El filósofo español Santiago Beruete es autor de los libros "Jardinosofía" y "Verdolatría". (Foto: Alessandro Currarino)
El filósofo español Santiago Beruete es autor de los libros "Jardinosofía" y "Verdolatría". (Foto: Alessandro Currarino)

Como filósofo y experto en jardines, el español (Pamplona, 1961) ha sabido cultivar una forma de pensar al ser humano en armónica relación con la naturaleza, a contracorriente de un mundo depredador y casi suicida. En ese planeta enfermo, la pandemia del coronavirus parece ser un síntoma más. Y es sobre este mal que Beruete, autor de los libros “Jardinosofía” y “Verdolatría”, nos responde por correo electrónico desde el aislamiento obligatorio que también acata en su hogar en Ibiza. Un confinamiento que, según sus propias palabras, “es a veces una maldita reclusión y otras un bendito retiro”.

En una parte de tu libro "Verdolatría" mencionas que ya somos desde hace tiempo una sociedad enferma, y que "permanecer hasta cierto punto inadaptados" es una forma de mantenernos sanos. ¿Lo estamos viendo más claro con el coronavirus, no?

Si queremos ser dueños de nuestra mente y mantenernos cuerdos en un mundo de locos, debemos convivir con el menor número de contradicciones posibles. La pandemia del coronavirus ilustra a la perfección que es preferible buscar la verdad que aferrarse a mentiras consoladoras, y que es preferible vivir en la incertidumbre que engañados. La credulidad actúa como la radioactividad. Destruye nuestras defensas silenciosamente y nos deja inmunes a las amenazas. Si no razonamos, irremediablemente metabolizamos prejuicios, repetimos conductas nocivas y nos convertimos en esclavos de nuestros temores. El pensamiento crítico, por el contrario, refuerza nuestro sistema inmunológico contra los tóxicos mentales a los que diariamente nos enfrentamos y que, como la ansiedad crónica, las expectativas ilusorias y el narcisismo, ponen en grave riesgo nuestro ecosistema biológico y emocional. Mi recomendación para pasar esta y otras crisis es poner en cuarentena nuestras ambiciones, retirarse de la loca carrera del mundo y aprovisionarse de las cosas que cuestan poco y valen mucho.

He leído varios mensajes del tipo "veo el cielo más despejado" o "hay una repoblación de aves". ¿Puede la naturaleza ofrecer una respuesta visible y concreta frente al repliegue del ser humano en cuarentena? ¿O solo son percepciones?

La naturaleza vuelve con el mismo ímpetu con que la despachamos. Aborrece el vacío, como afirmaba Aristóteles. De modo que, si la presencia humana disminuye y, de paso, su huella ecológica, ese nicho será ocupado por plantas y animales. Nos gusta creer que el futuro del planeta está en nuestras manos, porque avala uno de nuestros prejuicios más arraigados, compartido por una buena parte de los movimientos ecologistas: los seres humanos somos los protagonistas de la Historia Natural. Tendemos a olvidar que las plantas poblaban la Tierra muchos millones de años antes de que nosotros irrumpiéramos en escena. Y si no somos capaces de frenar la degradación de la biosfera, no tardarían en colonizar las ruinas de nuestra civilización como si tal cosa, lo cual daría un nuevo y sobrecogedor sentido a uno de nuestros mitos fundacionales: la expulsión del Jardín del Edén.

Aunque el origen del virus aún no es conocido, se intuye que provendría, nuevamente, de los animales, y muy probablemente a través de la alimentación. ¿Puede leerse esto como un mensaje a nuestra depredación?

Al mismo tiempo que nos concienciamos de ser terrícolas, se va adueñando de nosotros el temor de que la Tierra se tome la revancha y se vengue de nuestros continuados expolios y desmanes. Esta pandemia puede leerse como una parábola sobre los riesgos de la globalización. La ciencia ficción ha explotado numerosas veces el argumento de que la naturaleza se revela contra nuestra opresiva dominación o, si se prefiere, se defiende contra la plaga humana. Abundan las películas y series que especulan con la posibilidad de un colapso medioambiental, una catástrofe climática o una pandemia letal.

Este drama parece ser, también, una oportunidad para reflexionar sobre nuestro antropocentrismo. Según lo que has podido estudiar, ¿en qué momento comenzamos a ser tan egoístas respecto a todo lo no-humano?

La soberbia es uno de los rasgos distintivos del animal humano. Nuestra especie ha presumido de ser la única inteligente, con sensibilidad, capaz de comunicarse, hecha a imagen y semejanza de Dios. Es hora de que cambiemos esa percepción. Sabernos emparentados genéticamente con el resto de los seres vivos nos debería servir de cura de humildad y prevenirnos contra la perniciosa arrogancia de sentirnos superiores. La amenaza de catástrofe humanitaria, no menos que de una hecatombe medioambiental, tal vez pueda unir a la raza humana en la búsqueda de soluciones. Si no queremos convertirnos en otra especie más en extinción, no solo debemos acelerar la transición hacia un mundo con energía cien por cien renovable, sino también aprender a pensar de otra manera. No estamos solos. Compartimos el planeta con muchos otros seres, más del 90 % de los cuales son plantas. «El alquimista supremo», las ha llamado la bióloga Sandra Myrna Díaz. Un hecho en el que nunca se insistirá suficiente es que todas las formas de vida están hermanadas y sostienen un incesante diálogo las unas con las otras, del que nunca podemos decir que sabemos suficiente.

Y ante las restricciones para el contacto entre personas, ¿cuán recomendable es entablar relaciones con las plantas?

El contacto con las plantas nos humaniza. Los seres humanos siempre han ajardinado sus sueños, han engalanado con flores y árboles sus ideas de una buena vida, como si no pudieran vislumbrar la dicha sin el verdor de las plantas. Si decoramos los espacios habitados con árboles, arbustos y flores de toda clase, tal vez sea porque estos despiertan en nuestro interior el vago recuerdo del Jardín de las Delicias. En su presencia nos invade una atávica sensación de seguridad, pues obtenemos del reino vegetal cuanto necesitamos para nuestra supervivencia. Lamentablemente esa es una sensación que no siempre experimentamos junto a nuestros semejantes.

Sin ánimo de jugar a la futurología, ¿crees que luego de salir de este problema, podamos aprender la lección y mejorar en nuestra conducta frente al mundo?

Es casi un tópico decir que saldremos de esta crisis de una manera muy distinta a cómo entramos. Quiero creer que aprenderemos la lección correcta y arreglaremos el barco mientras navegamos. Estamos descubriendo con una mezcla de estupor y pesadumbre que somos más vulnerables y frágiles de lo que imaginábamos. Lo que todos deberíamos comprender es que negar las evidencias y engañarnos solo empeorará las cosas. Tan inoperante y escapista es melodramatizar como resignarse, cerrar los ojos a las inequívocas señales de alarma como asumir que está fuera de nuestro alcance la solución al problema. Debemos optar entre estar a la altura de las circunstancias y cambiar sin garantías o ir detrás de los acontecimientos y acarrear las consecuencias.

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