En una antigua edición del Diccionario de la Real Academia Española se decía, en el artículo “Gato”, que este felino tenía en las patas traseras cinco dedos. Carlos Mac Hale, en una obra titulada El Libro Mayor del Idioma, vale decir, el Diccionario de la Academia, corrigió el dislate, indicando que el gato no tiene cinco dedos en las patas traseras, sino cuatro, como lo puede comprobar cualquiera que tenga en su casa un gato.
Tomaron debida nota los señores académicos de la observación de Mac Hale y enmendaron la pifia, y en la siguiente edición del Diccionario se dijo, y en las que vinieron después se siguió diciendo, hasta la vigésima, inclusive, aunque en la actual, la vigésima tercera, ya no se dice, que el gato tiene, y efectivamente es así, cinco dedos en las patas anteriores y cuatro en las posteriores. Los cinco dedos están, pues, en las patas de adelante y no, como antes manifestaba el lexicón oficial, en las de atrás. Sostener que hay cinco dedos en las de atrás, es buscarle tres pies al gato, o mejor dicho, cinco. Buscarle cinco pies al gato es buscar razones o soluciones que no tienen sentido ni fundamento.
El verdadero dicho es buscarle cinco pies al gato. Así lo cita Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua Castellana, de 1611, y el salmantino Gonzalo Correas, en su Vocabulario de Refranes y Frases Proverbiales, de 1627.
La alteración del dicho es antigua, pues Cervantes, en la primera parte del Quijote, escribe “buscando tres pies al gato”. Sin embargo, antes fue más corriente decir cinco pies, y es más propio, porque hallar tres pies a quien tiene cuatro escosa fácil, pero hallarle cinco es imposible, salvo que se trate de un fenómeno, o que uno cuente el rabo como pie.
En lo antiguo había una fórmula, especie de conjuro, con que los viajeros creían cerciorarse de si la pieza que el ventero les presentaba en la mesa era liebre o conejo, gato o cabrito. Al efecto, todos los comensales se ponían de pie, y el más calificado de ellos, dirigiendo la palabra a la cosa frita, decía:
Si eres cabrito,
mantente frito;
si eres gato,
salta del plato.
El salto, naturalmente, nunca se producía, y los comensales comían lo que fuese, bueno o malo, persuadidos de que era conejo, liebre, cabrito o lo que quería el ventero. Lo cierto es que ahí había gato encerrado.
La expresión haber gato encerrado significa haber causa o razón oculta o secreta, o manejos ocultos.
Gatear, según el Diccionario, significa “robar sin intimidación ni fuerza”. En América, esta acepción de gatear se trasladó del gato al pericote, pues entre nosotros pericotear es robar, y pericote el que lo hace.
*Columna publicada el domingo 31 de julio en nuestra edición impresa.