La filóloga francesa Audrey Louyer nunca imaginó que su acercamiento a “La piedra en el agua”, una de las más destacadas obras del escritor y diplomático peruano Harry Belevan-McBride la conectaría para siempre con las letras de esta tierra, y especialmente con su vertiente fantástica.
A raíz de este libro publicado en 1977, la investigadora de 30 años quiso profundizar aún más en los antecedentes de un género que quizás no es valorado en su dimensión real, pero que poco a poco empieza a ganar espacios con autores experimentados y también otros mucho más jóvenes.
En esta ocasión, Audrey Louyer conversó con “El Comercio” sobre “Pasajes de lo fantástico. Propuesta de teoría para un estudio de la literatura de expresión fantástica en el Perú” (Maquinaciones Narrativa, 2016), un interesante ensayo que contrasta la teoría de este género con relatos de diversos autores nacionales.
El objetivo de la filóloga francesa no es sentar una opinión definitiva, sino abrir un debate más amplio sobre lo fantástico en los escritos peruanos.
¿A qué denominas ‘pasajes’ de lo fantástico en el título de tu investigación?
La idea principal es que lo fantástico estriba en un encuentro de dos planos, el de lo real y el de lo imposible. En ese momento brota lo fantástico. Hay pasajes existentes entre ambos planos. Esta es la primera dimensión. Por otro lado, sin pensamos en la trama de un texto (realista), desde su inicio hasta el final, en la mayoría hay una trama de línea recta, mientras que en los cuentos fantásticos, a veces la trama se desdobla o hay una vuelta hacia atrás, dándose una conjunción de elementos que terminan modificando así lo inicial. Y los pasajes también forman parte de esta situación.
¿Cómo es posible mantener la atracción por relatos fantásticos en una sociedad tan tecnológica y que le cuesta creer quizás en cosas que no puede ver?
Justamente, creo que el desarrollo tecnológico es uno de los elementos fundamentales en los que se puede basar lo fantástico. Si pensamos en lo fantástico tradicional del siglo XIX, esos relatos estaban en un contexto de muchísimas creaciones tecnológicas y de desarrollo de la ciencia. Por eso esta vertiente es una manera de rebeldía e indignación frente a una determinada realidad.
¿Se puede afirmar que existe una teoría definitiva sobre lo fantástico?
No. Me parece que hay un círculo hermenéutico. Cada texto fantástico permite la evolución de la definición. Si bien la referencia (teórica) tradicional es la de (Tzvetan) Todorov, hoy ya no funciona su aproximación y siempre deben contemplarse otras perspectivas. Además, su estudio se centraba en textos del siglo XIX, y los del siglo posterior cambian. Hay otros espacios geográficos, países y realidades que forzosamente deben modificar la aproximación. Y lo mío es solo una propuesta que debe discutirse y cuestionarse para seguir con este diálogo entre teoría y texto.
En un país tan marcado por la literatura realista como el Perú, ¿has encontrado casos de autores nacionales que solo se dediquen exclusivamente a escribir literatura fantástica?
No. Si bien hay muchos autores jóvenes que cultivan este género y se dan a conocer gracias a sus textos fantásticos, me parece que los más antiguos –de los años cincuenta, sesenta y setenta—escribían cuentos realistas y otros fantásticos. Pienso, por ejemplo, en Carlos Calderón Fajardo, quien decía que no creaba un texto fantástico con esa intención, sino que simplemente escribía algo y en el camino se daba cuenta de que era de dicho género. La voluntad de escribir un texto así no sé si exista realmente, sino sería un mero truco, una mera técnica, y no sería literatura.
¿Qué tuvo la novela “La piedra en el agua” de Harry Belevan-McBride que despertando tu interés por la literatura fantástica peruana?
Esa novela es una teoría en sí. Propone una trama narrativa pero también juega con los distintos niveles de realidad. O sea, estamos frente a la historia de una lectura. Y dentro de los diálogos entre los personajes también hay una reflexión sobre lo que puede ser la escritura, lo que son las artes y sobre qué es lo fantástico. Hay este juego de intertextualidad, de referencias literarias y pues me gustó la idea de ver cómo funcionaba el texto. Porque Harry Belevan había publicado ya los cuentos de “Escuchando tras la puerta” y ahí aparecía ya esta vena fantástica. Pero siempre en una novela es más complicado porque debes mantener el suspenso hasta el final. Y él lo logra.
¿Cuáles son los países de Latinoamérica que más literatura fantástica producen?
Tradicionalmente desde Francia pensamos en Argentina, México, Chile y, bueno, el Perú también es uno de los países que presenta a muchos nuevos autores. Asimismo, aquí en Latinoamérica existen buenas investigaciones al respecto. Por ejemplo, Víctor Bravo publicó en Venezuela “Los poderes de la ficción”, que es una aproximación teórica. Así que hay autores y también teoría contemporánea sobre esta escritura.
Teniendo en cuenta lo poco que habías venido al Perú antes de presentar este trabajo, ¿cuál fue la parte más complicada de tu investigación?
La parte más compleja fue encontrar los libros y cuentos, y luego volver a Francia con esta cantidad de referencias que tenía que leer. Fue un placer la lectura, eso sí, pero la dificultad radicó en encontrar los puntos de contacto entre los textos. Enfrentar las bases teóricas con lo que ocurre concretamente en cada relato, y cómo se puede reflexionar, sintetizar y recorrer los textos, encontrando su homogeneidad en caso la haya.
¿Se puede identificar ciertas etapas en la literatura fantástica peruana?
A lo largo del siglo XX hasta el XXI, el origen solemos centrarlo en Clemente Palma, aunque su padre, Ricardo Palma, también escribía tradiciones con aspectos fantásticos. Luego pienso en César Vallejo y Abraham Valdelomar. Pasando al grupo de los años 50, donde están (Luis) Loayza, Julio Ramón Rybeiro, autor de textos extraordinarios como “Silvio en el Rosedal”, “Doblaje”, entre otros. Son cuentos muy lindos y de índole fantástica. Ya en los años sesenta nace una generación que empieza a publicar cuentos posteriores a la aproximación de Belevan-McBride. Aparecen José Güich, José Donayre, Ricardo Sumalavia. Y bueno, la última (etapa) es la de los más jóvenes que publican cada vez más relatos fantásticos.
¿Hay posible comparar y encontrar grandes diferencias entre la literatura peruana y francesa en cuanto a detalles técnicos y calidad?
Es que cuando se trata de literatura creo que no hay fronteras. Son perspectivas y universos personales que se desarrollan cada uno con su forma de escribir. Así que los grandes autores tienen sus orígenes, raíces e identidad propia y la presentan como propuesta al lector. Eso no se puede comparar. Es imposible crear jerarquías. No existe ningún autor mejor que el otro desde este punto de vista. La calidad radica en la capacidad para transmitir la impresión y despertar la curiosidad y el interés, lo cual es la emoción típica de la literatura.