Despertó por la mañana con la idea de la novela: niños ciegos empiezan a nacer. Al principio, no hay alarma, solo lamentos. Sin embargo, a medida de que el mundo entiende que no nacerán más niños con visión normal, el pánico cunde. José Saramago imaginó entonces un mundo en que, con el tiempo, la proporción demográfica termina favoreciendo a los ciegos. Y cuando toda la población es invidente, un día nace el primer un niño en años con capacidad visual.
Así lo escribió en la entrada de su diario del 20 de abril de 1993. En su memorable “Cuadernos de Lanzarote”, el escritor portugués cuanta cómo entonces todo le pareció claro, más allá de algunos problemas técnicos, especialmente cómo mantener personajes a través del dilatadísimo tiempo narrativo que exigía la novela. Después de semanas pensándolo, el 21 de junio, Saramago anota: “Dificultad resuelta. No es necesario que los personajes tengan que ir naciendo ciegos hasta sustituir por completo a los que tienen vista: pueden cegar en cualquier momento”. Con ello, el escritor no solo resolvió su problema con el tiempo narrativo, sino que imaginó una de las epidemias más angustiantes de las que se haya escrito: la llamada “peste blanca”, un mal capaz de empujar a toda la sociedad a avanzar ciega por un camino abarrotado de inmundicia, como en el célebre cuadro de Pieter Brueghel “La parábola de los ciegos”. El 2 de agosto, como apunta en su cuaderno, Saramago encuentra las primeras líneas de la novela, aquél maravilloso inicio sobre un cruce de avenidas, cuando esperando el verde del semáforo, un hombre que regresa a casa tras un día de trabajo se queda ciego.
Si bien las pandemias sin cura han ensombrecido la historia de la humanidad, también han estimulado la creación de obras literarias notables. Y a la luz del momento que vivimos por el coronavirus, el escritor Selenco Vega señala al "Ensayo sobre la ceguera" como una lectura actual y necesaria. “En la novela, una tenaz ceguera blanca se propaga y trastoca la vida aparentemente civilizada de la gente, sumiéndola en el caos. Hay una dimensión alegórica que nos habla sobre la fragilidad de las relaciones humanas, siempre moviéndose entre la maldad y la bondad, representada esta última por la mujer del médico, personaje emblemático del libro”, reflexiona.
Para la periodista Patricia del Río, Saramago elige que sus personajes pierdan la vista, o mejor dicho, pierdan la capacidad de mirar al otro, la capacidad de encontrarse en el otro. “Esa ceguera no es solo física, sino también emocional. Las personas se deshumanizan a tal punto que se convierten, sin distinción, en completos animales. El instinto de sobrevivencia los coloca en los lugares más atroces”, explica.
SOMBRAS DE SOMBRAS
El 15 de agosto, Saramago apuntó en su diario una decisión creativa fundamental para su novela: eliminar cualquier nombre propio en la historia: “Prefiero que el libro sea poblado por sombras de sombras, que el lector no sepa nunca de quien se trata, para que entre, de facto, en el mundo de los demás, esos a quienes no conocemos, todos nosotros”. “Que los personajes no tengan nombre es un recurso muy interesante, porque te hace dar cuenta de que ya no son seres humanos. Se han convertido en una especie de manada que busca salir adelante a costa del otro”, señala Del Río.
Como señala el crítico Alonso Rabí, la novela ilustra a la perfección el efecto que tiene en la gente la idea de una enfermedad que se propaga sin límite ni solución. “Como muchas alegorías de trasfondo trágico, el relato pone en escena diversos tópicos, que van desde mecanismos de control y sujeción, la preponderancia del miedo, la desinformación y las pugnas de poder. Cualquier parecido con nuestra actualidad no es coincidencia, es un terrible patrón”, advierte.
El 8 de julio de 1994, un año después, Saramago escribe feliz: “El ensayo salió del atolladero en el que había caído”. Todo ese tiempo se había quedado atascado en capítulos que no lo llevaban a ninguna parte. Semanas después, el 24 de julio, confesaría cuál era la razón de su bloqueo: una cosa era hacer una novela sin personajes, otro pensar que era posible hacerla sin gente. “Tardé demasiado tiempo en comprender que mis ciegos podrían pasar sin nombre, pero no podían vivir sin humanidad”.
Y es allí donde aparece un personaje fundamental para organizar toda la novela: la mujer del oftalmólogo. Como destaca Patricia del Río, se trata de la mujer que nunca pierde la vista, un testigo de la desgracia, de la involución social, que mira con horror e impotencia lo que ocurre. “Esa mirada es fundamental –afirma-. Porque ella es la conciencia de lo que ocurre. Creo que todos, en momentos de crisis, deberíamos ser como ella: No perder la capacidad de ver más allá de nosotros mismos”.
Como señala el escritor Jeremías Gamboa, los libros saben más de ellos mismos que sus propios autores. “En sus diarios, Saramago anota sus intentos por arrancar su novela. En un día exacto, al descubrir que la ceguera es “blanca”, el libro se dispara ante sus ojos. La distinción de colores es clave: una ceguera blanca lo obligaba a hablar de “otra ceguera” y posiblemente a no interesarse en las causas científicas o no de la pandemia como en las operaciones más oscuras de la conciencia humana ante una situación límite”, explica.
Para Gamboa, como en Moby Dick, de Melville, lo blanco representa el horror de un mundo de cabeza. “La mezquindad, el terror de la voluntad individual, la vileza y anomia, todo eso llega a niveles extremos ante nuestros ojos que nos sirven de anuncio y de alerta. El final de la novela refuerza ese carácter de advertencia y pese a otorgarle al libro un tinte aleccionador que no empaña la experiencia de pesadilla de esta fábula sofisticada. Al final las plagas terminan pasando. Lo importante es la manera en que definimos la humanidad para atravesarlas”, afirma.
PUNTO FINAL
“Terminé ayer el ensayo sobre la ceguera” anotaba Saramago en la entrada del 9 de agosto de 1995, tras muchas dudas, perplejidades y equívocos. Posteriormente Saramago compartirá en su diario las intenciones que le llevaron a escribirla: “Vivimos intoxicados por todas las contaminaciones imaginables, en medios donde la basura ha pasado a ser soberano señor. Salimos a la calle puros y luminosos, lavados de la cabeza a los pies, desodorizados, perfumados y caminamos, otra vez ciegos, por las ciudades, por las playas, por los campos de un mundo que nosotros mismos estamos convirtiendo en estercolero. Después de haber destruido la naturaleza, arruinamos el medio tecnológico y cultural fuera del cual nunca más seremos capaces de imaginar la vida”, escribió.
“’De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia y mitad ruindad’”, dice a su esposa el oftalmólogo enceguecido, rechazado en su afán de alertar a la población de la desgracia colectiva que él avizora”, recuerda la escritora Teresa Ruiz Rosas. “En esta alegoría que hoy parece visionaria, Saramago pone a prueba el instinto de supervivencia; desfilan terribles exponentes de indiferencia y ruindad, mas acaban venciendo la solidaridad y amor al prójimo que, paradójicamente, salen a relucir en la situación extrema a la que están reducidos sus personajes anónimos. Final feliz tras haber superado una durísima prueba de larga cuarentena”, añade.
Las alegorías planteadas en “Ensayo sobre la ceguera” resuenan hoy más que nunca, cuando el mundo se enfrenta su ceguera colectiva, sus propias fallas. En su novela, Saramago exacerba los aspectos negativos que la humanidad, la crueldad, la deshumanización y la incomprensión, para luego mostrar que la solidaridad es la única cura a las plagas. Una advertencia que, para el escritor Ricardo Sumalavia, empezamos a tomar en cuenta: “Lees ahora la novela de Saramago y te preguntas qué significa ver. Ayer salí a la farmacia. Las calles estaban vacías, salvo en la entrada de una tienda. Un par de hombres, con las mascarillas hacia abajo, bebían una gaseosa y comían un trozo de keke. Cruzamos miradas y, para mi sorpresa, me saludaron. “Buenas tardes”, me dijeron. Creo que en situaciones normales no nos saludaríamos. Ni nos hubiéramos visto. Pienso que, ante el riesgo, también somos capaces de abandonar la ceguera cotidiana para atrevernos a ver, ahora sí, a quien está a nuestro lado”, afirma.
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Primer capítulo de la novela en audiolibro
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