Guitarra, armónica, pelo revuelto. El trovador americano, el rapsoda popular que obtuvo el Nobel y al que medio gremio literario odió por eso, publica nuevo libro. “Filosofía de la Canción Moderna” (Anagrama) es un conjunto de 66 ensayos breves dedicadas a 66 canciones que, de alguna manera, marcaron a fuego su memoria. Se trata de la primera creación literaria de Dylan desde “Crónicas I”, publicado en 2004, y desde que ganó el Premio Nobel de Literatura en 2016.
Nacido como Robert Allen Zimmerman y universalmente conocido como Bob Dylan, con 82 años cumplidos, el ídolo sigue activo con una madurez apabullante. No quiere vivir de sus rentas ni complacerse en mirarse en el espejo de una lenta decadencia. Quizás no haya otro músico con mayor autoridad moral que Dylan para emprender este proyecto. Creció siendo un niño fan de Elvis, pero su breve paso por la universidad lo convirtió en un amante del folk y la canción protesta, en los tiempos de la crisis de los misiles en Cuba. De allí vienen “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” o Blowin’ in the Wind, temas que lo convirtieron en muy poco tiempo en portavoz del movimiento antibelicista y la lucha por los derechos civiles.
Pero Dylan es mucho más que eso, o, por lo menos, nos ofrece muchas más máscaras: es el joven que abandonó Dulluth, escapando de una pequeña comunidad judía de emigrados rusos y lituanos, es el líder de la contracultura hermanado con los poetas de la generación Beat; Judas del folclor tras sumar guitarra eléctrica a su poesía y cantar “Like a Rolling Stone”; cristiano converso luego que, como él dijera, Jesús se le apareciera para imponerle las manos, un milagro que produjo maravillosos discos góspel que disgustaron a muchos. Es estúpido ser fan de Dylan y no asumir que la contradicción y la evolución es parte de su esencia.
Y en todo ese camino, allí están grabadas sus colaboraciones con George Harrison, con Tom Petty, con Johnny Cash, con Roy Orbison, con Patti Smith.
Un genio que escucha genialidades
En la revista de libros del “New York Times”, el crítico Dwight Garner advertía recientemente que los ensayos publicados por Dylan en “Filosofía de la canción moderna” recuerdan mucho a las letras de sus propias canciones. Y elige como ejemplo, medio al azar, su ensayo sobre " Everybody’s Cryin’ Mercy”, de Mose Allison. Dylan escribe: “Esta canción trata de la hipocresía. De golpear y correr, sacrificar y exterminar, coger el gran premio y terminar a la cabeza. Y después, ser generoso, enterrar el hacha de guerra, pedir perdón, besarse y hacer las paces”.
En efecto, en cada entrada de sus ensayos, el autor suena así de esclarecido. Dylan pone bajo la lupa las letras de la canción y revisa entre sus líneas. Hurga en las historias y las hace revelar mucho más de lo que insinúan. Y si Garner compara su estilo literario con su forma de cantar, también podríamos ligarlo con otra de las facetas de Dylan: la de locutor de radio, faceta que ejerció en “Theme Time Radio Hour”, programa por satélite emitido entre 2006 y 2009. Cada episodio, que puede escucharse aún en Internet, mezclaba eclécticamente el blues, el folk, el rockabilly, el R&B, el soul hasta el country y el rock and roll, centrándose en torno a un tema monográfico como el tiempo, el dinero o las flores.
Algo parecido a esos programas hace Dylan en este libro, desgranando rarezas musicales con su maravilloso estilo narrativo.
Sus sentencias, desperdigadas en cada párrafo, rozan muchas veces con la sátira. “Las mejores cosas en la vida son gratis, pero tú prefieres las peores. Quizá tu problema sea ese” o “Por muchas sillas que tengas, solo tienes un culo”, escribe a propósito de “Money Honey interpretada por Elvis Presley. Y con respecto a “My Generation”, el clásico de The Who, hay que temer ánimo pendenciero para insinuar que la canción “está cantada desde la perspectiva de un anciano de 80 años que vive en una residencia” o que Ricky Nelson y no Elvis fue el verdadero embajador del rock and roll.
Acompañan a los personalísimos ensayos de Dylan una investigación fotográfica notable, con imágenes de viejas películas, portadas de revistas, publicidades de época y recortes de folletín, cosas que podríamos encontrar en las paredes de una cafetería de estética vintage o en el fondo del ropero de un abuelo nuevaolero. Garner afirma que en “Filosofía de la canción moderna”, no hay tanta filosofía sino más bien un gran despliegue de conocimiento. Habría que definir qué entendemos por el término. En efecto, no hay intenciones de racionalizar la música ni compartir doctrina ni poética. Sin embargo, podríamos optar por otras acepciones de la palabra filosofía: la serenidad de ánimo para soportar las vicisitudes de la vida, o la manera personal de pensar o ver las cosas.
Desde esta perspectiva, el genial bardo de Duluth, con auténtico entusiasmo, reconoce la genialidad en canciones ajenas (y, a veces, en sus otros colegas). En su escala de valores prima la sencillez: “El trabajo de escribir canciones, como los demás tipos de escritura, se basa en buena medida en la edición: reducir los pensamientos a su esencia”, escribe al analizar “Pancho and Lefty”, de Willie Nelson y Merle Haggard. Dylan también apunta contra la artificialidad: “No hay nada prefabricado ni artificioso en ella. Nada cosmético o plástico. Es material de primera, y no sale en los mapas”, dice de “Take me from this garden of evil” de Jimmy Wages. Leer su libro con Spotify al lado puede resultar una epifanía.
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