Los buenos comentarios que tuvo su ópera prima, “La primaria”, significó que la expectativa acompañe a “Perro de ojos negros”, su primera novela publicada hace unas semanas por Alfaguara. La escritora María José Caro (Lima, 1985) cuenta esta vez las vicisitudes que una adulta (Macarena) atraviesa durante su estadía en Madrid. El amor y la escritura son los temas principales de un relato corto pero interesante que atrapa al lector de principio a fin.
Aquí nuestra charla con María José Caro sobre “Perro de ojos negros”, novela ya a la venta en las principales librerías de Lima.
Imaginemos que alguien compra tu novela “Perro de ojos negros” y descubre, leyendo tu descripción, que has escrito antes el libro de cuentos “La primaria”. ¿Cuál es la relación que existe entre ambos textos?
De hecho, en ambas se mantiene el mismo personaje principal. En “La primaria”, Macarena es una niña que se enfrenta a situaciones por primera vez en su vida: el divorcio de sus padres, la muerte de un abuelo, el primer amor, no sé. Y lo que traté de hacer con “Perro de ojos negros” es cambiar un poco la historia de Macarena y mostrarla crecida, porque si te das cuenta, la Macarena adulta es un personaje que no puede desligarse de su infancia. A cada rato hay cosas que la jalan, flashbacks.
En otras entrevistas has mencionado a John Fante y a David Foster Wallace como tus referentes, y en Latinoamérica a Edmundo Paz Soldán y Rodrigo Fresán. No te he escuchado mencionar mucho a escritores peruanos. ¿Acaso la literatura nacional no te ha podido enganchar?
Creo que la literatura peruana está pasando un gran momento y eso es recontra positivo. Sería imposible dejar de lado a Julio Ramón Ribeyro, que es un grande, o a Mario Vargas Llosa. Sí sigo literatura peruana, tanto clásica como contemporánea, pero también tengo una clara tendencia a leer autores norteamericanos.
Conversando con algunos que te conocen mencionan que eres una chica muy afable y llevadera. Sin embargo, tu novela es más bien oscura, con momentos de duda e inseguridades. ¿Escribir le da cierto balance a tu vida?
Soy una persona muy ansiosa. Escribir me da una sensación de control sobre algo que no siento tener en la vida, porque en la vida sí tengo muchos temores, soy bastante insegura. Y sí, trato de ser una mujer amigable, tranquila, pero como pasa con todos, también llevo mis propios demonios. Y justamente Macarena, que en teoría es pacífica –porque ves que pasa por muchas situaciones cotidianas que no le genera conflicto hacia afuera, pero hacia adentro se le hace todo un rollo--, es un personaje muy parecido a mí.
David Foster Wallace, uno de tus referentes, nutría su ficción de sus historias personales. ¿Hay allí una coincidencia?
Sí, me gusta ficcionar conmigo misma, o con una versión mía como Macarena, que viajó a España, a donde yo viajé para estudiar. No me pasaron las cosas que le ocurren a ella (en la novela), pero sí me gusta que el personaje tenga mis ojos, porque creo que algo muy rico de la vida es que primero está uno y luego el resto de cosas. Y siempre está ese velo que nos separa del resto. Me gusta mucho mostrar un punto de vista muy personal.
¿Cuál es la idea de enamoramiento que Macarena tiene en la novela?
En la historia ella está muy enamorada de C., un amigo venezolano que no le ‘da bola’. Juntos ingresan a un taller de narrativa en La Tabacalera, que es un lugar al que fui una vez cuando estuve en España. Es un centro cultural, pero más que todo es un lugar extrañísimo, lleno de hipsters. Macarena tiene tendencia a hablarse a sí misma, con una barrera que le impide comunicarse con el resto, y nunca llega a decirle a C. lo que siente. Entonces se queda en una situación totalmente ambigua y platónica.
¿Cuál fue tu objetivo al incluir un cuento dentro de la novela?
Como Macarena tiene el problema de no poder decir lo que quiere, siempre parece estar actuando para pasar por un perfil bajo, entonces, siempre que tiene pequeñas fugas son relacionadas a la ficción. Por ejemplo, cuando se dice que el abuelo empezó a morir, ella se encerró en un cuarto y empezó a ver una película. Entonces, para alguien que ve a la ficción como una vía de escape, me pareció que este elemento también debía ser la manera en que (Macarena) se abría a C. para decirle algo. La ficción te permite decir cosas que no dirías en la vida real.
En tus inicios contabas que te costaba mucho escribir un cuento. Eras muy meticulosa al borrar, reescribir y terminar la historia. ¿Se complica más al redactar una novela?
Es lo mismo. Suelo escribir muy temprano. Para terminar esta novela me levantaba a las 4 a.m y escribía hasta las 6 a.m. quizás seis o siete líneas. Soy muy dura conmigo. Me gusta que lo que escribo sea sobre todo musical, por eso leo en voz alta. Y creo que eso de pelear con el borrar y volver a escribir es algo que me acompaña por mi propia personalidad. Además, a veces siento que leo cosas tan alucinantes, que pueden conmoverme tanto como quizás “Tiempo de vida” de Giralt Torrente, que digo ¡eso es literatura! Si al escribir te cuesta es porque quieres lograr un buen resultado.
Es muy notorio el cierre de cada uno de los capítulos de tu novela, con frases muy bien cuidadas y con lenguaje muy trabajado. ¿Qué incluyó tu formación como escritora?
Llegué a la literatura de una forma bastante extraña. Veía muchas películas y a partir de estas decidí leer. Y luego, cuando ya lees mucho, te da curiosidad de escribir. Me recomendaron inscribirme a los Juegos Florales de la Universidad de Lima y lo hice. Gané. A partir de entonces ingresé al taller de narrativa de Jorge Eslava. Creo que ese fue el momento preciso, porque estaba confundido con respecto a mi vida. Ahí escribí los cuentos que aparecerían después en “La primaria”.
El ámbito familiar y de los amigos, más que ayudar a Macarena, a veces, termina más que ayudándola, hundiéndola quizás en un sentimiento de no pertenencia. Es decir, el estar rodeado de mucha gente no te asegura felicidad. ¿Es más retador tocar situaciones de este tipo en la escritura?
Creo que en esa etapa de mi vida, o sea cuando tenía 24 o 25, me sentía así con respecto a mi vida en general. Siento que mi generación pasó casi del colegio a la universidad, luego a la universidad. A mí me contrataron antes de siquiera terminar mis estudios. Me dio como una crisis en la que dije hacia dónde va mi vida. Ahora lo siento bizarro y me da risa. Yo estaba media molesta porque la gente en la universidad vivía esa vorágine en la que ser cool significaba caminar por el patio con tu fotocheck del trabajo. Me llegaba lo que pasaba entonces, quería cambiar mi vida. Como empecé a trabajar tan joven, sentí que debí tener un momento de respiro que no tuve. Y justo viajé a España, estudié un master y a la vez me ‘libero’.
¿La literatura te ayuda a exorcizar tus demonios internos?
Sí. Luego de que escribo me siento mejor. Cuando me levanto de la silla tras varias horas ante la computadora, siento un peso menos encima.