“Precoz” (2015) de Ariana Harwicz es una novela, así la describe la editorial peruana Animal de Invierno en su reedición del libro para el mercado local. Pero la estructura, su uso del lenguaje, la carencia de las convenciones del género en sus 56 páginas (encima de todo es bastante breve) desafían la categoría, empujan al límite lo que se espera del formato.
“El autor tiene todo el derecho de hacer lo que quiera, yo me tomo toda la libertad, toda. No quiero ordenar, no quiero esclarecer, no quiero poner comas para que se entienda, no quiero agregar puntos, no quiero agregar espacios”, cuenta la escritora en entrevista con El Comercio. Ella pasó por la Feria Internacional del Libro de Lima para hablar de esta entrega, la última de su “Trilogía de la pasión”, donde examina la maternidad.
“El hijo baja rodando los escalones. Tiene sangre en las rodillas y me llama. Mamá. Mamá. Estoy despierta en la mecedora a dos pasos de la escalera pero con los ojos cerrados. El fuego ya no existe”, dice la escritora en el libro. Y así, hay más partes donde trata lo que no se habla, de pensamientos a los que no llega la luz.
―“Precoz” es el primer libro tuyo que leo. No puedo clasificarlo. Sé que es una novela, pero me es algo extraño llamarla así.
Está buenísimo lo que dices, porque es quizás una de las más inclasificables de todas mis novelas. En algún punto quizás porque es la corona o culminación de la trilogía y, bueno, es como un momento de gran exaltación y es quizás la novela más revolucionaria en la forma, porque en realidad es como un largo poema lúgubre o como una película, un western o una road movie, es una novela, la más breve de todas mis novelas, la que culmina todo y yo creo que ahí traté de romper lo más posible la forma. Así que tiene algo de inclasificable.
―Imagino que, originalmente, era más larga y tuviste que cortar cosas, ¿verdad?
La verdad que no. No escribo más largo y después abrevio. Ya nació así, con esa brevedad a cuestas. Nació siendo tan grupal y tan breve.
―Y también por momentos se desdibujan las fronteras. Está narrada desde el punto de vista de una madre, pero a veces está el punto de vista del hijo, y a veces no queda claro dónde empieza uno y termina el otro.
Es verdad. Como los pasajes de una frontera a otra, a veces [los límites] se desdibujan adrede. ¿Quién habla? ¿Ella, él, la voz de la conciencia, la locura, el estado? En los diálogos no hay un corte entre madre e hijo, simbólicamente ese podría ser el sentido.
―En la vida también pasa eso. No solo en el embarazo, sino después.
Exactamente. Yo no lo pensé así porque no psicoanalizo mis escritos, mis novelas, no se podría escribir psicoanalizando. Pero a posteriori me doy cuenta que es eso, que no hay un corte entre madre e hijo, están pegados.
"Nunca me siento cómoda. No por criticar, porque, bueno, el trabajo, el ejercicio de leer un libro es de optar por una hipótesis de lectura y llevarla a cabo"
― ¿Y estás cómoda con la clasificación de “flujo de conciencia” que le ponen a esta novela?
Nunca me siento cómoda. No por criticar, porque, bueno, el trabajo, el ejercicio de leer un libro es de optar por una hipótesis de lectura y llevarla a cabo. Yo a priori no me siento cómoda con ninguna nomenclatura, con ninguna definición, no me siento a gusto porque no nace de ahí. [El flujo de conciencia] es uno de los recursos que se podría indagar que están presentes en la novela, entrar en la conciencia, en la mente, en la moral de esta mujer y echarla a andar con la primera persona [del narrador], pero no es únicamente eso. O sea está esa tradición, ese recurso, pero también otros.
―Cuando terminé de leer la novela tuve más sensaciones que ideas, pero una de las ideas que tuve es que los vínculos humanos no son limpios necesariamente, que están contaminados.
Es terrible, es atroz, pero si te quedaste con esa sensación, que es una sensación-idea, un concepto, me parece muy apropiado. En la escritura [trato de] no ceder a la tentación de explicar los vínculos, de normativizarlos, de racionalizarlos, porque como son todo a la vez no hay nada puro, no hay nada limpio. Los vínculos son de una gran impureza, está siempre presente la farsa, la impostura, el teatro. Siempre mentimos, no hay alguien que diga siempre la verdad.
―Veo “Precoz” como literatura necesaria. Hay tantas historias, tan estructuradas, que libros que alteran eso merecen ser leídos.
Sí, esa alteración, que también es una alteración gramatical, conceptual, de la lengua… no hay capítulos. Acá el editor [señala el libro], para que se pueda más o menos leer, le puso unos microespacios entre los fragmentos.
―Y yo agradezco por eso.
Vos le agradeces y yo también. Lo hicieron para que se pueda leer un poco, los entiendo. Pero en la primera versión este pequeño corte ni siquiera está. No hay cortes salvo un punto aparte. No hay capítulos, no hay títulos, no hay epígrafe, no hay prólogo, no hay dedicatoria, los personajes no tienen nombre. Todo eso que para mí es superfluo, para mi no sirve, para mi lo único que hace es ordenar el caos… no. Como que yo he hecho andar estos dos personajes como en una motocicleta y van, van, van.
―Es muy común que los lectores compartan frases de sus libros favoritos en redes sociales. Veo la frase final de la novela: “Esto es amar, me digo. Y él viene y me arranca la cabeza”. ¿Te parece justo para el escritor que su obra se vea reducida a citas compartidas porque suenan bien?
Sí, obviamente. Toda reducción es una pena si el libro es bueno. Ya sea un hashtag, una cita, un tuit o la manera a veces de leerla muy desde la ideología, limitando el texto a una sola interpretación. Pero, eso sí, yo siempre fui muy fanática de las citas. Si las citas son buenas te habilita pensar, a veces son entradas al texto también. Entonces, si no es una reducción, está bueno.
―Yendo al fondo de la novela, ¿Por qué cree que no se discute lo suficiente sobre la maternidad fuera de los clichés? Porque aquí en Latinoamérica se habla mucho de la madre abnegada o de la madre desnaturalizada, pero no de los intermedios.
Es lo más difícil. Lo más difícil siempre es lo impensable; los bordes, los extremos son fáciles de pensar. En realidad no se piensan, se dicen, no somos hablados por ellos. Lo más difícil, lo que requiere un esfuerzo, es tratar de entender los intermedios. Ni madre abnegada, ni santa, ni ideal, ni amante, ni perversa, ni asesina de niños e incestuosa. Mis madres no son incestuosas, tampoco en absoluto son madres amorosas.
―Claro. Son madres, son personas.
Sí, pero es muy difícil. Es descomponer y desarmar todo para pensarlo otra vez.
―Hablé hace poco con Claudia Piñeiro. Hablamos de su novela y de las llamadas “maternidades fallidas.” ¿Es un término muy duro, cierto? La sociedad lo pone a la madre que no cumple con la relación que, se espera, tenga con sus hijos.
Socialmente hay mucho por hacer. Literariamente tenemos que ir por otro camino, porque una cosa es opinar socialmente en una marcha, en una manifestación, y otra cosa es la literatura. La literatura requiere operaciones distintas más allá de la mera denuncia. Yo lo que trato en la literatura es desarmar el cliché, ver qué hay detrás, siempre hay algo monstruoso detrás, algo distinto. La palabra madre ya me parece una palabra extraña, no reconozco ni la palabra madre en la novela.
Puedes comprar "Precoz" y otras obras de Ariana Harwicz en la Feria Internacional del Libro de Lima, stand 27 (Estación La Cultura) y en librerías a nivel nacional.