No existe en esta ciudad conocedor de poesía, digno de tal condición, que no sepa quién es Carlos Carnero Figuerola (Lima, 1969). Me refiero al gestor de Inestable, la única librería capitalina –y tal vez del país– especializada en publicaciones nativas e internacionales del mencionado género. Hace más de una década que desempeña esa noble tarea, que ni siquiera esta torva pandemia ha detenido. Mantener durante tanto tiempo un emprendimiento de tales características, en un medio donde se lee tan poco –y mucho menos en verso–, solo puede calificarse como un milagro que cientos de lectores debemos reconocer y agradecer.
Pero quizá quienes frecuentan las surtidas mesas y los estantes de Inestable ignoren que Carnero, además de un estupendo librero, es un riguroso poeta que ha desarrollado su oficio con una discreción que roza el secreto. Cuenta en su bibliografía con “Las razones de los efectos” (2000) y “Cántico no lineal” (2010), libros experimentales de distribución casi íntima. Su primera entrega deviene en ritual de autoexploración y afirmación ejecutado mediante las precisas herramientas de la perspicacia y la racionalidad; la segunda podría definirse como un paisaje de radicales dislocamientos entre lo real y lo nombrado (“no existe la materia como tal // la materia es una disposición del movimiento / lo que existe son sucesos // una oración es un suceso / tocar así el agua sobre la banca // no existe la palabra como tal”). Si bien ambos conjuntos exhiben algunos hallazgos estimables –bastante más que ciertas pretenciosas tentativas de subvertir los tradicionales estamentos de nuestra lírica contemporánea–, prima en ellos una frialdad matemática e inhóspita que, aunque resulta eficaz en su objetivo, impide apreciar las posibles resonancias contenidas en sus acercamientos ontológicos y metafísicos, potencialmente persuasivos.
En ese sentido, “Fijación de Miraflores”, su último libro, es una muy buena noticia. Poemario agudo y a la vez entrañable –qué difícil es encontrar ambas virtudes en un mismo título–, significa el mayor logro expresivo de Carnero en su aspiración de erigir una poesía de la certeza, un diálogo que desentraña la auténtica esencia de las energías naturales a través de insólitas y luminosas asociaciones intuitivas que impugnan cualquier estandarizada visión del mundo, como ocurre en su bello poema “Pájaro no catalogado”: “No clasificada en los libros de biología / No la vi fijarse / como poste encendido / ya entrada la mañana / o estrella perdida. Ya que esta relación se basa también / en la deuda”.
Carnero plantea una cartografía poética de su distrito de residencia que es al mismo tiempo testimonio de la fructífera lucha entre la razón casi científica y “los valores sentimentales / que queremos ver triunfar”. El primer y principal punto de enunciación de ese conflicto es el acantilado, desde el que se contempla todo un territorio disperso, de engañosa continuidad, que el yo poético pretende redefinir a través de una mitología personal (pues su prédica abre un espacio originario para poblar y refundar) capaz de otorgarle la necesaria coherencia a esa región descentrada que se mueve bajo sus pies.
Esta cartografía reflexiva y sensorial cobra la forma de un paseo detenido, acucioso, por calles estrechas
Esta cartografía reflexiva y sensorial cobra la forma de un paseo detenido, acucioso, por calles estrechas, atento a la gramática de los árboles, a la inadvertida fauna urbana y a los fantasmas que libera la memoria (por ejemplo, un oso de ribetes legendarios que merodeaba en los bosques primordiales de la localidad en los albores del siglo pasado). Aquel repaso produce acabados poemas como “Acantilado”, “Conjunto D”, “Terraza” y especialmente “Moreras”, que remite al conocido “Algunos árboles” de John Ashbery, y a su idea de la “inmóvil representación” en la que Carnero halla “una disputa por la libertad de lenguaje” y “una máquina de inferencias / que intenta minimizar / la energía libre”.
De ese modo Carnero ha edificado, más que un Miraflores de la mente, un Miraflores de la palabra, “perdido hoy como un dialecto”, transfigurado en “una imagen suspendida en un tenue predicado”, flotante como “un movimiento sintáctico concatenado a un principio prismático de la realidad”. En esa ciudadela verbal se ha internado para volver rebosante de emotivas y serenas revelaciones. Imposible soslayar la excelente edición del Álbum del Universo Bakterial, proyecto que regresa de un largo receso con las credenciales intactas y su colorida creatividad en ristre. Aguardaremos, expectantes, sus próximas sorpresas.
LA FICHA:
Autor: Carlos Carnero.
Editorial: Álbum del Universo Bakterial.
Año: 2020.
Relación con el autor: cordial.
Calificación: ★★★ 1/2.
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