Existen pocos recursos más efectivos –y a la vez tan subestimados– contra las historias oficiales que la anécdota. Lo registrado y certificado en inflamadas tribunas políticas o circunspectas sesiones parlamentarias puede ser subvertido o desenmascarado por medio de una anécdota bien contada y con suficiente puntería para dar en la arbitraria diana de la memoria colectiva.
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