Dentro de la tan rica tradición poética peruana, Carlos Germán Belli (1927-2024) podía enorgullecerse de un atributo especial y del que no muchos pueden jactarse: el no parecerse a nadie. Es por eso que Mario Vargas Llosa lo describió como un autor “sin antecedentes ni discípulos” en el prólogo del imprescindible volumen “Los versos juntos. 1946-2008″, que reúne su poesía completa.
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“La poesía de Belli no es fácil ni hace concesiones a los lectores –escribía el Nobel de Literatura en dicho texto introductorio–, más bien los desafía e induce, a fin de poder entenderla y disfrutar de ella, a revisar las nociones más elementales de lo que, en el sentido más general de esas palabras, se entiende poesía y por belleza”.
Belli se nutrió de las formas clásicas (las sextinas de Petrarca o los poetas del Siglo de Oro español), así como del surrealismo; y supo hallar un lirismo singular en fuentes tan disímiles como un bolo alimenticio o un hada cibernética. La primera parecía aludir a las entrañas mismas, o al nudo en la garganta de la desesperación humana; la segunda, insólita referencia tecnológica concebida a inicios de los años 60, expresaba una irónica preocupación por nuestra propia deshumanización.
“Creo que me adelanté un poquito al tiempo y eso me halaga mucho”, respondía el vate hace unos años a El Comercio. “Puede ser premonición, tal vez. ¡Es extraño! En ese poema hablaba de las computadoras cuando en ese momento solo disponíamos de máquinas de escribir. Qué diferencia con nuestro tiempo, con el auge de la cibernética”.
Hombre de familia
Belli de la Torre nació en Lima un 15 de setiembre de 1927. Parte de su infancia la pasó en Amsterdam, amén de las responsabilidades diplomáticas de su padre. Años después la familia regresaría al Perú, se movería entre Chorrillos y Santa Beatriz, y el joven Carlos Germán seguiría estudios de Literatura en la Universidad Católica y en la Universidad San Marcos, donde se graduó y doctoró.
Tras algunas experiencias laborales algo grises y burocráticas que se verían reflejadas en varios de sus poemas (“ya descuajaringándome, ya hipando/ hasta las cachas de cansado ya”), en 1957 Belli viajaría a Estados Unidos para tentar un trabajo en las Naciones Unidas. Sin embargo, la vida le depararía un episodio trascendental: la muerte de su madre lo obligaría a volver y asumir el cuidado de su hermano Alfonso, quien padecía una enfermedad que requería su asistencia. Ese hito marcaría un antes y un después en la vida del poeta.
De hecho, los asuntos familiares son claves en su obra: la presencia de sus padres, del mencionado hermano, de su esposa Carmela Benavente-Alcázar (con quien se casó en 1959) y de sus hijas es recurrente en sus versos, y frecuentemente se asocian al desaliento por un país que daba la impresión de ser un gran calabozo. Como escribía en “Segregación N°1: “Yo, mamá, mis dos hermanos/ y muchos peruanitos/ abrimos un hueco hondo, hondo/ donde nos guarecemos,/ porque arriba todo tiene dueño”.
Una voz sin parangón
Belli falleció ayer en su casa de Surquillo, a la edad de 96 años. La noticia la dio a conocer su esposa al crítico Ricardo González Vigil, y este a su vez al poeta y académico Marco Martos, quien lo anunció en redes sociales. “Después de César Vallejo, Belli fue el primero de todos, sin ninguna duda –dijo Martos a este Diario–. Fue el poeta peruano que tuvo más traducciones, el más conocido en el resto del mundo”.
Por su parte, el el escritor y crítico José Carlos Yrigoyen lo describe como “un poeta superlativo”: “Entre las resonancias hispanistas de los 50 y el conversacionalismo de los 60, optó por crear una microlengua riquísima que conjugó el arcaísmo con giros contemporáneos, vocablos provenientes de los laboratorios o de la onomatopeya vanguardista”.
“Lo suyo no solo fue una fundación formal –continúa Yrigoyen–, sino también el hallazgo de una manera distinta de cuestionar la realidad: la que adopta un atribulado ‘pobre amanuense del Perú’ que, desde la ciudad moderna, ocupando su modesto lugar en la clase media, contempla un panorama social injusto y lo reflexiona desde sus propias miserias y carencias, desde sus mismas esperanzas o pequeños triunfos de lo cotidiano. Esto no significa que Belli fuera un poeta triste. Todo lo contrario: se salvó de la tristeza mediante un humor directo y perspicaz o desde la ternura del hombre estoico”.
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