“La Poesía es un texto contra el Mundo”, escribió hace algunos años Roger Santiváñez, fiel a su carácter iconoclasta. El mismo que lo llevó a fascinarse con el rock en la solitaria Piura de mediados de los 60, con el punk en la Lima de los 70 y con el inconformismo subterráneo de la movida contra cultural urbana en los años 80. Con esa misma curiosidad, su búsqueda lo llevó del hippismo al comunismo, y de este al anarquismo, en un periodo de tiempo tan intenso que lo hizo dejar de creer en la política y creer para siempre en la poesía que es, al fin y al cabo, la reafirmación de su vida. Desde su casa a orillas del río Cooper, en el sur de Nueva Jersey, Estados Unidos, habla con nosotros sobre cómo lo transformaron el rock, la poesía, las calles, las mujeres y los amigos en los más de 50 años que narra en “El sentido de la soledad”.
—¿Qué es lo que te lleva a escribir un libro como este? Es decir, ¿Qué te ha hecho vencer el pudor de compartir tus memorias con tus lectores?
La verdad es que nunca en mi vida había pensado escribir un libro de memorias, jamás. En enero del 2017 murió mi hermano mayor, Aníbal, y con su muerte me vinieron un montón de recuerdos con él. Aníbal era mucho mayor que yo, me llevaba unos 16 años, pero siempre habíamos tenido una relación muy linda. Entonces, me vino a la memoria cuando me llevaba a su casa de playa en San Pedro de Piura y pasábamos unos veranos lindos. Esos recuerdos conforman el primer capítulo del libro. Pensé hacer una novela corta con el tema del verano, pero te digo la verdad, se me acabaron los recuerdos, no me daban como para esa novela. Pensé qué hacer y me vinieron a la mente los días del final del verano, cuando volvía a mi casa de la urbanización Santa Isabel en Piura y, en ese instante, pensé: “Puedo hacer un libro de memorias”. Ahí es donde se me ocurre escribir “El sentido de la soledad”.
—Más allá de lo cabalístico de dividirlo en 3 grandes partes con 9 capítulos cada una, ¿Cuál fue tu criterio para distribuir las historias? Porque vas y vienes en el tiempo, intercalas épocas, personajes. Escribirlo y ordenarlo debe haber sido todo un reto…
Sí, el 3 y el 9 son números que me gustan. Cuando comencé a pensar cómo escribirlo, decidí armar unidades de 3 capítulos en cada área. Por ejemplo, hablando de mi vida en el rock, lo dividí en No Helden, Biz Pix y Nirvana, los 3 clubes de rock que frecuentaba en esa época. Otra división fue Junín 381, Santa María 320 y Bellavista 724, las 3 direcciones de las casas en las que viví en la niñez, adolescencia y mi juventud en Lima. Del mismo modo hice con Hora Zero, Kloaka y Komité Killca, los grupos en los que estuve. Cuando tuve esa estructura lista, avancé con la redacción del libro. Ahora, tu pregunta es interesante porque, claro, uno dice: “A este pata, ¿Por qué se le ocurre contar todas estas cosas, incluso íntimas y todo lo demás?” La verdad es que he reflexionado sobre eso y pensé que, simplemente, es la necesidad de testimoniar tu paso por este mundo, tratando por supuesto de que este testimonio pueda contribuir, en cierto sentido, a conocer lo que es la condición humana, porque cada vida es un retrato de la condición humana en general. Mi deseo ha sido testimoniar la condición humana a través de mi propia experiencia personal. En ese sentido, tenía que contar la verdad de lo que me ha ocurrido, las cosas como fueron, sean cosas bacanes o cosas terribles, horrorosas.
—¿Te hubiera sido más difícil limitarte o autocensurarte y dejar de contar ciertas cosas?
Claro. Tuve que vencer el pudor para contar cosas muy íntimas, pero tenía que hacerlo. Esa fue la propuesta que asumí como autor del libro, dar un testimonio veraz de lo que pasó.
—Tu llegada a Lima hace más de 50 años debe haber sido impactante para ti…
Claro. Después de escribir las cosas piuranas de los 3 primeros capítulos de niñez y adolescencia, pensé escribir 3 cosas relativas a lo nuevo que fue para mí Lima cuando llegué. Yo venía de Piura, un pueblo chiquito, una ciudad muy pequeña, y Lima me pareció un monstruo, una cosa gigantesca y terrible. Así que decidí que mis primeras impresiones de Lima giraran alrededor de la palabra “nuevo”. Lima significó mucho en mi juventud, por lo que viví en esos días en que llegué a la San Marcos, conocí a jóvenes poetas y comencé a tomar conciencia política y a militar en una organización de izquierda revolucionaria. A esa altura del libro decidí hacer cortes transversales y permanentes saltos en el tiempo, para no seguir una cronología lineal de año tras año. Iba de un lado a otro en el tiempo, pero trataba de darle esa estructura de las unidades de 3 cosas en las que había una relación. Entonces, más o menos hay una ilación subyacente.
—En el libro cuentas las circunstancias, pero ¿Cuál fue la sensación interior, espiritual, que te lleva a iniciarte en la poesía?
Iniciarme en la poesía fue una cosa muy extraña, porque empecé a escribirla cuando acababa de cumplir 15 años, el año 71. ¡Imagínate! Hace más de 50 años. Estaba en Piura, en cuarto de media, en plena crisis adolescente, muy palteado con toda esa vaina de preguntarme qué diablos hago en este mundo o para qué vivir. La típica de cualquier chico de esa edad. Me sentía muy mal, la verdad, porque no le encontraba ningún sentido al hecho de estar viviendo. No sé cómo es que me he puesto a escribir algo que se me ocurrió que era un poema, aunque no tenía ningún conocimiento real de la poesía, ni nada por el estilo. Fue una cosa que me hizo botar lo que me preocupaba acá adentro. Lo eché todo para afuera al escribir. Haber sacado estas cosas de adentro para afuera me dio una gran calma, un gran relax, una súper tranquilidad y entonces dije “Ah, bueno, entonces creo que voy a dedicarme a hacer esto toda mi vida”, porque me daba calma. La verdad es que desde ahí ya no he parado, porque me asumí como un poeta en ese momento. Y nunca dejé de sentirme así y así seguí toda mi vida hasta ahorita. Lo más irónico es que recién comencé a leer después de eso. Mi padre era abogado y gran lector, tenía una súper biblioteca, pero yo antes paraba más preocupado en la pelota y en jugar fulbito todos los días. Esa era mi pasión hasta que llegó la poesía. García Lorca, Javier Heraud y Vallejo fueron los primeros que me gustaron.
—A lo largo de tu vida has pasado por la influencia de varios movimientos sociales, pero también musicales. El hippismo o el punk, por ejemplo. ¿Qué huellas dejaron en ti y en tu poesía?
Mucho, porque imagínate, en los años 60, cuando yo era un niño de unos 10 años, leía acerca del Summer of Love en las revistas que compraba mi viejo. Cuando nace el movimiento hippie me quedo fascinado por toda esa historia y, además, estaba de acuerdo con su pensamiento, contra un sistema lleno de convencionalismos, de formulismos, que no era para el auténtico ser humano, y con usar el pelo largo si te da la gana. No tienes porqué andar con el pelo corto o ponerte terno si no te da la gana. Yo asumí tanto eso que, hasta hoy, no sé hacerme el nudo de la corbata, no sé ponérmela. Asumí el pensamiento hippie, estaba contra el sistema establecido y leía esas revistas y libros sobre el tema. Ya llegué a la adolescencia convertido en un hippie mental total (risas). Además, en esa época el hippismo iba junto al rock and roll. La sicodelia, Janis Joplin, Jimi Hendrix, los Doors y Morrison eran cosas que me apasionaban. Aprendí a tocar guitarra con los patas en el barrio, comenzamos a hacer bandas para tocar en las esquinas todas estas canciones o para oír a las que había en Lima en ese momento, los Traffic Sound, Telegraph Avenue, El Álamo, Gerardo Manuel, We All Together, Pax. Para eso yo ya estaba en cuarto o quinto de media. Ya estaba involucrado en todo eso y, sin duda, tuvo una influencia grande en mi visión del mundo, lo que se refleja en la poesía que uno escribe. Así como después me impacta el punk, otro enfrentamiento al sistema, y eso ya tiene que ver mucho con mi relación con las bandas subterráneas de Lima que, en general, eran como de anarquía y rocanrol y punk también, asumido en el contexto peruano. Había una relación por ahí…
—Había ciertos valores en común. Aunque unos eran paz y amor y los punks eran más anárquicos y con un rasgo más de violencia…
Sí, era otro momento. Alguna relación tenían, aunque sea secreta, en su enfrentamiento al sistema, aunque fuera por caminos distintos…
—Alguna vez pensé que el movimiento punk era una especie de consecuencia del desencanto que dejó al final la época hippie: No pudimos con la paz, ahora vamos a destrozar todo.
Es una linda interpretación. Y sí, puede ser, está bacán, no lo había pensado. Pero es cierto.
—Tuviste también la oportunidad de tener influencias de Kloaka, Hora Zero, Komité Killca, La sagrada familia… ¿Cómo te cambiaron estos grupos?
Eso es interesante, porque yo pasé del hippismo al comunismo cuando estaba en la UNMSM. Del rechazo al sistema pasé a una cosa más consciente y política y muy pensada, que es la base del materialismo dialéctico, del comunismo. Yo asumo una militancia en esos años, pero me desengaño rápido, porque me di cuenta de que ninguno de los partidos que estaban cerca, de los que decían que iban a hacer la revolución o que la querían, en realidad no hacían nada para hacerla. Se volvieron parlamentarios y en el congreso actuaban como cualquier otro político burgués y no hacían ninguna revolución ni nada. Eso me desengañó rápido y me volví anarquista. Ya no creo en nada de esa huevada, ni en la izquierda ni en la derecha creo. Como dice la canción de Narcosis, Hemicirco: “Izquierda y derecha son la misma mierda”. Y ahí es cuando se me ocurre lo de Kloaka, un grupo de poetas y artistas anarquistas, en rechazo total contra el sistema y el orden establecido. Pero antes de eso había estado en Hora Zero por invitación de Jorge Pimentel. Salgo de HZ para fundar Kloaka. Cuando era militante comunista me interesaba hacer una poesía que reflejara las luchas del pueblo y los ideales del comunismo. En ese momento me pareció que Hora Zero estaba muy cerca de eso, que esa poesía reflejaba esas luchas del pueblo y las representaba. Efectivamente, HZ me ayuda mucho, me cambia, porque yo venía de un mundo bien clasemediero, de una burbuja pequeño burguesa en Piura y mis primeros años en Lima también fueron más o menos así. Pero cuando milito en HZ, ahí conozco realmente al pueblo peruano. Eso fue lo realmente importante. Conocí con ellos cómo era la gente real, de carne y hueso, lo popular peruano y su lenguaje, que es lo que interesa para la poesía. El empaparme de esas vivencias me enriqueció enormemente.
—Esas largas noches de bohemia fueron productivas…
Claro, las reuniones de Hora Zero eran en cantinas de mala muerte de Surquillo o del Rímac o en Lince, en zonas abiertamente populares. Esa era la cosa.
—A propósito de lo que estamos pasando ahora, en estos días se ve una agitación política muy similar a la que se vivía en los años 70, con extremismos en ambos lados. ¿Cómo ves esta situación?
Es verdad que hay un paralelo grande, porque a fines de los 70 hubo una gran agitación y una gran movilización en el Perú muy parecida a esta. Lo que pasó fue que cuando Morales Bermúdez derroca a Velasco, es decir, desmonta las reformas de Velasco, que quieran o no, beneficiaban al pueblo, este pueblo reacciona y empieza a hacer huelgas, movilizaciones y hasta hacen un paro nacional grande por primera vez en el que nadie fue a trabajar, en julio del 77, fue una huelga total. Es ahí cuando Morales Bermúdez retrocede y anuncia que el próximo año habría elecciones para una Asamblea Constituyente y, en 1980, elecciones generales, y él se iba. Ya con eso calmó la onda.
—¿A pesar de que iba estar dos años más en el poder la gente se calmó? Porque acá Dina dice “me quedo dos años más” y no me imagino que haya precisamente una reacción entusiasta…
Lo que pasa es que Morales Bermúdez dijo “Asamblea Constituyente” y con eso ya cambió toda la coyuntura política, porque todo el mundo se avocó a dicha Asamblea. Ahora también hay un montón de gente que quiere la AC y también la renuncia de la presidenta, o sea hay un paralelo con los 70, pero es distinta la situación actual y muy difícil. Da la impresión de que a esta mujer no le da la gana de renunciar y el congreso no hace lo que tiene que hacer, que sería ese adelanto de elecciones que calmaría a la multitud. Si nada de eso ocurre, van a seguir las protestas y todo seguirá siendo una gran incertidumbre. Los políticos solo ven su conveniencia y les llega altamente lo que sienta el pueblo y eso es terrible, porque siendo políticos ellos deberían atender esas demandas, porque por algo han sido elegidos.
—Y en este sentido, Roger, vemos pocos artistas que se hayan comprometido y hayan dado una opinión durante esta coyuntura. Solo alguna respetable reacción aislada, como la de Susana Baca, y poco más. ¿Sientes que es necesario un movimiento artístico fuerte que responda a lo que está pasando?
Es verdad. No se ve una alternativa que se ponga del lado de la historia, por así decirlo, en el momento actual, salvo algunas excepciones, lo cual refleja la carencia total que hay en el Perú de este tipo de conciencia, porque a las nuevas generaciones parece que no les importa mucho o nada lo que pasa. Esperemos que los hechos los lleven a tomar conciencia más clara de lo que ocurre.
—El papel del periodismo también se ha cuestionado mucho en estos días. También fue parte importante de tu vida. ¿Cuál fue la lección más grande que sacaste del oficio?
El periodismo para mí fue muy importante. Yo estudié Literatura y cuando terminé tuve que buscar trabajo para poder vivir y ahí es cuando, por casualidad, Willy Niño de Guzmán, mi gran amigo, me lleva a Oiga, donde él ya trabajaba. Oiga era una revista de actualidad y tenía una importancia grande en el Perú en ese momento, igual que Caretas. Ambas eran revistas fundamentales, que formaban opinión. Siempre le rindo homenaje al director de Oiga, el viejo Paco Igartúa, porque con él aprendí el oficio de periodista ahí, en la mesa de edición de Oiga, todos los sábados, en el famoso cierre hasta las 12 o 1 de la mañana, porque la revista salía el lunes. El periodismo que yo aprendo en Oiga me hace conocer también Lima, porque tenía que irme en busca de la noticia. Literalmente, me fui hasta la punta del cerro y así también conocí la realidad peruana y conocí mi país. Esa es la primera cosa que yo le agradezco al periodismo. Es lo que deberían hacer más los periodistas hoy.
—En “El sentido de la soledad” tocas sin autocensuras tus problemas con las drogas. ¿Qué significó para ti plasmar en páginas esa larga etapa de rehabilitaciones fallidas, noches sin fin y reincidencias o el estar al borde de la muerte?
Cuando decidí escribir el libro ya sabía que iba a tocar el tema de mi adicción a la pasta básica de cocaína, en la que estuve metido por varios años, porque se trataba de ser honesto y contar la verdad, así que no podía evadir este tema. Fue una experiencia que me llevó varios años de la vida y decidí contar tal y como había sido la cosa. Fíjate que, desde la época de los hippies, cuando sale a relucir el tema de la hierba, yo allá en Piura, con el tema de las bandas de rock y los amigos, ya empezaba a fumar marihuana y la pasaba muy bien porque es una droga blanda, psicodélica. Después, en Lima, cuando estaba en el comunismo, deseché todo eso. En la época de Kloaka, cuando planteábamos una especie de liberación total, es cuando yo vuelvo a la marihuana y un día en Barranco, a través de un pata que vivía por ahí, es que yo pruebo la pasta. En principio no me gustó, pero poco a poco le fui agarrando el gusto y comencé a fumar. El asunto es que yo caí en la pasta por una ingenuidad, por seguir firmemente la consigna de Rimbaud que dice que, para ser un vidente, o sea un poeta verdadero, tienes que someterte a un riguroso y profundo desorden de los sentidos y yo, tontamente, seguí al pie de la letra esta consigna. Cuando me di cuenta ya estaba convertido en un adicto terminal a la pasta básica de cocaína, completamente jodido en las garras de la droga y así estuve un buen tiempo, hasta que no sé cómo he visto una luz en el fondo del túnel y, fíjate, que un día dejé de encontrarle gusto al vacilón. Yo creo que fue una especie de milagro, porque fue entonces cuando decidí parar y tuve que salir de ese ambiente, porque la droga estaba al alcance de la mano y me fui a Piura a casa de mis padres y me encerré un año. No salía para nada y no tuve que ir a un centro de rehabilitación, simplemente me encerré a leer, escribir y a jugar con mi sobrino, que era un niño de dos o tres años, y la pasaba muy bien haciendo eso. Al cabo de un año ya estaba curado y dije ¿Y ahora qué hago? Regresar a Lima no era una opción, porque allá me había maleado demasiado. Cuando uno fuma pasta es considerado un delincuente, un lumpen de lo peor, entonces lo que pensé fue que debía seguir yéndome. “Me voy a Estados Unidos”, dije. Apliqué a unas becas, conseguí una y me vine. Así fue la cosa.
—Y ahora, cuando vienes de vez en cuando a Lima, ¿Ya no sientes tentación?
No. Ya es otra cosa. Ya te sientes fuera de la onda y te sientes bien tal como estás. Ya no necesitas nada de eso.
—Otro tema importante a lo largo del libro, Roger, son las mujeres de tu vida, incluso aquellas que solo viste una vez…
Lo que pasa es que para mí la mujer siempre ha sido muy importante en mi vida, porque es un ser excepcional en muchos aspectos, empezando por la belleza. La belleza de la mujer siempre ha sido un tema muy importante, porque yo, como artista, como poeta, busco la belleza, y la mujer encarna esa belleza abstracta que busca todo artista. Además, las mujeres tienen una sensibilidad muy especial, muy distinta a la de los hombres, una sensibilidad muy atractiva y muy inteligente, y con otro estilo y modo de ver el mundo. A lo largo de mi vida he tomado contacto con algunas mujeres con las que me ha gustado mucho estar como amigas o como, y de esto es lo que doy testimonio en el libro.
—¿Sientes que tu pulsión de poeta te llevaba siempre a buscar una musa?
Sin ninguna duda. Es una bonita forma de decirlo, como tú lo has construido, porque la inspiración para escribir poesía, para mí, casi siempre es y ha sido una mujer.
—Hablas mucho de la música que te influenció y también de aquella que viste nacer, como el movimiento subterráneo. En el libro has contado también episodios en los que cantabas y lo hacías bastante bien, ¿Nunca pensaste en formar una banda subte, tener tu propio grupo y ser parte de la movida también desde esa posición?
La verdad es que sí se me cruzó en algún momento esa idea, pero te voy a ser bien sincero: en ese momento yo ya no tenía la rapidez que había que tener para tocar la guitarra para hacer una banda subterránea. Entonces, yo era feliz con la amistad que tenía con las bandas, iba a las reuniones y a los conciertos y alguna vez hubo una posibilidad para yo cantar, pero no se llegó a concretar la cosa.
—Fuiste un testigo privilegiado de ese momento y también de momentos importantes de la literatura peruana. Por eso, te quería preguntar, de entre todos los personajes que llegaste a conocer o frecuentar ¿Quién fue el que más te impresionó y por qué?
Es una pregunta difícil, porque hubo varios que me impresionaron. Por ejemplo, en la poesía, Rodolfo Hinostroza podría ser uno de los que más me impresionó, me impactó y admiré, como escritor y como persona. Y en el mundo del rock, quizá con la persona que más nos quisimos fue un pata que ya murió, llamado Edgar Barraza, ‘Kilowatt’, chico que en algún momento estuvo a punto de cantar con Leuzemia y tenía su propia banda llamada La Kola Rock . Era un gran pata y quizá sea a él a quien escogería, por su forma de ser y porque tenía un corazón gigantesco y una gran simpatía. Y, claro, era un gran artista con una gran voz para el rock que transmitía muchísimo cuando cantaba.
—¿Publicar “El sentido de la soledad” ha significado saldar una deuda contigo mismo?
Sinceramente, nunca lo había pensado. La verdad, es muy buena tu pregunta. Y sí, podría decirse que ha significado saldar una cuenta con la propia existencia de uno y con la belleza que uno pudo haber vivido, ¿no? Lo que el destino o Dios le dio a uno y saldar esa deuda. Sí, yo creo que es una buena manera de decirlo, Ricardo. Además, hay una parte en el libro en la que yo rememoro a todos los patas del rock subterráneo que han muerto y los rememoro con belleza, porque fueron muy buenos amigos míos como María T-ta, Bowie o Kilowatt, en fin, todos estos muchachos que ya se fueron, pero los tenemos guardados en el corazón.