De las posibilidades creativas de José Rosas Ribeyro (Lima, 1948) teníamos suficientes pruebas. Después de todo, hablamos de un destacable poeta de la generación del setenta y autor de uno de los libros más importantes de su camada (“Curriculum mortis”, 1985). Esos antecedentes hacían alarmante la indisimulable irregularidad o los fracasos de sus últimas entregas (la novela “País sin nombre” del 2011 y el poemario “Contemplaciones” del 2014), heridas por la indulgencia o el desconcierto con los que fueron concretadas.
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“Cuadernos de pasión y desasosiego”, el primer tomo de su diario (bautizado como “Los días ordinarios”), resulta por eso mismo una gratificante reconciliación con el trabajo de un escritor que ha exhibido un convincente mundo personal gobernado por la sordidez y la ternura.
“La tentación del fracaso” de Julio Ramón Ribeyro consolidó en nuestro contexto el diario como género literario, pero su ejemplo no había tenido hasta ahora continuadores atendibles. Rosas sigue esa vertiente, aunque su decisión de asumirla es distinta. Ribeyro, parco y contenido, transformaba sus acontecimientos vitales en una puerta para la reflexión acerca de nuestra condición humana, sus tribulaciones y su finitud, los desafíos del trabajo creativo o la disección serena de nuestras pasiones y afectos.
Rosas Ribeyro, desde la primera entrada de su bitácora, nos advierte que aquí no encontraremos ninguna clase de estoicismo: el miedo, la depresión y la incertidumbre más torturantes serán sus guías a lo largo de este recuento de muchas quejas y pocos contentamientos. Al borde de los 30 años, expulsado de su patria, habita a finales de los setenta un pequeño cuarto en París donde el frío, la soledad, la pobreza y sus fracasos amorosos lo impelen a desahogarse en una máquina de escribir.
Rosas parece volcar sus secretos y apetencias privadas sin pensar en un hipotético lector: es desbordante, crispado, impúdico como muy pocas veces ha ocurrido en nuestras letras: los deseos homosexuales, alivios escatológicos e inclinaciones más bajas pueblan esta desestabilizada visión autobiográfica.
Aunque su autor insista en que escribe “sin hacer literatura”, eso no es verdad. Hay en muchas de las páginas de este diario la necesidad de hallar la imagen y las referencias adecuadas para plasmar y condensar con mayor precisión y emoción sus crisis, el desarraigo y los impulsos del eros. Hallamos numerosos pasajes de conmovedor lirismo y núcleos narrativos de despojada dicción. No es casualidad que Rosas incluyera alguno de ellos en “Curriculum mortis”, otro libro fundado en confesiones lacerantes y descarnadas.
Pero quizá la diferencia más notoria entre el diario de Ribeyro y el de Rosas radique en que el primero registra los esfuerzos, contramarchas y conquistas de quien ha construido a base de disciplina y vocación una obra sólida y reconocida con el paso de las décadas, mientras que el segundo es la sombría enumeración de invisibles y tangibles enemigos –problemas financieros, las dudas acerca del propio talento– que conspiran contra la determinación de Rosas por terminar su primer libro. Los años trascurren; el paralizante escepticismo se mantiene. Ese escepticismo que vacunó a Rosas del dogmatismo ideológico predominante en su generación fue también –cruel paradoja– el principal obstáculo para desarrollar su expresión de libertad más ansiada: los poemas, cuentos y novelas que se acumulaban inconclusos en su escritorio.
Rosas nos regala uno de los testimonios más honestos sobre la inseguridad y la frustración literarias que recuerdo por parte de un escritor peruano. El egocentrismo, la inquina y el disfuerzo extravagante que malograron un buen intento como fue su “País sin nombre” son indetectables en este diario: apartados esos velos fatuos, queda el poeta en su buhardilla miserable que mira pasar la vida queriendo creer en “un dios… un partido… cualquier cosa”, mientras frente a él una inmutable página en blanco le recuerda la condena de sus deudas consigo mismo. Una condena que el inmóvil presente de este diario se encarga de hacer perpetua.
DATO
3.5/5
Autor: José Rosas Ribeyro.
Editorial: Lancom.
Año: 2019.
Páginas: 220.
Relación con el autor: conocidos.