Aunque nació en Lima y estudió Literatura en San Marcos, durante 30 años la carrera profesional de Manuel Cornejo Chaparro ha estado dedicada a los estudios de la historia y la problemática de la selva como integrante del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP) que ahora dirige. Toda esta experiencia, de viajes y conocimiento de las múltiples culturas amazónicas, lo han llevado a escribir “El río infinito”, una novela de tinte policial que transcurre en Iquitos, a inicios de la segunda década del siglo XXI, pero que se interna en los mitos y en las múltiples temporalidades de las culturas ancestrales, especialmente del pueblo kukama, a través del personaje Yaquichán Tapullima, un estudiante de Derecho que representa a esos jóvenes indígenas actuales “que tienen agencia”, dice Cornejo, y buscan revalorar su identidad acallada por siglos.
Conversamos con el autor sobre esta historia que gira alrededor de cruentos asesinatos perpetrados por alguien a quien los iquiteños llaman “el cortacabezas”.
Decides abordar el tema amazónico desde el policial, ¿qué te atrae de este género?
Es una historia que, como diría el maestro Leonardo Padura, “es más novela que policial”… Me interesa mucho la novela policial culta, aquella que tiene guiños con la historia o la antropología, estoy pensando en autores como Philip Kerr o la francesa Fred Vargas o Benjamin Black que tienen historias de este tipo, policiales con un buen lenguaje narrativo, con una buena construcción de personajes y con cierto dialogo con el lector, quien va construyendo también la historia.
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Construyes personajes típicos del policial, además aparece una ciudad como Iquitos, marcada por muchos problemas como el de los desagües malogrados.
Claro, la novela esta ambientada entre 2011 y 2012 cuando todos los desagües de la ciudad estaban abiertos y eso simboliza un poco el abandono de Iquitos por el tema de la corrupción. El género de esta novela está enmarcado dentro del policial latinoamericano que es usado como un pretexto para hacer una crítica social. Entonces la ficción genera mundos posibles y otros tipos de discursos que van más allá de los trabajos académicos, y me permite abordar, presentar, describir otras realidades. La novela aborda el tema del perspectivismo amerindio, que es una corriente de pensamiento de Viveiros de Castro y el concepto de realidades múltiples, del colombiano Arturo Escobar. Yo quería hacer una novela en la que se presente al sujeto indígena amazónico contemporáneo, moderno, con celular y estudios universitarios.
Sujetos amazónicos actuales
El personaje de Yaquichán Tapullima, cuyo nombre recuerda sonoramente al personaje cinematográfico…
Sí, es curioso, pero el nombre lo tuve ya hace unos diez años antes, cuando ni siquiera pensaba escribir la novela. Este nombre lo encontré en un libro de bautismo de 1904, mientras investigaba la época del caucho. Ahí aparecía un Yaquichan Tapullima, pero sin el acento. Cuando lo vi, pensé ‘este es un nombre de novela’, y lo apunté. En la novela aparece entonces este Yaquichán, ya con tilde, y su nombre refleja este dinamismo cultural que hay en los pueblos amazónicos, esta apropiación que hacen de lo foráneo. Este personaje refleja esta capacidad de agencia que tienen los sujetos amazónicos actuales y que vemos presentes en el mundo del arte, por ejemplo, sujetos capaces de revelar nuevas maneras de estética, a partir de sus tradiciones.
A pesar de vivir en la modernidad, Yaquichán explora en el mundo mítico, en sus sueños, en sus orígenes kukamas.
Yaquichán transita estas realidades múltiples. El mito está presente en esta relación onírica con su abuelo. El sueño es algo valioso en las diferentes cosmovisiones amazónicas. A diferencia nuestra, los kukamas piensan que cuando duermen su cuerpo muere y su alma se separa del cuerpo y viaja a través de realidades y puede aprender cosas que después aplicarán cotidianamente. Eso se ve en la novela. Yaquichán aprende a enfrentarse a los problemas, a conquistar a esta chica Vanesa, de la que está enamorado…
Los kukamas
La novela se centra en el pueblo kukama, ¿cómo ha sido tu acercamiento a esta cultura?
A mí me llamó la atención esta resistencia cultural de los kukamas. Cuando llegaron los españoles, eran uno de los grandes imperios que había en la Amazonía, algunos cronistas hablan de poblaciones de más de 30.000 personas. Ellos tuvieron después mucho contacto con otros pueblos, estuvieron en las misiones y se apropiaron de relatos cristianos. En la época del caucho, muchos kukamas migraron a las ciudades, eran los nativos invisibles porque no se les notaba exteriormente, pero sí conservaban su identidad.
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Un detalle interesante es como usas esos sustantivos convertidos en verbo: diluviar, mansionar, etc., que son típicos de los pueblos amazónicos.
Es muy bonito, he escuchado muchas de esas palabras y he tomado nota, muchas lindan con la poesía. Por ejemplo, este término ‘mansionar’ lo usan mucho los pescadores cuando están en las noches en medio del río y tienen frente a ellos el cielo, las estrellas, el bosque, como una mansión. Entonces, ellos mansionan mientras esperan la pesca, eso me parece muy poético. Toda la parte del sueño entre Yaquichán y su abuelo me permite desarrollar este lenguaje poético regional.
El mito
El centro de la novela está marcado por estos crímenes horrendos del cortacabezas, ¿ese mito existe entre los kukamas o lo has reelaborado?
El mito del cortacabezas esta en distintos pueblos, en otros sitios de la Amazonía lo llaman el pelacaras y en el mundo andino el pishtaco. Es un agente foráneo que saca los órganos vitales y corta la cabeza de los naturales. El mito refleja el temor hacia lo extranjero. Es un mito, además, que reaparece ante temas como el impacto de las industrias extractivas, de las petroleras, de los derrames. Pero hay que tener en cuenta que el degollador es un mito precolombino muy antiguo que se ha ido recreando… cuando viajé desde Iquitos hasta Tabatinga, Leticia, en la triple frontera, escuché muchos relatos del cortacabezas y eso fue uno de los motivos de la novela.
El personaje Morel, que ayuda al policía a descubrir los asesinatos, también es escritor, pero no sabe cómo contar su relato, ¿te paso eso con esta historia?
No, con el personaje Morel quise simbolizar, desde el punto de vista literario, las dificultades que hay para abordar la escena amazónica. El personaje se pregunta en un momento si es que la Amazonía es solo para ser pintada o cantada, y evoca los cuadros de Bendayán, Ceccarelli, Brus Rubio o Calvo de Araujo, porque a veces las palabras pueden también limitar. Ahí el personaje habla de cómo describir los amaneceres, algunas escenas que desbordan las palabras, eso es la búsqueda de encontrar un lenguaje literario que se acerque a dialogar con el ambiente de la naturaleza amazónica sin caer en el exotismo, en la exuberancia y en lugares comunes. Ese era el reto que tiene este abogado Morel, quien en la ficción es nieto de un abogado cercano a Julio César Arana, y eso también me da lugar para reflexionar sobre la época del caucho.
Para terminar, se acaba de denegar el acuerdo de Escazú, ¿qué opinión te merece esto?
Es una pena y un error de parte del gobierno y de las autoridades no refrendar el acuerdo de Escazú porque de lo que trata es de preservar la Amazonía, sus recursos, sus bienes naturales que no solo nos pertenecen a nosotros sino a las próximas generaciones. Yo creo que eso tenemos que aprender de los pueblos indígenas, de eso que ellos denominan el buen vivir, y en ese sentido es importante recuperar esas voces, esos saberes para poder construir un desarrollo nacional más armonioso y más inclusivo… Es necesario recoger esas experiencias y aprendizajes como sociedad nacional, eso me parece importante. Y el pueblo kukama es uno de los que más ha concebido esto. Eso es algo que también se ve en la novela, el dialogo de los personajes con la naturaleza.
Más información
La novela El río infinito. La primera senda de Yaquichán Tapullima, de Manuel Cornejo Chaparro, ha sido publicada por Planeta, 231 págs.
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