Juan Carlos Fangacio Arakaki

Ahondar en la inabarcable vida de (1933-2004) implica visión panorámica y meticulosa atención al detalle: desde reflexionar sobre sus notables libros –”Contra la interpretación”, “Sobre la fotografía”, “La enfermedad y sus metáforas”– hasta desentrañar el origen del icónico mechón blanco que adornaba su cabellera.

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Benjamin Moser (Houston, 1976) se embarcó en esa tarea durante nueve años y el resultado fue “Sontag. Vida y obra”, monumental retrato de la filósofa y ensayista estadounidense. Un libro que y que cubre la afilada concepción estética de Sontag, sus controversias políticas, su conflictiva sexualidad y el cáncer que le dio un giro completo a su mirada del mundo.

“El afán de entender lo que pasa en una cabeza ajena me fascina. Y hacerlo con Susan fue como un juego de ajedrez”, dice Moser en diálogo con El Comercio, antes de su regreso al Perú (un país que conoce bien) como uno de los invitados centrales de la Feria del Libro de Lima.

Una frase de Sontag se repite en tu libro. Ella dijo que solo le interesaba “la gente que se haya embarcado en un proceso de transformación personal”. ¿Ella misma sufrió una drástica transformación en su vida? ¿O de alguna manera fue siempre la misma?

Creo que todos nos transformamos y al mismo tiempo somos los mismos. Pero ella tuvo una transformación bastante dramática: era una chica de clase media, de una parte del país bastante poco llamativa, y se convirtió en un monumento nacional. Mucha gente quiere cambiar, quiere ser distinta, ser famosa. Todos soñamos con ser un poco mejores, un poco más bonitos, un poco más ricos. Pero no todos tienen realmente ese don de transformarse. Entre el sueño y el acto está la diferencia.

En todo ese largo proceso de investigación y escritura del libro, ¿qué es lo que más te sorprendió de Sontag?

La inseguridad. Yo nunca la conocí personalmente, pero me crié en Estados Unidos y sabía quién era. No recuerdo cuándo me enteré de la existencia de esa mujer, porque era como la Estatua de la Libertad o algo así. Siempre la vi como mucha gente aún la ve hoy en día, como un Machu Picchu de la cultura nacional. Hasta que me di cuenta de la gran inseguridad que tenía. Es decir, todo el mundo es inseguro por alguna cosa, todo el mundo quiere bajar esos tres kilos o yo qué sé. Pero ella, que era tan perfecta y tan brillante y tan maravillosa, poseía una inseguridad sísmica, había una gran diferencia entre lo que aparentaba y lo que era. Y para mí fue gran dificultad mostrarle eso al lector sin que la juzgara. Porque cuando uno dice que ella era insegura, muchas veces suena como si fuera un juzgamiento. Lo que pasa es que todo lo que tenemos los seres humanos normales, ella lo tenía multiplicado. Y eso es lo fascinante de Susan Sontag. Uno puede reconocerse en ella en muchas cosas, pero ella las mostraba 80 mil veces más.

¿Crees que llegó a ser realmente consciente de su condición de ícono?

Sí, era consciente. No tenía cómo no serlo porque era una de las personas más célebres del país y del mundo en su época. Pero lo interesante es que, al mismo tiempo, Susan no se veía como otros la veían. Que también es una cosa normal: cuando yo escucho mi voz en una grabación, me parece horrible. Casi todo el mundo odia su propia voz, porque nosotros no nos escuchamos o no nos vemos de la misma forma en que los otros lo hacen. Y esa particularidad Susan la convierte en un tema filosófico: la diferencia entre lo que se ve y lo que se es, la diferencia entre la fotografía y la persona. Esa separación entre la realidad y lo metafórico es el gran tema de su obra. Por eso me fascinaba. Porque todo lo de su vida personal se transforma en una observación filosófica, y con ello va más allá de lo personal.

Susan Sontag (izq.) junto a Yoko Ono y John Lennon durante el Festival de Cine de Cannes en 1971. (Getty Images)
Susan Sontag (izq.) junto a Yoko Ono y John Lennon durante el Festival de Cine de Cannes en 1971. (Getty Images)
/ WWD

Y hay otro tema: en su esfuerzo por enfocarse en su mente y su intelecto, dejaba su cuerpo atrás. Como ejemplos de ello tú mencionas su dejadez con el embarazo, su adicción a las drogas, y hasta el hecho de que no se bañaba…

Eso es muy raro. Me costaba mucho encontrar una explicación al hecho de que no le gustara bañarse. Esa separación entre su mente y su cuerpo la he intentado explicar lo mejor que he podido. Creo que Susan se refugió en su cabeza desde muy chica porque no quería ver los desastres que le habían ocurrido de niña: la muerte de su padre, la mamá que no se preocupaba por sus hijas, la realidad de estar en un pueblo en el que nadie se interesaba por nada. En ese desierto de Arizona ella era como una especie de alien, ¿no? Si lo vemos así, podemos decir que ella no quería ver la realidad. Y entonces se inventó una dentro de su cabeza. Pero con los años ese mundo también se fue tornando realidad. Ella se transforma en una persona de un alcance cultural que no tenía nadie nadie más, es un sueño muy extremo. Pero es solo una explicación que yo ofrezco. No es que yo diga “así ocurrió” porque no tengo la certeza. Hay muchas cosas de Susan que son difíciles de explicar. Mucha de la gente de Nueva York que la conoció, que hoy tienen 90 años, todavía está intentando entender cosas de Susan. Por qué hablaba como hablaba, o por qué hacía lo que hacía. Porque también podía ser una persona muy bruta…

Y muy cruel, además. ¿A qué atribuyes esa crueldad que muestras en el libro?

Fue muy cruel, sin duda alguna. Trató a mucha gente de una forma grotesca. Pero al mismo tiempo era una persona capaz de mostrar muchísima sensibilidad. Hay tanta gente que la recuerda monstruosa como gente que la recuerda cariñosa, simpática, gran amiga. Es muy difícil explicar eso. Si puedo resumirlo de alguna manera, diría que fue una persona extrema: cuando quería, podía tratarte como la mejor persona del mundo; y cuando no, podía herirte también. Le hizo mucho daño a mucha gente. Creo que es una pregunta que no tiene respuesta. Con Susan las respuestas nunca son muy claras. Y quizá eso sea lo mejor que le puede pasar a un biógrafo. Lo blanco y negro es un poco aburrido.

Otro aspecto complejo de su vida es su sexualidad. Nunca quiso admitir su lesbianismo, por ejemplo. ¿Por qué crees que pasó?

Creo que responde un poco a la época. Ese es un tema que hoy se ha normalizado mucho, pero en esa época era algo que no se veía, que no se hablaba. Y en el caso de Susan, que además era una mujer de provincia, de un Chiclayo o Ayacucho de Estados Unidos, pues mucho menos. Era un tema que no existía. Entonces mucha gente sufría mucho de eso, no sé cómo decirlo… No es que tuvieran vergüenza, sino que era una cosa que no se articulaba. Ahora mismo, por ejemplo, se habla mucho sobre los géneros, sobre lo trans, pero nada de eso existía cuando yo estaba en la universidad. Uno no tiene que ser muy viejo para encontrarse un poco mareado con lo rápido que cambia la historia y cambian las actitudes. Y Susan tenía una relación muy difícil con su sexualidad. Creo que nunca la resolvió.

En su fijación por las imágenes, ¿cómo crees que habría enfrentado hoy las redes sociales?

Eso es algo que ya se anunciaba en su obra. Si uno lee su libro “Sobre la fotografía”, ella escribe hace casi 50 años que no sabemos qué hacer con tantas imágenes. No podemos procesar, digerir, elegir entre tanta abundancia. Y lo dijo muchísimo antes de las redes sociales. Porque en realidad se trata de cómo mirar al mundo. La realidad política, por ejemplo: si tenemos elecciones en un país y se dicen tantas cosas idiotas –como se dice en todos los países y en todas las elecciones–, ¿cómo puede uno saber qué es la realidad? Y ahora que vemos el avance de la inteligencia artificial, creo que es una cosa fascinante y que le habría encantado. Pero todo eso es algo que ya existía desde la guerra civil estadounidense. En 1863 ya se manipulaban fotografías. E imagino que en la Guerra del Pacífico también se hacía, desde el simple hecho de cambiar la leyenda de una foto. Siempre fue fácil y siempre fue una amenaza para la sociedad. Con Sontag siempre pasaba eso: cualquier tema que podamos discutir hoy, ella ya los anticipaba. Por eso escribir sobre algo que sigue siendo tan actual, y cada vez más, es una felicidad. A esta biografía le dediqué nueve años, y todavía sigo hablando de ella, así que son muchos años más. Todo lo que dijo Sontag lo tengo grabado aquí en la cabeza. Sus reflexiones me han ayudado mucho a pensar el presente.

De hecho, el otro día estaba terminando de leer el libro y justamente aparecieron las imágenes de Donald Trump ensangrentado en un acto de campaña. Y pensaba cómo podía leerse esa foto a través de la mirada de Sontag.

Pero claro. Yo pensé lo mismo. Esas imágenes son muy interesantes en muchos sentidos. Porque es fascinante cómo la foto se utiliza. Sentimos la amenaza de esas fotos, ¿no? Ya sabemos cómo van a ser aprovechadas, sabemos que representan un gran peligro. Y al mismo tiempo vemos las fotos de la Franja de Gaza, que son cosas horribles. Y sabemos que esas fotos no van a parar aquella matanza, no van a parar ninguna bomba. De hecho, Susan decía que una cámara fotográfica es un arma, es algo que representa un peligro real.

Benjamin Moser (Houston, 1976) ganó el Premio Pulitzer de Biografía 2020 gracias a "Sontag. Vida y obra". (AP)
Benjamin Moser (Houston, 1976) ganó el Premio Pulitzer de Biografía 2020 gracias a "Sontag. Vida y obra". (AP)
/ Beowulf Sheehan

En ese arte de “aprender a mirar” que la obsesionaba, ¿crees que ella aprendió a mirarse a sí misma?

Esa es una cuestión vital para muchas personas, un asunto que nos persigue. A veces pensamos que estamos haciendo algo bien, pero los demás no lo ven así. Entonces nos quedamos perplejos frente a esa incomprensión. Es algo normal de la vida humana. Creo que ella lo dijo en muchas ocasiones: que en su generación el tema del yo, del quién soy, o cómo mejoro, no era algo de lo que se hablaba con frecuencia. Y es que había cuestiones sociales y políticas tan grandes, como la Segunda Guerra, que uno estaba luchando, trabajando. Y en cierta forma ella menospreciaba el mirarse a sí misma.

¿No ha habido una figura comparable a Susan, verdad? En términos de su intelecto y su popularidad.

Eso es algo que me he preguntado con bastante frecuencia. Creo que es una figura un poco latina. Es decir, latinoamericana, francesa, italiana. Se dice “Mario Vargas Llosa dijo que”, y todo el mundo lo escucha. El escritor que aparece en la televisión. La conciencia de la nación. Eso no existía en nuestra cultura estadounidense, es una figura que no teníamos. La alta cultura quedaba siempre bastante separada de lo popular, representado en los comerciales, la televisión, las revistas de moda, etc. En cambio en Francia, en Brasil o en el Perú esas cosas no están tan separadas. Sontag fue la única persona que yo recuerde que lo haya hecho en Estados Unidos. Por eso me he pasado años haciéndome esa pregunta: ¿cómo es que ella consiguió formar un puente entre lo intelectual y lo popular? Mi tía abuela, que vivía en un pequeño pueblo de Texas, sabía quién era Susan Sontag. Conocía a gente de Hollywood, cantantes, políticos, pero no podía nombrar a ningún intelectual nacional. Salvo a Sontag. Creo que mucha gente ha intentado replicar su figura, pero no lo ha conseguido. Es algo impresionante.

Cuando publicaste el libro, ¿te encontraste con mucho disgusto, quejas o reclamos?

Claro, claro. Bastante. Pero siempre me dije a mí mismo que si publicara un libro sobre Susan Sontag que no suscitase controversia, sería un fracaso total. Porque ella fue una guerrera toda su vida, se peleó con todo el mundo, tomó posiciones bastante incómodas... Entonces yo quería que mi libro fuese también un poco controversial, como homenaje a ella. No me gustan las unanimidades y creo que a ella tampoco le habría gustado un libro así. ¿Sería como una estatua en la plaza, no? Un monumento que nadie mira. A mí me gustan las controversias.

En el libro incluyes muchas cosas íntimas sobre Susan. ¿Hay algo en lo que, como biógrafo, decides no meterte? ¿Algún filtro o límite?

Sí, siempre. Hay cosas que tienen que ver con el gusto personal, que no me gustan, que no quiero tocar. Tienen que ver con la sensibilidad de cada biógrafo. Este era mi libro, mi retrato sobre Susan Sontag, y yo la quería tratar con decencia, con respeto, sin convertirla en una estatua tampoco. Porque esto último es una cosa que mucha gente quiere. O que cree que quiere. Una biografía que no tenga críticas, que no tenga cosas incómodas o molestas. Pero si no tiene nada de eso se vuelve una biografía muy aburrida, algo que nadie quiere leer. Así que en el fondo se trata de mi propio pudor. Y del respeto. Eso lo aprendí con la primera biografía que escribí, sobre la escritor brasileña Clarice Lispector. Algunas cosas eliges no decirlas por prudencia. Y otras por jurisprudencia incluso, porque uno no quiere meterse en un problema judicial, que es un peligro del biógrafo, al igual que del periodista. Al mismo tiempo, hay otras cosas que uno dice por gentileza; o por no estar seguro de algo, pues no quiero que los lectores se lleven una mala impresión. Porque las malas impresiones son las que quedan. A la gente le encantan los rumores, las cuestiones sexuales, los temas de dinero. Y está el riesgo de que se queden solo con eso, sin indagar en la filosofía del personaje, que es lo que me interesa. Por lo demás, uno no puede imaginar cómo el libro va a tocar al lector.


Además…
Benjamin Moser en la FIL 2024

Moser dialogará con Julio Villanueva Chang sobre el oficio del biógrafo el viernes 26, a las 7 p.m., en el auditorio Laura Riesco.

El sábado 27 estará junto a Victoria Guerrero para ahondar en su libro. Esto será en el auditorio Francisco Izquierdo Ríos, desde las 6 p.m.

El libro
"Sontag. Vida y obra"

Autor: Benjamin Moser

Editorial: Anagrama

Año: 2020

Páginas: 828

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