La lámpara de varias caras gobernada por Edgar Allan Poe. La muerte disfrazada de soldados ingleses y holandeses. El ángel inmóvil en el aire, como congelado en el tiempo y el espacio. Circe acechando todo lo que se mueve. El cráneo humano, tan shakespereano, tan vivo en huesos y en cavidades. Y Carlos López Degregori envuelto como un gran poema en libros, calaveras, Beatles, tocadiscos y madera, mucha madera. Allí está él, con zanjas en la frente que revelan lo mucho que ha tenido que pensar, y se ha sentado a conversar sobre su nuevo libro. “A mano umbría”, una publicación que, según el mismo vate, “es una deriva que se inició hace diez años, una bitácora interior que fija mis rostros y existencias reales, deseadas, conjuradas, ficticias”.
—Luego de tantos libros y poemas, ¿qué significa “A mano umbría” para usted?
El año pasado publiqué “Lejos de todas partes”, un libro que considero que escribí durante 40 años. Allí están todos mis poemas. Entonces creo que “A mano umbría” es la contraparte de “Lejos de todas partes”, recoge una serie de fragmentos que escribí en los últimos diez años. Fusiona el testimonio, el poema en prosa, el ensayo literario, textos muy personales y algunos con carga casi ficcional. Es una especie de imán que atrae distintos elementos y que funciona casi por asociación. Es, para mí, un recorrido por mi historia personal, sin que sea exactamente una biografía o una memoria.
—Usted suele asegurar que el poeta es un instrumento de la poesía, un medio para que el poema aparezca…
Claro que sí. La poesía es un dictamen, como solía decir Emilio Adolfo Westphalen. Es la concepción de lo que significa la creación. No es un don ni una condena, es algo que uno tiene y posee en su interior, y que en determinado momento te conecta contigo mismo y con la realidad de una manera distinta.
—Entonces, ¿una persona que no siente el llamado de la poesía nunca podría convertirse en poeta por más que lo intente?
La poesía admite muchísimos caminos, es el espacio de mayor libertad. La pluralidad de caminos de la poesía admite que, tal vez, alguien se proponga escribir un poema. Pero sí creo que existe un componente que está dentro de la estructura del poeta. Es una forma de sentir el lenguaje y también una manera de conectarse con lo que lo rodea. En ese sentido, sí creo que hay algo interior que viene en el poeta y que, claro, hay que construirlo y fortalecerlo a lo largo del tiempo.
—¿Cuándo se dio cuenta de que usted era un poeta?
En segundo de primaria me fui a vivir a Arequipa y regresé a Lima en el 69 para cursar quinto de secundaria. Y es sumamente traumático, difícil, incrustarse en un espacio donde todo ya está organizado y ya hay grupos. Además, en ese tiempo las interacciones eran más espinosas y difíciles, y yo me sentía un elemento extraño en el colegio. Lo único que hacía era esperar que los meses pasen, y casi como una manera de protección, como una forma de crear mi propia burbuja, comencé a escribir poemas. Llenaba páginas y páginas de poemas. Eran textos donde exploraba mis emociones, mi extrañeza, mi desubicación. Eran poemas muy malos, fueron destruidos y nadie los leyó. Esa fue mi primera experiencia con la poesía.
—¿La publicación de un libro es el fin de una etapa, de un momento de la creación?
Para mí, publicar un libro es desprenderse de una de las máscaras que uno tiene. Publicar un libro es cerrar un trozo de existencia, y este libro, “A mano umbría”, creo que está esclareciendo o tratando de hurgar en lo que ha significado el proceso para el sujeto biográfico que ha escrito los poemas.
—¿Cómo se da cuenta de que un libro está listo y no necesita más nada?
Yo trato de desprenderme de los textos. En mis procesos de escritura descarto muchos textos, muchos. A veces solo queda una frase, un verso, una palabra o un ritmo. Soy de soltar los textos y lo mismo hago con los libros. Y en lo que se refiere puntualmente a “A mano umbría”, todo surgió porque tenía poemas en versos que no habían entrado en una publicación anterior por un tema de atmósfera. Eran más personales, así que se quedaron y poco a poco los sumé con otros textos que llegaron luego. Y me di cuenta de que tenía 49 textos y por una cábala siempre quiero que mis textos sean de números impares. Además, 4 más 9 suma 13, que también es un número de la suerte. Esas fueron buenas señales para saber que ya era hora de publicar.
—¿Disfruta más de los poemas recitados o de la lectura personal e íntima?
Depende del tipo de poesía y del poema. Hay unos poemas que tienen más fuerza cuando llegan a través de la oralidad. Incluso, la poesía, en sus orígenes, era para ser cantada. El ritmo, la cadencia, el sonido, el juego con la sonoridad son muy importantes en la poesía. La poesía en voz alta es una gran posibilidad. Pero hay otro camino, en el que la poesía debe leerse, y es el que personalmente más me interesa. Creo que mis textos, más que ser escuchados, están hechos para ser leídos.
—Si la poesía es la conexión con la realidad, cuando esa realidad cambia, ¿cambia también la poesía?
Por supuesto, la poesía de hoy es completamente distinta a hace 20, 30 o 50 años. La poesía que hacen los más jóvenes es diferente. En realidad, no sigo mucho, no he leído lo que hacen, pero sí observo que hay un cambio y que cada vez hay más poesía, y que hay la sensación de que la poesía es un discurso efímero, incandescente, que se incendia rápidamente. La idea de que uno escribe para el futuro o que describe desde la tradición para preservarla está cambiando en este momento, y no es algo que deba preocuparnos. Uno simplemente debe preocuparse por escribir.