Cuando aún no salíamos de las discusiones sobre el caso George Floyd y la supuesta censura a “Lo que el viento se llevó”, otro agitado debate se armó desde que la empresa Alicorp decidió retirar del mercado la marca Negrita, como una manera de adaptarse a las nuevas formas en que se aborda el racismo y la diversidad.
► Negrita | Alicorp cambiará nombre e imagen de su emblemática marca
Una discusión que mucho tiene que ver con el lenguaje, desde luego. Y que no es poca cosa, como han querido hacerlo ver algunas personas. El debate por una palabra como ‘negrita’ deja de ser un problema trivial cuando impone una representación social, en este caso negativa.
Como señala la lingüista Eliana Gonzales, integrante de la Academia Peruana de la Lengua, “las personas llenan de contenidos subjetivos a las palabras. Por eso las palabras pueden tener un significado denotativo y un significado connotativo. Y es este significado connotativo el que se va llenando con nuestras experiencias, con nuestra percepción, con la relación que tenemos con las demás personas”.
PARA SUSCRIPTORES: ¿Por qué el cambio de nombre e imagen de Negrita ha generado tantas discrepancias?
Gonzales pone como ejemplo la palabra ‘gitano’, que hasta hace unos años tenía como una de sus acepciones “que estafa u obra con engaño”. La Real Academia Española (RAE) retiró esa definición justamente por contener una carga negativa y despectiva, asociada con una comunidad.
De allí que resulte absurdo equiparar la connotación de una marca como la mazamorra Negrita con decir que la cerveza es rubia. “No son comparables porque los colores tienen una simbología y una carga cultural muy diferente entre sí. ‘Aquí hay una mano negra’ viene de un universo perceptivo muy distinto al de ‘mi hijita se casará de blanco’”, señala el escritor y publicista Gustavo Rodríguez.
“Negro, marrón, rojo... en el Perú esos colores ya tienen una dimensión peyorativa a la espera de ser captada. ‘Blanco’ también, en cierta forma, pero a su favor tiene una inmensísima carga de asociaciones positivas”, agrega.
Por ese motivo, discutir el racismo que conlleva una marca como Negrita –por más que lleve 60 años en el mercado y sea quizás una tradición– no solo parte del tema enunciativo, sino de las honduras semánticas, en este caso nocivas. “No estamos cuestionando el uso del color sin un significante –precisa la comunicadora y activista afroperuana Sofía Carrillo–. Estamos diciendo cómo este término ha hecho alusión histórica a nuestro pueblo, colocándonos en la única posición en la que nos concebían, de servicio al otro”.
DE PALABRAS Y COLORES
Es curioso, además, el ‘timing’ de este debate racial, pues llega pocas semanas después del caso de George Floyd en Estados Unidos. Y no es difícil encontrar que muchos de quienes desde el Perú se sumaban a dicha causa con la foto de perfil en negro y el hashtag #BlackLivesMatter, hoy opten por ridiculizar la medida adoptada por Alicorp. ¿Hay un racismo más importante que el otro?
“Muchos peruanos se compran el pleito de un tipo de violencia más ‘efectista’ (espero que se me disculpe el término) y no piensan ni sienten la violencia soterrada que sus conciudadanos afroperuanos viven cada día –apunta Gustavo Rodríguez–. Quien critica un cambio de marca o de empaque, ¿se pone a pensar en lo violento que es que una niña negra se vea rodeada desde que nace de una sociedad que insiste en recordarle que su único futuro esperable es que sea cocinera, lavandera o bailarina?”.
Sofía Carrillo afirma que ha vivido ese tipo de discriminación en carne propia: “Yo lo tengo muy presente porque a jóvenes y niñas afroperuanas nos repetían una y otra vez el eslogan de la marca, ‘Negrita sabe lo que te gusta’. Y con risas y burlas nos pedían que les preparáramos la mazamorra… Los estereotipos hacen que recurramos a lo fácil para hacer publicidad o algún programa de televisión, porque simplemente tomas elementos y prácticas de la realidad y las representas, dimensionas y además refuerzas, en desmedro de los grupos y pueblos discriminados y excluidos constantemente”.
Pero, volviendo al tema lingüístico, la denominación ‘Negrita’ (que además viene acompañada del logotipo de una afroperuana con pañuelo en la cabeza) también puede analizarse connotativamente por su diminutivo, según la académica Eliana Gonzales. “En el diminutivo puede haber una carga afectiva, pero también una carga despectiva. Si decimos ‘esta mujercita me tiene harta’, allí no hay nada afectivo. Por eso hay que fijarse en el contexto”, apunta.
El de Negrita no es el único debate reciente sobre representaciones sociales racistas en marcas comerciales. A nivel local están los casos del chocolate Doña Pepa, el detergente Ña Pancha o el carbón Negrito. Fuera del país, conviene revisar lo que sucede en Estados Unidos con la marca de harina Aunt Jemima (que también cambiará su imagen) o con el maní Conguitos, en España.
¿Puede el cambio de una marca tener un efecto positivo en la sociedad? “El solo hecho de que se genere la discusión lingüística ya motiva que la gente se detenga a pensar. Eso es un cambio de actitud”, opina Gonzales. Pero que nos lleve a una mejora más amplia dependerá, desde luego, de una campaña con más conciencia y una educación comprometida con el tema. Por el momento, por pequeño que parezca, ese cambio de palabra puede ser un avance. Quizás a muchos no les toque ni un pelo, pero para otros puede ser un dolor menos.
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