"Ataraxia", la columna de esta semana de Marco Aurelio Denegri
"Ataraxia", la columna de esta semana de Marco Aurelio Denegri
Marco Aurelio Denegri

Si consideramos –y me valgo en esta consideración de un triple distingo savateriano– que la felicidad es un estado, o sea un modo de ser o estar, o la situación en la que uno se encuentra; si consideramos, repito, que la felicidad es un estado, entonces el sentimiento correspondiente a ese estado es la alegría, y la sensación correspondiente es el placer.

Tanto la alegría cuanto el placer son expansivos; los expresamos generalmente con efusión. La alegría y el placer nos dilatan, nos ensanchan y expanden, nos levantan y elevan. La tristeza, al contrario, nos deprime, nos contrae, nos reduce. Me refiero, desde luego, a la tristeza propiamente dicha, al dolor y aflicción que verdaderamente lo sean. Digo esto porque cuando el dolor causa placer, entonces ya no es en realidad dolor. La tristeza romántica no era verdadera tristeza. El dolor del masoquista es placentero; en consecuencia, no es verdadero dolor.

La capacidad de goce o de disfrute y en general la capacidad de alegrarse es una capacidad desigualmente distribuida. Ni más ni menos que la capacidad de amar. No todos la tienen igual. Y lo mismo ocurre con la capacidad de gozar o disfrutar y alegrarse.

Tanto la felicidad cuanto la infelicidad nos desequilibran, nos alteran, nos desordenan, nos perturban. Por eso algunos filósofos de la antigüedad –los epicúreos, por ejemplo– consideraron que la verdadera felicidad era la imperturbabilidad, vale decir, la ataraxia o ataraxía.

El hombre feliz vendría a ser, pues, el que ha alcanzado la imperturbabilidad, la ataraxia. Y la ha alcanzado porque, en primer lugar y sobre todo, se conoce a sí mismo y sabe por eso contener sus pasiones, moderar sus impulsos y refrenar sus emociones.

Téngase presente, sin embargo, que la ataraxia no significa apatía ni dejadez; tampoco indolencia ni desidia; ni abandono, ni descuido. El hombre negligente y ocioso no podrá alcanzar jamás la felicidad.

La ataraxia significa, no una, sino varias cosas, a saber: impavidez o valor y serenidad de ánimo ante los peligros; moderación, sobriedad y sensatez; estado de alerta o situación de vigilancia o atención. (Esto último equivale al estado de alerta de un karateca.)

Según Julián Marías, la palabra que mejor traduce la voz ataraxia o ataraxía es sosiego. La consecución del sosiego es la consecución de la ataraxia o ataraxía. Hay, pues, una felicidad en la quietud, tranquilidad y serenidad; o dicho con un solo término, hay una felicidad en el sosiego, que como bien dice Marías es una calma activa, una ataraxía positiva, jovial y alerta.

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