En medio de la línea de fuego, con balas silbando cerca de sus oídos o bombas explotando a su alrededor, un grupo de mujeres ha registrado desde hace décadas los horrores de la insania bélica. Aunque para muchos ser corresponsal de guerra es todavía un territorio netamente masculino, lo cierto es que la labor periodística en estas circunstancias supera con creces los estereotipos de género. Ejemplos de valentía y tenacidad femenina existen en todo el mundo y, por supuesto, también en Perú. Es, precisamente, con la intención de visibilizar el trabajo de seis reporteras peruanas que acaba de ser publicado “Mujeres en conflictos”, libro de Christiane Félip escrito tras dos años de ardua investigación.
Cuenta la autora francesa radicada en Perú que el azar hizo que sus dos pasiones, la literatura y la historia, se unieran. Mientras leía “El hombre que amaba a los perros” de Leonardo Padura, supo que el protagonista y asesino de León Trotsky tuvo por compañera a Marina Ginestá, quien radicaba en Barcelona y fue reportera de guerra desde muy joven. Ese fue el punto de partida. “Empecé a investigar y me di cuenta hasta qué punto se hablaba tan poco de las mujeres en esta profesión. Y si se hablaba solo era de las norteamericanas, francesas o italianas, pero no de las latinoamericanas”. Félip acababa de terminar una novela y tenía muchas ganas de incursionar en la crónica. Seguirle el rastro a Patricia Castro Obando, Vera Lentz, María Luisa Martínez, Mónica Seoane, Mariana Sánchez Aizcorbe y Morgana Vargas Llosa, reporteras o fotorreporteras que cubrieron conflictos en el Oriente Medio, Bosnia, Kosovo, Afganistán, Irak, Israel, Palestina, Centroamérica y Perú, se convirtió en un trabajo a tiempo completo desde el 2018.
Después de haber escuchado sus historias, ¿cómo define la labor de estas seis mujeres?
Como un trabajo con un profesionalismo extraordinario. Admiro su valentía, su ética, la forma en cómo han reportado porque ellas han sabido dar testimonio del horror con mucha dignidad tanto a nivel de imágenes como mediante escritos. Tal vez el hecho de que ellas sean mujeres hizo que apuntaran más a la población civil que hacia el acto bélico propiamente dicho. Salvo Mariana (Sánchez Aizcorbe), todas se centraban mucho más en la gente. Han sabido hacerlo con gran sensibilidad pero a la vez con objetividad, aunque como sabemos uno no puede ser objetivo en su totalidad, se puede ser objetivo al contar lo hechos pero es cierto que cada uno tiene su punto de vista.
¿Esta mirada más social y humana, es para usted la principal diferencia entre mujeres y varones al cubrir una guerra?
En un artículo de la reportera española Ana del Paso, que escribe en el diario El Mundo y El País, ella decía que la mujer reporta desde un punto de vista de género. Puede ser, porque, por ejemplo, Morgana Vargas Llosa decía que a ella le interesaba mucho sacar fotos de los niños. Quizás sea cuestión también del carácter. Lo que sí he notado y he leído es que contrariamente a lo que uno tiende a pensar, las mujeres reporteras de conflictos no son pocas. Según datos del 2015 de la Federación Internacional de Periodistas, el 50% de profesionales que cubrieron conflictos eran mujeres y el 30% de ellas eran freelance. Las mujeres que me dan su testimonio han sido, precisamente, freelance, y por serlo han corrido más riesgo, porque están por su cuenta, tienen que costearse todo, ellas mismas deben conseguir un chaleco antibalas, por ejemplo. Además, estos chalecos están hechos para varones, pesan mucho.
Dificultades adicionales a la labor en sí misma.
El reportero de guerra es para mí un héroe. Arriesga su vida para dejar trazas de los conflictos, son quienes construyen la historia. Sin ellos no se sabría de Pol Pot, del Holocausto, del genocidio de Ruanda, del conflicto interno peruano. De las seis entrevistadas, es a las fotorreporteras -porque la imagen impacta más y se transmite con facilidad-, a las que más se conoce. Nombres como Vera Lentz o Morgana Vargas Llosa no son ajenos, pero los de las reporteras casi nadie los conoce. Cuando me dieron sus nombres empecé a preguntar entre amigos y conocidos si sabían de ellas y la respuesta era siempre la misma, no. Me dio cólera y me dije que era necesario que la labor de estas mujeres se diera a conocer. No es justo que no se sepa de ellas, que ningún libro las mencione. Ese es el objetivo de este libro.
El desconocimiento del trabajo que han realizado estas periodistas es sintomático de nuestra sociedad, sobre todo si tenemos en cuenta que todas las periodistas que entrevista han recibido premios internacionales.
Son mujeres sumamente discretas, están tan comprometidas con su trabajo que los premios no les importan. Su misión era dar a conocer lo que pasaba, lo que otros no querían ver en muchos casos. Me enteré, no por ellas, que Mónica (Seoane) tenía un Emmy, que Mariana (Sánchez Aizcorbe) también, en realidad todas han sido premiadas. Pero para ellas es lo de menos. Se dedican por completo a la noticia honesta y bien hecha. Sin embargo, por la facilidad con que ellas aceptaron ser parte de este proyecto me di cuenta de que necesitaban que alguien las escuchara. Como ellas hicieron con la gente que estaba en medio de la guerra, quienes les agradecían por haberlas contactado y escuchado. Percibo que se adhirieron a este trabajo para poder contarle al mundo lo que ellas vivieron y sintieron y porque de alguna forma se dan cuenta de que su labor no es del todo conocida y reconocida.
Sería interesante que ese reconocimiento llegue también del lado de aquellos que todavía consideran que la cobertura de los enfrentamientos bélicos no es para mujeres.
Espero que así sea. Y no solo de periodistas como Juan Gargurevich o Gustavo Gorriti, quienes ya han leído el libro y saben lo que hay detrás de todo este trabajo. Pero sucede que para la sociedad en general, incluso para muchas mujeres en particular, esta es una labor eminentemente masculina. Aún queda mucho de esa mentalidad. Pero poco a poco estamos demostrando que la mujer es capaz de asumir las mismas labores que los hombres. Y creo que el periodismo de guerra es el mejor ejemplo de igualdad de género.
Dentro de las conversaciones puntuales con ellas, de lo que vieron o registraron, ¿hubo algo más que la sorprendió?
La emoción. Al contar algunos episodios de sus reportaje ellas paraban. He tratado de mostrar esto en la narración del libro. Había un silencio. Se notaba que estaban viviendo de nuevo lo que habían presenciado. Ha habido momentos muy emotivos que ellas han intentado llevar con cierta tranquilidad, pero que 10 o 15 años después de ocurridos siguen teniendo un fuerte impacto emocional. Incluso en dos casos me dijeron que no podían continuar, pero a la vez me agradecían haber abierto de alguna manera esas heridas que finalmente duelen más si no se hablan de ellas. Alguien dijo que si un periodista no es capaz de sentir el dolor ajeno no puede hacer un buen reportaje. Yo creo que es cierto. Ellas lo han sentido en carne viva, eso explica que su reportajes sean tan humanos.
EL DATO: “Mujeres en conflictos” está a la venta en las librerías Placeres Compulsivos y El Virrey. También a través de las redes sociales de Cocodrilo Ediciones.
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