El más reciente libro de Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) refleja los mayores cambios en su vida. No solo hace énfasis en su desplazamiento de Chile a México, sino sobre todo en su faceta como padre del pequeño Silvestre, el hijo junto al cual redescubre el mundo, la lengua, los sentimientos, y mucho más.
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“Literatura infantil” (Anagrama, 2023) es un libro sobre la paternidad que hibrida diferentes géneros (como casi todas las otras obras del autor), y que está marcado por la ternura y el humor como emociones naturales en el vínculo padre-hijo. Antes de su visita a Lima como invitado a la Feria Internacional del Libro, conversamos con Zambra.
–¿Es este un libro que habrías podido escribir sin ser padre? Desde la imaginación, digamos.
No, no creo. Y tampoco lo hubiera intentado. Creo que hay acá un deseo de registro, y hasta una rivalidad con la fotografía. ¿Por qué las fotos pueden [registrar] y la literatura no? Yo también sacaba muchas fotos [de mi hijo], y había pensado mucho en eso, en cómo la memoria depende de ese lacónico álbum familiar que uno revisa y repasa muchas veces. Y, de pronto, parece que fuera mucha información; y otras veces parece que fuera muy poca. Y aunque digo que no hubiera intentado escribir un libro así, creo también que los hombres de mi edad, que fuimos padres tardíos –yo fui papá a los 42–, sí tuvimos muchísimo tiempo para imaginarnos la paternidad. De forma vicaria, de forma subrogante, en forma de padrastría [sic]. Presenciamos la paternidad de amigos, tuvimos un espacio que otra generación no tuvo. O sea, es lo contrario de una paternidad automática. Porque sigue siendo un sector pequeñísimo aquel en el que la paternidad y la maternidad son roles que se eligen. Quienes tuvimos ese privilegio pensamos mucho en esta posibilidad. Y en general llegamos con muchas ganas a la paternidad. Yo a los 18 años, no sé, estaba pensando en los amigos que se convirtieron en padres poquitito después de descubrir el sexo. Hay una diferencia muy importante allí, en la forma como nos acercamos a la paternidad.
–Un amigo y colega, Enrique Planas, escribió un libro sobre la paternidad también [”Demasiada responsabilidad”]. Y una vez me dijo que no era un libro solo padres, sino para todos. “Porque todos somos hijos”, decía. ¿Estás de acuerdo?
Sí, claro. Me gusta mucho ese libro y creo que también me inspiró. Porque los libros sobre la paternidad son libros escasos. Ahora se dice que son más frecuentes, pero en realidad son muy poquitos. Y seguro que hay otros que no conocemos y que van a ir apareciendo como eslabones perdidos. El año pasado tuve la oportunidad de prologar un libro de Nathaniel Hawthorne, “Veinte días con Julián y conejito”, que se publicó alguna vez en Anagrama y ahora se volvió a publicar en Chile con una traducción nueva de Andrés Barba. Y a mí me pidieron el prólogo. Es un libro muy raro, de un escritor clásico hablando sobre su hijo. Entonces sí impresiona que la humanidad haya producido tan pocas reflexiones directamente referidas a la crianza desde la perspectiva masculina. Porque ese conocimiento debe de estar en alguna parte, ¿no? O sea, a lo mejor estos escritores lo que hacían era robarles a sus hijos las experiencias y atribuírselas a personajes que parecían ellos mismos. O a terceras personas, no sé.
–¿Hasta qué punto tener un hijo redefine la relación con el propio padre? ¿O por lo menos cómo fue en tu caso?
Yo creo que en todos los casos la redefine. Pero quizá también se trata de que hace explícita la redefinición. A mí lo que me impresiona de los parentescos es que son vínculos que están en constante redefinición. Cuando nace un hijo es muy evidente que hay un cambio, ¿no? Porque oficialmente surge el rol. Socialmente, incluso. Hace poco leí un libro de Margarita García Robayo, un libro inédito, en el que ella dice una cosa muy precisa y genial, que voy a parafrasear: la idea es que a ella le ha resultado muy fácil ser madre de sus hijos, y muy difícil identificarse con el rol de madre. Yo podría decir lo mismo: para mí ser padre de mi hijo ha sido algo muy natural. El tema es que uno es padre de su hijo, y a la vez entra a discutir un espacio conceptual que es el de “ser padre”, que es inmenso y que por supuesto te queda grande. Entonces cada cosa que dices sobre tu hijo parece una generalización sobre todos los hijos, y sobre todos los padres. Es muy interesante cómo funciona eso, y muy literario también, porque está discrepancia entre lo general y lo particular se vuelve muy cotidiana. En cada cosa que dices pareciera que está lo ejemplar. Y no es cierto.
–Me has hecho recordar un libro que me gustó mucho, “Contra los hijos”, de Lina Meruane, que hasta cierto punto podría ser el reverso de tu libro. Y en eso se observa también lo general y lo particular que mencionas.
Claro. No me acuerdo bien del libro de Lina, pero creo que no me pondría nunca en ese lugar de “hay que tener hijos o no hay que tener hijos”. En el fondo es una cuestión incluso divertida. Lo hablaba con Jazmina, mi esposa, que publicó también un libro que podría considerar su libro sobre la maternidad. Y a ella le preguntaban en algún punto “¿por qué quisiste ser madre?”. Y le parecía muy impresionante a ella esa pregunta, que intentaba contestar con mucha buena voluntad. Pero yo le decía ¡es demasiado íntima! [risas]. Porque es muy difícil responder eso racionalmente. Y no es que sea irracional la decisión, pero en principio, como te decía antes, nosotros somos parte de un pequeño sector en el que convertirse en padre o madre es una decisión. Pero para la mayor parte del mundo no lo es: siguen siendo padres y madres automáticamente. Y entiendo que es contra ese automatismo que reacciona Lina.
–Hay partes del libro que parecen un alegato contra la imbecilidad. Como el episodio del guardia de seguridad de una librería que te prohibía entrar con un biberón. ¿Te has topado con muchos imbéciles en esta etapa?
Me pasó más seguido de lo que aparece en el libro. Ayer incluso estuve hablando con alguien sobre este episodio de la librería Educal, en México, y me decía que ahí se nota la furia del padre. Pero yo tengo la sensación de que esa historia la intenté transformar en un fragmento cómico. Traté de usar el humor como mecanismo de denuncia, que me parece más efectivo que la furia. Porque lo verdaderamente grave no es lo que me diga el jefe del local o su estúpida literalidad, sino que en la sociedad entera no se hayan puesto de acuerdo en algunas cosas esenciales como que, claro, puedes prohibir que la gente no entre con líquidos a una librería, pero hay excepciones, como alguien que entra con un biberón. Fue una situación tan absurda… y fue incluso más violento el episodio en que un hombre me dice “¿dónde está la madre de ese hijo?”. Esa es otra razón por la que inclino todo estos más hacia lo cómico: porque son situaciones que las mujeres viven a diario. A mí me pasó una o dos veces, pero a las madres les ocurre todos los días.
–Me gustó mucho también el texto sobre la tristeza futbolística...
Una tristeza que los peruanos y chilenos compartimos [risas]. Los argentinos se ríen de eso, pero no lo entienden tanto como nosotros. Me acuerdo que cuando Argentina ganó el Mundial de Qatar, escuché un programa de dos horas en el que hablaban de por qué lloraban de felicidad. “¿Por qué shoramos de felicidad?”, se preguntaban [risas].
–Qué privilegio el suyo… Pero en un momento aseguras que no sabes aún si realmente quieres que a tu hijo le guste el fútbol. ¿Lo dices por la tristeza o por otro motivo?
En realidad sí quiero que le guste, pero lo que quiero es que le guste de verdad. Que no sea algo tan impuesto. Y de hecho sí le gusta, le gusta jugarlo. Además, por ejemplo, tengo una sensación muy positiva del estadio. Después de haber escrito ese texto hemos ido juntos al estadio, y su experiencia ha sido positiva, la pasa muy bien, y hace lo que hacen todos los niños que es pedir un helado tras otro. Las veces que fuimos al Estado son las veces que peor ha comido en toda su vida. Pero se trata de no imponer, de entender cuál es su instinto. Es algo muy difícil porque uno también tiene muchas ideas sobre cómo deben ser las cosas. Por eso yo creo que me va a costar ser un papá así. Más bien creo que voy a ser uno de esos que estorban un poco. Acompañar sin estorbar, eso es lo difícil. Hasta el momento la hemos pasado muy bien. Por ejemplo, escuchamos mucha música. La música no está tan presente en el libro como está presente en nuestras vidas. Todavía practicamos ese género de YouTube que es el reaccionar algo, solo que lo practicamos ‘offline’. Esta semana estamos reaccionando a Chico Buarque y a algunas canciones de Aterciopelados. Es muy impresionante mostrarle canciones que nunca oyó en su vida, porque en su vida todavía sucede eso…
–Hay canciones que uno quisiera volver escuchar por primera vez…
Claro, claro. Entonces él se sienta y la escuchamos y él opina sobre cuál le gusta, y cuál no, o cuál le gusta más, o qué recuerda. Es muy impresionante todo eso. Pero va a llegar el momento en que me deje de pescar. Ya ha pasado que, de pronto, caminando en la calle, se suelta de mi mano. No por rechazo, sino porque es inquieto. Pero cada vez se suelta más. Esas cosas van pasando. Por eso también tengo la fantasía de que en algún momento le va a encantar algún equipo de fútbol mexicano, y yo estaré dispuesto a que me guste mucho ese equipo mexicano. Porque hasta ahora yo soy completamente ignorante del fútbol mexicano, pero cuando a él le empieza a gustar, yo podré ser fan del mismo equipo sin ninguna resistencia. Sin ningún prejuicio.
–¿Hay pudor en decir que uno es un buen padre, o que está haciendo las cosas bien?
No, porque eso nunca se sabe. Ni siquiera sabemos si la trama es la que creemos que es. Hay un deseo de hacerlo bien, por supuesto. Pero creo que es mucho más gravitante el pánico de hacerlo mal. Lo que te molesta no está asociado al perfeccionismo, sino a la culpa de la ignorancia. Y de pronto pasa: no haber comprado la medicina correcta o qué sé yo. No es perfeccionismo, sino las consecuencias de un error milimétrico. Por supuesto que estamos tratando de imaginar mundos mejores. Hay allí algo asociado a nuestras propias frustraciones. Y hablo en plural porque creo que es plural. Somos una generación que tiene un problema muy concreto y apremiante con la autoridad. La historia viva de nuestros países lo expresa. Nos ha costado confiar y hemos construido desde la desconfianza. Eso no parece que fuera a cambiar. Entonces surge allí la micro-micro-micro-política. Y la casa, el hogar, parece el lugar donde empieza a cambiar el mundo. Eso es falso, pero es un comienzo. Tendemos a concebir el espacio en el que nos desenvolvemos como una república independiente, pero nos falta la puesta en circulación cívica. Todo lo que decimos parece que estuviéramos poniéndolo como ejemplo, y no es así. Ahora bien, es una trampa que quizá haya que pisar también. Para construir discursividad, discusión. Porque eso es lo que falta. Hay demasiadas discusiones que tratan sobre quién tiene la razón, y entonces otras discusiones ni siquiera llegan a producirse porque el silencio parece no solo tentador, sino inteligente. Y hay algo allí que la literatura permite: el desorden de discutir sin solucionar artificialmente las cosas.
Alejandro Zambra conversará con Jaime Cabrera sobre libros poesía y escritura este sábado 22 de julio, a las 6 p.m., en el auditorio César Vallejo.
También estará el domingo 23, a las 4 p.m., junto a Renato Cisneros en la charla Paternidad y vínculos familiares en la literatura (auditorio Vallejo).
Y el mismo domingo, a las 6 p.m., en la sala Eielson, formará parte del Café Dominical con Anahí Barrionuevo, Ricardo Sumalavia y Cayre Alfaro.
Además, el sello peruano Personaje Secundario acaba de reeditar el poemario de Zambra "Mudanza", que cumple 20 años. El libro podrá encontrarse en la FIL.