Pocos subgéneros han sido tan cuestionados como el microrrelato. Sus detractores lo consideran un espacio excesivamente impreciso y poroso que hace las veces de cajón de sastre para arrumar todo tipo de textos: poemas en prosa, greguerías, aforismos o calambures. Algo de eso es verdad. Aunque es innegable que esta vertiente cuenta con brillantes exponentes, en ella se cumple en cierto sentido la ley de Theodore Sturgeon: “el 90% de la ciencia ficción es basura, pero el 90% de todo es basura”. Parafraseando aquella máxima, podríamos afirmar que gran parte de lo que se ofrece con el rótulo de microrrelato en la mayoría de ocasiones no lo es.
Ricardo González Vigil, indesmayable promotor y nuestro más importante crítico literario en actividad, ha asumido el alto reto de confeccionar una vasta selección de esta categoría narrativa -”El microrrelato peruano, antología general”, presentada en la reciente FIL- con criterios históricos y formales delimitados con propiedad. En buena medida ha cumplido esa meta ambiciosa. Ha elegido definir esta modalidad a través de cuatro características principales (hiperbrevedad, narratividad, ficcionalidad y estar compuesto en prosa), tomando en cuenta la flexibilidad que impone la modernidad y la vanguardia, así como las fronteras difuminadas del relato poético. Los autores y obras escogidos por el antólogo suelen corresponder a estos preceptos; sin embargo, en algunos casos nos resulta difícil distinguir supuestos microrrelatos del mero poema en prosa. Ello sucede con los textos de Victoria Guerrero, Giovanna Pollarolo o Alejandro Romualdo, al margen de su evidente valor intrínseco.
Pero más allá de esta puntual discrepancia, el trabajo de González Vigil destaca por su erudición -reflejada en sus informadas y útiles notas a cada autor- y por la reconocida capacidad del crítico para deslumbrar a sus lectores con rescates imprevistos o descubrimientos luminosos. El capítulo consagrado a los narradores orales que el tiempo ha tornado legendarios -como el Tío Lino, prodigioso contador de historias, el Taita Serapio o el ocurrente Cuto Sánchez- nos devuelve las versiones que les dedicaron escritores del nivel de Mario Florián, Oscar Colchado Lucio o Sócrates Zuzunaga. Asimismo, se incluyen nombres que desde sus particulares experiencias dotaron al microrrelato nativo de novedosos planteamientos, como sucede con Juan Rivera Saavedra y su delicioso “Cuentos sociales de ciencia ficción”, volumen que merece una pronta reedición, o el poeta Gerardo García Rosales, que alcanza el soñado equilibrio entre lirismo y sutil diégesis en sus delicados apuntes.
No debemos olvidar a representantes más recientes como Ricardo Sumalavia -artesano de versátiles filigranas verbales-, Nataly Villena -una de las escritoras peruanas con mayor proyección, que nos regala en estos cuentos un bocado de su entrañable sabiduría- o Fernando Iwasaki, quien posee el raro mérito de sobresalir en los variados géneros donde se inmiscuye. Alejandro Susti, Harry Beleván, Enrique Prochazka y Ricardo Ayllón también exhiben depurada destreza y oficio en las composiciones aquí ofrecidas.
No deja de llamar la atención que en esta minuciosa compilación se halle ausente uno de los más importantes cultores nacionales del relato breve, Carlos Calderón Fajardo, quien en libros como el póstumo “Los zapatos de Bianciotti” muestra, a nuestro juicio, sobrados méritos para alternar con los narradores y poetas que González Vigil ha reunido. Un vacío que, salvo mejor parecer, debería subsanarse en una siguiente edición de esta imprescindible antología.
Editor: Ricardo González Vigil.
Editorial: Ediciones Copé
Año: 2021
Páginas: 1006 pp.
Relación con el autor: cordial.
Valoración: 4 estrellas de 5 posibles.