquellas reliquias…
Para ti pueden ser reliquias. Pero quizá para la mirada de la gente joven, sean objetos del deseo...
— ¿Crees que hay una nostalgia por las tecnologías obsoletas?
Nostalgia es una palabra que me asusta. Pero creo que la gente, tanto mayor como menor, se da cuenta de que hay algo sabio en ciertos elementos de lo análogo, que tiene que ver con saber esperar, con ir a una librería para comprar un libro, o pensar que no todas las películas del mundo se pueden ver, o que todas las canciones se puedan escuchar instantáneamente. Si no tenías teléfono, debías buscar otras maneras para comunicarte, depender un poco del azar. Es una locura estar siempre en contacto, siempre encendido. Dicho eso, me parece loco, retro, friki y nostálgico escribir una novela gorda, en tiempos del ‘Wattpad’ y de alta tecnología, pero esa fue la apuesta: escribir una novela joven, pero a la antigua. Es como pensar qué habría escrito Vargas Llosa si hubiera seguido por la ruta de “Los Cachorros” en lugar de “La guerra
del fin del mundo”. Quería mezclar lo antiguo con lo actual.
— Puedo decirte que he leído tu novela como si fuera un manga Yaoi (historias de amor entre jóvenes del mismo sexo).
¡Muchas gracias! Puedo darme por satisfecho entonces (ríe). Siempre estoy pensando cómo se puede lograr que se lea y se escriba desde el hoy. Creo que hay que buscar la forma como se relata de una forma contemporánea. No basta con hablar de historias que ocurren en el siglo XXI para ser moderno. ¡Hay muchas novelas escritas hoy que son rezagos del siglo XIX!
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— Hemos hablado de lo “retro” y lo que la tecnología ha cambiado. Ahora bien: ¿Qué es aquello que no cambia en Chile en los más de 30 años que separan “Mala onda” de “Ciertos chicos”?
La elite que se cree poderosa. El clasismo. El racismo. El miedo a lo popular. Hoy la calle no es solo calle, es también poder. Obviamente, también han cambiado muchísimas cosas para mejor...
— ¿Crees que el Santiago actual es un lugar más amable que el que novelaste en “Mala onda”?
No, pero quizá más divertido.
— Tu libro nos ubica a inicios de los años 90, estamos hablando de los hijos de una dictadura, de una generación sometida al toque de queda, mientras que en la universidad, la izquierda construye su poder político condenando la ambigüedad y la diferencia. Hablas de derecha e izquierda como extremos que se unen en la intolerancia...
Totalmente. Siempre he dicho que los chilenos la pasamos tal mal durante la dictadura de Pinochet como los rumanos con la de Ceausescu. La izquierda chilena en las universidades soñaba con Nicaragua, algo que a mí, en todos los sentidos, no me atraía.
— Encuentro en “Ciertos chicos” un guiño muy cercano a Oswaldo Reynoso. Los personajes de “Los inocentes” podrían habitar cómodamente tu novela.
Sí, claro. Uno siempre va a tener lazos con sus maestros. Creo que Reynoso entendió mejor la ley de la calle que Vargas Llosa. Reynoso, que se decía comunista, era muy neoliberal también. Creer que el pueblo quiere solo cosas espirituales es un error. A todos les gusta consumir.
— En tu novela, Clemente, uno de los protagonistas, es un influyente editor de un ‘fanzine’, el medio de comunicación alternativo de la época. ¿Hoy ese rol lo ocuparía un youtuber, un influencer?
Es probable. Clemente tendría al menos una página web donde opine sobre moda, o un Instagram increíble. A lo mejor produciría un podcast y sería más neurótico. Podría hacer un programa de conversación en YouTube. Pertenece a esa estirpe de lo que era antes la radio pirata y los medios alternativos. Así como hay que crearse un lector, hay que crearse sus propios medios. Y ahora es mucho más fácil que antes.
— ¿Crees que hoy podrías escribir una novela sobre adolescentes contemporáneos, o son muy distintos a como vivimos nosotros esa edad?
Todavía no lo sé. En “Ciertos chicos” hay un capítulo en que Clemente avanza 50 años en el tiempo y se rodea con los adolescentes del futuro. Me gustaría verlo. También creo que le corresponde a la gente de esa edad escribir esos libros.
— De repente, una de las cosas que une a ambas generaciones es el síndrome de Peter Pan, nuestro miedo a crecer, a enfrentarnos a las dificultades de la vida adulta.
Escribo sobre un mundo marginal, un mundillo que no es exactamente una generación, es solo una parte de ella. La verdad, no me interesaría escribir sobre los temas de mi generación. No me interesa mucho la vida de una persona de 60 años que ya piensa en jubilarse. No soy un fanático de Peter Pan, pero me parece mucho más interesante conectar con jóvenes como Clemente y Tomás que con personajes que tengan mi edad. No los conozco mucho y tampoco tengo la obligación de retratar al chileno de clase media heterosexual. No sé si es mi tema.
— En tu libro, escribes así de la homofobia en Chile: “El secreto era desaparecer, pasar inadvertido, mutilar su voz, intentar ser invisible. Hablar acá, confesar cosas, emociones, podía usarse en tu contra”. ¿Crees que la homofobia que arrastra América Latina ha cambiado en los últimos años?
Pienso que ha cambiado en un 1.000%. Lo loco es que en esos años, la homofobia te obligaba a cambiar tu voz, tu personalidad. El miedo que había en ese entonces te obligaba a convertirte en un espía, una especie de doble agente. La perspectiva era siempre ser otro. Pienso que el que lea “Ciertos chicos” y luego lea otros libros míos como “Tinta roja” o “Por favor rebobinar” se dará cuenta de que yo nunca he cambiado. Puede ser que mis libros iniciales no sean los mejores, pero tenían su gracia. Había en ellos códigos secretos. Uno siempre debe hablar de lo que quiera, pero un poco de represión ayuda a perfilar tu voz. Por otro lado, pienso que todavía quedan bolsones de homofobia y de intolerancia disfrazada de buenismo. Pero no me importa, porque ese mundo pituco no me interesa nada. Ese mundo es tan inculto, está tan de salida, que ya no es tema. Lo que me gusta de este libro es que no es un grito de denuncia, ni una forma de pedir atención.
— No publicabas una novela desde “Sudor”, en el 2016, dedicado como estabas por entero al cine. ¿Por qué vuelves a la novela?
Creo que he vuelto por muchos motivos. Uno de ellos es que hay más posibilidad de que te lean y conectar con las personas, ser más “masivo” apostando por la novela que haciendo películas que nadie ve. ¡En el cine es muy difícil competir con Marvel! El cine que me interesaba se hizo muy elitista. Y no quiero hacer películas con financiamientos vinculados a festivales. Yo no entré al cine para hacer “cine arte”.
Más que volver a enamorarme de la novela, que nunca me había peleado, el cine se me empezó a desmoronar. Y para mí, “Ciertos chicos” es como una gran película. Tiene una posibilidad de lograr conectar como lo hace una película como “Licorice Pizza”, de Paul Thomas Anderson.
Libro: Ciertos Muchachos
Autor: Alberto Fuguet
Editorial: Tusquets
Páginas: 452
Año: 2024
“Ciertos chicos” se ambienta en 1986 y sigue el vínculo entre dos jóvenes universitarios: Clemente Fabres y Tomás Mena.
Nacido en Santiago de Chile, en 1963, Fuguet estudió periodismo en la Universidad de Chile, politizada experiencia que se plasma en su más reciente novela.
Ha publicado múltiples novelas, entre ellas destacan: “Mala onda”, “Tinta roja”, “Missing” (una investigación), “Aeropuertos”, “No ficción” y “Sudor”.