Lucía Ocampo dormía cuando el fuego la mató. Su poesía, casi profética, tiene muchas alusiones al dormir, al descanso. Sus dibujos, también proféticos a su manera, mostraban lo que parecían ser corazones o flores en llamas. Y muchos otros papeles con versos y trazos se extinguieron con ella en ese extraño incendio del 2001, en su pequeño departamento de la calle Rutte, en Magdalena.
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Pero a Lucía Ocampo Abasolo (Huancayo, 1957) otras llamaradas la persiguieron en vida. Antropóloga de profesión, su realidad como mujer huancaína quedó plasmada en un ensayo titulado “Un mundo de tristeza”, con el que ganó un premio auspiciado por la ONG Desco en 1991. Lo firmó con el seudónimo ‘Huanca’ para hacer más patente su identidad territorial, compleja y adversa en muchos sentidos.
Tuvo un matrimonio tormentoso, del cual nació su única hija, Alejandra Mitrani. Aunque durante muchos años Mitrani no vivió con su madre, la frecuentaba esporádicamente. Ella fue testigo directa del alcoholismo de Ocampo, pero también de sus intentos por salir de esa adicción.
“Mi mamá era una persona que cuidaba mucho su alimentación, su cuerpo, hacía yoga, caminatas –cuenta Mitrani–. Más adelante conoció a una comunidad cristiana e hizo un gran esfuerzo por ordenar su vida. Además, ella sentía que estaba renaciendo a través de la escritura. Había logrado tener el hábito de levantarse temprano, porque trabajaba haciendo panes y pasteles, y el resto del tiempo se lo pasaba escribiendo. Siempre me contaba lo feliz que estaba”.
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Ocampo Abasolo fue integrante de Hora Zero Centro, suerte de filial regional del célebre movimiento poético que fundaron Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz. Allí también usó un seudónimo, ‘Nauka’, para firmar algunos de los manifiestos que el grupo solía poner en circulación.
En el 2001, cuando Lucía se encontraba en el mejor ritmo de su escritura, acudió a Tulio Mora –poeta también horazeriano y huancaíno– para entregarle un cuaderno con poemas para su revisión. Pocos meses después, ella moriría a los 44 años de edad, en el incendio ya mencionado, y nunca recibiría los comentarios que hizo Mora a su trabajo.
“No fue fácil para mí ir a pedirle los textos a Tulio porque no sabía con qué me iba a encontrar –cuenta Alejandra Mitrani sobre cómo recuperó los poemas de su madre–. Pero finalmente le escribí, quedamos en encontrarnos en su casa de la residencial Santa Cruz, y me dio los textos. Les di una leída rápida, me asusté un poco, y los guardé durante un montón de años”.
Con el tiempo, Mitrani se acercó a una amiga, la editora Paloma Reaño, para revisar juntos el poemario manuscrito de Lucía Ocampo. Lo que encontraron las sorprendió, y acaba de convertirse en un libro por demás especial: “Todo significa sed” (Pesopluma, 2023), cuyo proceso de edición contiene varias particularidades.
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El cuaderno con los poemas de Ocampo que Tulio Mora tenía en su poder estaba lleno de severos tachones, casi sin comentarios al margen. En algunos casos, una simple X parecía sentenciar ciertos versos; en otros, el autor de “Cementerio general” marcaba más de la mitad de un poema para desecharlo.
Todos esos rastros de revisión han quedado expuestos en la edición de “Todo significa sed” de Pesopluma, a la manera de facsímiles de las páginas originales. Pero el mismo libro incluye también un “cuidado de edición contemporáneo”, que ha estado a cargo de Paloma Reaño y Solène Delrieu.
“Lo que teníamos era el manuscrito intervenido, de manera bastante contundente. Entonces nos pareció valiosísimo tener un documento que mostrara el detrás de bambalinas de los procesos de edición, de sus etapas, con las muestras de cómo se negocia y qué criterios vienen a tallar en la versión final de un texto”, explica Reaño.
Para la editora, los cuadernos de Ocampo también revelan la situación de una mujer joven y provinciana que le confía su obra a una poeta con mucho más capital simbólico dentro del circuito cultural, como era el caso de Tulio Mora. “Nos sorprendió ver esa relación editor-autora, que habla mucho sobre cómo era la cuestión del poder y la autoridad, y de quién tiene la última palabra. Algo que tiene que ver con el canon, que es mayoritariamente masculino, y con el papel que jugó Lucía dentro del movimiento Hora Zero, que hizo que todo su trabajo permaneciera inédito hasta hoy”, agrega.
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¿Qué importa si muero y ahí todo termina?
¿Qué importa si muero y
simplemente traspaso el umbral,
llego al lugar donde soy bienvenida?
Los poemas de “Todo significa sed” están marcados por la angustia, la soledad, la confusión, pero a la vez por una desbordante capacidad de amar. Como solo ocurre en ciertos casos especiales, aquí la poesía trasluce el espíritu de su autora en su forma más pura y honesta, con sus alegrías y sus peores defectos unidos en un solo cuerpo.
Además, Ocampo dejó también una novela inacabada, un diario y un intercambio epistolar que su hija espera pronto poder sacar a la luz, como parte del rescate de una escritora olvidada por el peso de la historia y de las circunstancias.
“He malgastado mi tiempo con drogas y alcohol. ¿Lo malgasté realmente? Lo único que no gané fue dinero. Ahora tengo que ganar dinero ¿y qué más? para ser amada. ¿Qué diablos necesito? ¿Fama? ¿Gloria? ¿Honor en mi país?”, dice uno de los pasajes del diario de Ocampo, que se puede oír en la voz de su hija en el ‘booktrailer’ de “Todo significa sed”.
“Es loco porque Lucía era muy ordenada [con sus diarios]. Es un cuadernillo escrito a máquina, con las páginas numeradas, anilladas, con correcciones en ‘liquid paper’ y ‘fine pen’. las páginas numeradas, anilladas. Y en contraste, todo lo que hay dentro es un torrente de pensamientos, en el que va de una cosa a la otra; en el que está el personaje, como un álter ego, pero luego está ella también”, detalla Reaño sobre estas memorias íntimas aún inéditas.
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Las aparentes contradicciones de Lucía Ocampo se visibilizan en “un engranaje de autodestrucción y de creatividad”, como señala Paloma Reaño, y en la forma en que ella misma expuso su alcoholismo y otras adicciones durante mucho tiempo tan estigmatizadas. “Recién desde hace poco, en el último lustro, se habla de que estos problemas deben tratarse como una enfermedad, como un cáncer cualquiera”, refiere la editora.
“Son pocos los registros de escritoras alcohólicas, al menos en Latinoamérica –agrega Reaño–. María Moreno no es la única. Hay muchas más, y casi todas inéditas. Pero en contraparte tienes toda una hagiografía de escritores hombres adictos. Porque ellos son genios, y ellas son locas. Y malas madres, malas mujeres. Por eso a mí la voz de Lucía me parece una perla para armar esta genealogía de mujeres que escribieron, que maternaron como pudieron, que lucharon durante años”.
Vengo de la ciudad del horror,
la vergüenza
y la falta de amor,
y aquí es tan bello,
tan calmo, tan vivificante
—pero, a veces
no acepto ser aceptada—.
El libro se presentará este sábado 29 de julio, a las 12 del mediodía, en el audiorio Jorge Eduardo Eielson de la Feria del Libro de Lima.
Participan Alejandra Mitrani, José Carlos Yrigoyen y Violeta Barrientos.
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