Varios son los escritores conocidos por utilizar el dibujo como boceto literario. Una tradición que nos lleva a los trazos de Silvia Plath, de Saint-Exupéry, de Kafka, de Dostoievski, de García Lorca o de Faulkner. En nuestro país, los ejemplos podrían formar una pequeña galería, desde Luis Hernández y José María Eguren hasta verdaderos artistas multidisciplinarios como César Moro o Jorge Eduardo Eielson.
Sin pretensiones, pidiendo permiso sin querer molestar, el autor de “Silvio en el rosedal” entra dentro de este creativo grupo. Así lo demuestra “Julio Ramón Ribeyro: dibujos y notas (1978 - 1992)” notable edición emprendida por el Grupo Editorial Cosas, un proyecto concebido y liderado por Adriana Miró Quesada, con la complicidad del propio hijo del escritor, Julio Ribeyro Cordero.
El libro, que será lanzado como parte de las actividades del Hay Festival Arequipa, reúne estos bocetos realizados sobre papeles y páginas de cuaderno, a pluma, tinta, lápiz y acuarela, impresiones sin detalle y, muchas veces, marcada ironía. Algunos parecen haber recibido pacientes pinceladas, otros resultan garabatos livianos, casi infantiles. Hay retratos caricaturescos de hombres y mujeres, bocetos arquitectónicos, paisajes desérticos y marinos, muchas veces con notas al pie y en el margen.
Como explica Julio Ribeyro, se trata de frases afiladas, típicas de su humor y de su espíritu cáustico. “Hay páginas de diarios inéditas donde hay textos sumamente interesantes. Son una extensión de su literatura, textos en 10 líneas que a mí me parecen geniales, típicamente suyos, observaciones que solo él puede hacer. Con sus característicos giros de frases. Se trata de los primeros inéditos suyos que se publican en 25 años”, explica.
—Escritor sin máscaras—
“Dibujar me permite poner la literatura entre paréntesis, para volver a ella con la mente más suelta” le dijo Julio Ramón a su esposa Alida Cordero, una vez que le sorprendió dibujando una acuarela en su escritorio. Esta anécdota recordada por el hijo de la pareja nos revela que nuestra idea del proceso creativo de un escritor se vería distorsionada si no tomamos en cuenta todos sus aspectos, incluyendo sus expresiones gráficas.
Como señala Óscar Quezada Macchiavello, rector de la Universidad de Lima (institución que patrocina esta publicación junto con Fundación BBVA), en Ribeyro no hay pretensión artística, solo intención lúdica. Hablamos del divertimento personal de un escritor que, a través de la línea, aguza el filo de su mirada crítica. “En sus dibujos recientemente descubiertos tenemos la impresión de contemplar a un Ribeyro más sencillo y cotidiano, ya sin máscara literaria alguna”, escribe el reconocido semiólogo en el prólogo del libro.
Dibujar fue, para Ribeyro, una forma de tomar apuntes. “Es el mismo espíritu, la fruta de un mismo árbol”, nos explica Julio Ribeyro. “Cuando mi padre llegaba a casa con nuevas cajas de colores, siempre me las mostraba con entusiasmo casi infantil, como si él fuera el niño que se los muestra a su padre”, recuerda.
Sin embargo, está claro que el dibujo no generó en el escritor ambiciones más allá de la esfera privada. Ni siquiera llegó alguna vez a colgar alguna obra suya en la pared de su casa. Salvo, recuerda Julio, la reproducción de una obra de Magritte, su célebre “Ceci n’est pas une pomme” (1964). “Pero se trataba solo de una humorada sin ninguna ambición artística. Era una copia mal hecha de la obra de un gran artista”, señala.
—Zapatero a sus zapatos—
Jorge Coaguila, especialista en la biografía del escritor, repasa en el libro la temprana relación de Ribeyro con el dibujo, desde las historietas que realizaba con su hermano Juan Antonio, hasta su intensa amistad con pintores peruanos que luego echarían raíces en Europa, artistas como Michel Grau, Benjamín Morros Moncloa, Alfredo Ruiz Rosas, Emilio Rodríguez Larraín, Carlos Bernasconi, Herman Braun y especialmente Jorge Piqueras, a quien Julio Ribeyro llevó este material gráfico a su taller en París. A partir de este encuentro, el reconocido pintor y escultor cuenta en el libro una anécdota que ‘pinta’ por completo al escritor: “Yo acababa de publicar un pequeño volumen de escritos míos. Nunca tuve pretensiones literarias, ni pensaba de ninguna manera escribir un libro. Pero allí estaba este volumen de reflexiones que había comenzado a escribir en París, en la parte de atrás del bar La Palette y había terminado en Lima”, recuerda el artista, que dejó el texto a Julio Ramón en su departamento en Barranco, interesado en su lectura. “Cuando nos volvimos a encontrar, le pregunté su opinión. Su respuesta fue breve y tajante: ‘No. A los pintores, la pintura’. Y no se habló más”.
Ribeyro ríe al recordar esta anécdota: “Mi padre era muy radical, se tomaba de forma casi religiosa la separación de ambos mundos, la pintura y la escritura. ¡No quiso siquiera leer el libro de su amigo!”, señala.
Por su parte, al descubrir la vocación artística del amigo, Piqueras confiesa que le resulta imposible descubrir la intención de Julio Ramón al hacerlos. “Recordando nuestro encuentro con motivo de mi librito, pensé que seguramente le habría sido muy incómodo pensar en publicarlos, y quizás aun en enseñarlos”, acota. Para el artista plástico, se trata de “apuntes irónicos”, propios de un ‘voyeur’ que retrata a las personas en su cotidianidad, así como paisajes interpretados desde la nostalgia: “Lugares que fueron clave para él, como el monte Solaro de Capri, o las lomas peladas de la costa peruana”, escribe.
Así, el libro recoge esos bocetos de paisajes y personajes, motivos que siempre describió con maestría en sus ficciones: el parisino parque Monceau, en la calle contigua a su casa; la isla de Capri, en Italia, donde pasaba las vacaciones de setiembre con su familia; o la clínica en Montreux, donde se recuperó de una de sus tantas crisis médicas, y que él luego describirá en el cuento “Solo para fumadores”. También paisajes del desierto costeño peruano, de las playas de la Costa Verde o el malecón de Barranco, con sus parejas amorosas y heladeros impertinentes, visto desde la privilegiada perspectiva del balcón de su departamento.
—Juegos de infancia—
Por cierto, es imposible reunir en un volumen toda la obra gráfica del autor de “La palabra del mudo”. Julio Ribeyro y Adriana Miró Quesada han seleccionado las imágenes de mayor interés, evitando las páginas demasiado privadas. “Muchas veces he pensado que publicar sus dibujos puede ser algo impúdico, pero cuando observo todas sus caricaturas acompañadas por sus textos, le encuentro mucho sentido. Se trata de compartir el universo interno de la creación del escritor con el público. Solo una porción de sus diarios tiene ilustraciones. Incluso para mí es un misterio saber si pensó publicar sus diarios con aquellas ilustraciones”, explica Ribeyro.
El entrañable cuentista limeño siempre confesó que, para él, la escritura era una prolongación de los juegos de su infancia. Cuando apreciamos sus dibujos, entendemos que aquellos trazos y pinceladas forman parte de la misma intención lúdica. “Mi padre siempre se negó a ser un escritor profesional. Siempre quiso que la escritura saliera del placer, no de la obligación. Y sucede lo mismo con el dibujo”, añade Julio, quien asume esta publicación como una invitación a volver a leer la obra de su padre.