ENRIQUE PLANAS
Llega a la feria limeña para hablar sobre los personajes emblemáticos de su literatura, de la influencia de la poesía en sus novelas, de sus experiencias en el Perú. Antonio Skármeta (Antofagasta, 1940) recordará también amistades entrañables, como la de Antonio Cisneros, con quien coincidió en Santiago, en Lima y en Alemania. “Toño era sensible, inteligente, cultísimo. Todo el tiempo alborotado. La suya era una insurrección permanente, no política sino personal”, nos cuenta el autor de “Ardiente paciencia”. Y confiesa al final: “Como yo entonces, éramos buenos bebedores. Algunos versos brotaron de nuestras inspiraciones nocturnas”.
Mucho han hablado sus colegas escritores de Antofagasta de la influencia del paisaje en sus obras. ¿Para usted es determinante?
No es determinante, pero influye. En mi caso, la presencia del desierto, la inmensidad de los espacios abiertos, la brillantez del cielo, me hicieron siempre sentir muy pequeño. Y si al lado tienes el Océano Pacífico, se produce entonces una combinación de tendencias. La sabiduría del desierto te dice: “Eres de aquí, quédate”. Y el mar, con su color y movimiento, te dice: “Ándate, conoce otros horizontes”. Mi vida ha sido un replegarse y un avanzar. Y en ese doble movimiento, también se ha resuelto mi literatura, una literatura siempre dramática.
¿Al decir “dramático”, habla de la pelea permanente contra una naturaleza difícil como la del norte chileno?
Cuando uno mira un paisaje, en ese paisaje ya han pasado cosas. En ese paisaje ha habido mineros atrapados en las minas, miseria, explotación, historias excéntricas en ferrocarriles fantasmas. Cuando uno toma un paisaje no solo toma la materia, sino el drama que ha sucedido allí.
Y el drama personal siempre viene acompañado en sus libros por el drama histórico...
Una marca de mi literatura es ubicar a mis personajes en coyunturas históricas. En primer lugar está lo personal, pero la vida de estos personajes está embarcada en una tensión con su sociedad. Yo miro con afecto a mis personajes, pero también veo, lateralmente, por dónde ellos se mueven. Me interesa la conducta de mis personajes, sabiendo que están siempre en pugna con lo que pasa a su alrededor.
Siempre recuerdo su programa “El show de los libros”, donde los críticos podían discutir entre ellos si una novela era recomendable o no. ¿Cuál cree que es la mejor actitud del crítico?
¡Ay, los críticos! El programa tenía una sección que se llamaba Libro en la Mesa. Se tiraba un libro que habían leídos los cuatro críticos y cada uno emitía una opinión sobre él. En cuanto a la actitud del crítico, yo tengo una actitud muy humilde. Yo creo que la felicidad del escritor es terminar una obra, y una vez finalizada, debe estar dispuesto a recibir el castigo que merece [ríe].