Cusco, 1981. Nina es una niña de diez años que ama el cine y patinar en el parque. Bárbara, su prima mayor, le permite sondear el mundo adulto y le enseña a saber defenderse. La pequeña le admira, pero hay algo en ella que también le produce temor. Poco después de entrar a la universidad, Bárbara va radicalizándose, hasta que desaparece sin dejar rastro. Cuarenta años después, en un segundo movimiento de la historia, Nina descubre en un mercado Madrid a una mujer muy parecida a Bárbara. “Ella ha muerto”, le dice la joven antes de escurrirse entre la multitud. Intentar descubrir qué ha sido de ella será el propósito de la protagonista de “El año del viento”, que de Madrid nos lleva a Apurímac y Cusco, saltando por los hitos de la memoria y la geografía, combinando una inédita historia de detectives con una investigación en la memoria de una mujer que busca en su paraíso perdido.
Urgente y oportuna para los tiempos que vivimos, “El año del viento” parece un libro escrito expresamente para iluminar nuestra actual coyuntura. Mientras un errático gobierno no sabe qué hacer con los restos del terrorista Abimael Guzmán, Karina Pacheco cuenta el origen de su movimiento criminal en Ayacucho, Apurímac y Cusco, convocando fantasmas que creíamos desaparecidos y que, sin embargo, siguen manifestándose ahora en grotescas repeticiones.
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—¿Cómo sientes lo oportuna que resulta tu novela con una coyuntura como la actual?
La verdad es que yo también estoy sorprendida. Esta es una novela que llevaba dando vueltas en mi cabeza hace muchos años. Para mí, 1981 fue un año bisagra en mi vida, y quería construir una novela que partiera de esta fecha para contar desde la aparición de Sendero hasta el presente, en Madrid, lugar que me permite mirar, con distancia, hacia atrás. A veces, la distancia extrema te permite hacer preguntas urgentes que en la cercanía no te has hecho. Cuando ya teníamos el tema del “terruqueo” bastante álgido en los últimos meses, viene la muerte de Guzmán el 11 de setiembre. Las discusiones que han surgido nos muestran que seguimos lastrando los mismos fantasmas, mientras otros pugnan por la desmemoria. La novela ha llegado en el momento justo.
—¿Qué representa para ti que el cuerpo del genocida Abimael Guzmán lleve más de una semana en la morgue? ¿Qué nos haya tomado tanto tiempo decidir qué hacer con sus restos?
Significa que no sabemos qué hacer con las terribles lecciones del pasado. Significa que no hemos aprendido a dialogar y comprendernos, por eso no nos atrevemos a decidir qué hacer con ese muerto. Mira cuántos cuerpos fueron destrozados, dinamitados, insepultos y tenemos allí el cuerpo de quien propició todo ese horror. Ese cuerpo sin destino nos revela que no sabemos qué hacer como país. Era de prever que Abimael iba a morir en algún momento, y que no se haya discutido el tema manifiesta nuestra incapacidad de mirar el pasado. No aprendemos de lecciones del pasado tan atroces. En Europa, el horror que supuso el holocausto generó una movilización social para evitar que algo así pudiera volver a pasar. Nosotros, en cambio, llevamos 41 años desde la irrupción de Sendero y no queremos sacar lecciones de ello. Hay 70 mil muertos y se nos dice que debemos pasar la página para mirar el futuro. Pero no se puede mirar al futuro con semejante horror detrás.
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—¿Por qué crees que la prédica de Sendero Luminoso convocó a miles de jóvenes?
Esa es la pregunta que me perturba. En el Perú hay grandes estudios que intentaron responder a eso. Entre los mejores, destaca “El Surgimiento de Sendero Luminoso” de Carlos Iván Degregori, quien en los años 70 enseñaba en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, una de las mejores universidades públicas tras su reapertura. Degregori te habla de toda la expectativa que generó en los jóvenes la posibilidad de escalar socialmente por medio de la educación, en una sociedad tan estratificada y desigual. Sin embargo, muchos estudiantes sintieron que por más que por más acceso que tuvieran a la educación, siempre iban a quedarse abajo. Por otro lado, era una época en la que había una romantización de la lucha armada. Muchas de las izquierdas tenían la idea de que “el poder nace del fusil”. Viene Guzmán, formado en la China de Mao, y se toma esa prédica en serio. Y lo peor de todo, es que su idea de “arrasarlo todo para construir de nuevo”, tuvo mucho calado. Así Sendero se fue infiltrando en el sector educativo. Lo que a mí me preocupa es que hoy, a causa de la inmensa corrupción en el Perú, muchos jóvenes pierdan la esperanza. Los discursos que dicen “todo está podrido, nada sirve”, calan en las personas que se sienten hartas. Un discurso de destrucción les resulta cantos de sirena. Por eso es importante limpiar la política, para reconstruir la esperanza sobre bases democráticas y pacíficas.
—Desde el inicio de la novela se anuncia que ésta es una historia de ficción. ¿Cuánto, sin embargo, tiene de memoria personal “El año del viento” para ti?
De mi memoria infantil, mucho. Siempre he recordado el año 1981 como un hito clave en mi vida. Fue el año en que, de algún modo, empecé mi primera independencia. Mis padres me dejaron casi dos meses sola en mi casa de Cusco, y todo ese tiempo me dediqué a volar con mis patines en el parque.
—Era la época de “Roller Boogie”…
De “Roller Boogie”, y de otras películas que me encantaban, como “Excalibur”, por ejemplo. Era un momento bisagra, en que uno aún es niño y no quiere dejar de serlo. Entonces surgía Sendero tras doce años de dictadura militar. Entonces nadie entendía qué estaba pasando. La izquierda decía que eran agentes de la CIA, el gobierno decía que eran abigeos, y más tarde guerrilleros preparados en Cuba. Mientras tanto, todos en Ayacucho ya sabían qué estaba pasando.
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—Al enfocarte en el año 1981, hablas de un crimen que parecía un parte aguas en la historia de la violencia: la muerte del estudiante aprista Marco Antonio Ayerbe en medio de las manifestaciones por el aumento de los pasajes…
Fue algo traumático para toda la sociedad cusqueña: en medio de protestas por el alza de pasajes en el Cusco, Marco Antonio Ayerbe, de 19 años, fue arrestado en una heladería y golpeado hasta matarlo en un calabozo de la policía. El Cusco se levantó entonces, pues era algo inadmisible entonces. Había sido exalumno de mi colegio. Desde niña, cada vez que iba al cementerio para visitar la tumba de algún familiar, pasaba por la lápida de este chico, y me quedaba mirándola. Su muerte supuso un golpe a mi infancia.
—Como cuentas en la novela, casos como éste, o los atentados que se vivían a diario en Ayacucho o Cusco eran ignorados por los medios limeños. ¿Crees que aún hoy Lima mantiene esa ceguera con respecto a lo que sucede en las regiones del país?
He constatado que eso viene ocurriendo. Hoy tenemos todos los medios tecnológicos para estar mucho más al tanto de lo que ocurre, sin embargo la distancia, las fracturas geográficas, políticas o sociológicas, se ahondan. La prensa ha olvidado cosas tan importantes como tener buenos corresponsales. Por otro lado, hoy la prensa escrita y radial del Cusco no llegan a tener la calidad que tenían hace 40 años. Puedes darte cuenta si revisas las hemerotecas del Cusco. Hace 40 años, en términos políticos y sociales, por una red de vínculos culturales muy antigua, Cusco estaba mucho más cercano a Apurímac, a Puno, a Ayacucho y Madre de Dios. Y las noticias daban cuenta de lo que sucedía en estos territorios culturalmente próximos. Hoy esa comunicación no es tan fluida.
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—Y Lima demoró mucho en darse cuenta de la existencia de Sendero.
Entre el 17 de mayo de 1980, que fue su primera aparición pública de Sendero el día previo a las elecciones, hasta el 31 de diciembre de 1980, hubo más de 700 atentados. La mayor parte estaban centrados en Ayacucho, pero también en Lima. Sin embargo, ello no se reflejaba en los diarios de Lima. Sendero había incendiado las Municipalidades en San Martin de Porras, San Juan de Lurigancho y Comas, pero en las noticias estos atentados figuraban como “incendios”, producidos por “petardistas” o “atacantes desconocidos”. Si en esos primeros momentos hubiéramos sabido actuar con inteligencia, quien sabe si el horror de Sendero habría llegado al extremo que se llegó.
—Apurímac y Cusco son escenarios centrales de la infancia de Nina, la protagonista. Pero al abordar el presente, la novela te traslada a Madrid. Allí se observa la dispersión de muchas familias destruidas por Sendero, que tuvieron que refugiarse fuera del país.
Bárbara, el personaje de la novela que entra en Sendero, de algún modo termina dinamitando su propia familia. Y esa es una historia que se puede replicar mil veces. Las familias con miembros que formaron parte de Sendero terminaron estigmatizadas, sin poder públicamente expresar su dolor. Son dramas íntimos de los que la sociedad peruana no permite hablar. Quizás la peor herencia de Sendero Luminoso con su violencia brutal es que hizo que nuestra sociedad normalice la brutalidad. Por eso nadie considera como urgencia tratar de entender por qué paso lo que pasó.
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—“El año del viento” es una novela de mujeres. Son ellas las que mueven la historia, ellas con las que investigan y las que son investigadas. ¿Fue una decisión consciente?
Ello se refleja en las madres que buscan a sus hijos perdidos. En un conflicto armado interno tan atroz como el que se vivió en el Perú, la mayoría de muertos han sido hombres, y son las mujeres las que quedaron haciéndose preguntas. La narradora en esta novela tiene mucho de mí. Y para poder crear una intimidad, con una prima lejana a la que admira en muchos aspectos y en otros le genera miedo, esa intimidad tenía que ser femenina.
—La literatura cusqueña fue la primera que advirtió el fenómeno senderista, con libros como “La joven que subió al cielo”, de Luis Nieto Degregori, por ejemplo. ¿Con tu novela, crees que hemos llegado al momento de hacer un balance histórico, 40 años desde el nacimiento de Sendero sin aún recuperarnos?
Creo que tenemos que hacer muchos balances. La literatura tiene esa magia: a través de la ficción, puedes construir historias que abordan un gran escenario y a la vez una intimidad con la que los lectores puedan identificarse. Es cierto, Lucho Nieto escribió los primeros cuentos sobre la violencia política, junto con otro gran cuentista cusqueño como Enrique Rosas Paravicino. Pero ciertamente la literatura demoró varios años en responder. Los primeros cuentos registrados aparecen recién en 1984, cuatro largos años antes que la ficción empiece a abordar esos terribles tiempos.
La presentación
Este martes 21 de septiembre a las 7:00 p.m., la escritora presentará su nueva novela “El año del viento”. El evento será transmitido a través del Facebook Live de Planeta de Libros Perú. Acompañará a la autora el periodista Marco Avilés.
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