Tal vez fue el clima. O un virus. Daniel Alarcón (Lima, 1977) se restriega la nariz un lunes por la mañana; el día anterior presentó en la Feria Internacional del Libro la reedición de “La balada de Rocky Rontal” (Seix Barral), compilado de crónicas donde intercala historias carcelarias con semblanzas de la sociedad latinoamericana, Perú incluido. Pese al calor humano del recinto ferial, estamos en invierno; no ayuda tampoco que haya dado la entrevista previa en una terraza. Aún así, su voz mantiene ese tono característico que da a las narraciones de Radio Ambulante, el podcast de periodismo narrativo que fundó junto a su colega y esposa Carolina Guerrero, entre otros reporteros. Me dice que, a veces, la gente le pide que grabe saludos en audio. No es popularidad, es prestigio.
“En Radio Ambulante hemos tratado de crear un modelo de negocio híbrido que nos mantiene de pie, pero créeme que cada año es un reto. Yo sí creo que hay gente que busca medios creíbles y confiables, porque nadie puede ser experto en todo. Yo no soy experto en nada, yo quisiera que la gente que sabe más me explique y yo quiero encontrar los medios que elevan las voces de la gente que sabe”, cuenta Alarcón, cuyo estudio de podcasts lanzó en plena pandemia El Hilo, que a diferencia del primer programa tiene contenido más actual. Atribuye el éxito de este show a que siempre busquen fuentes confiables, no gente improvisada, que expliquen lo que pasa en Latinoamérica al público curioso.
Han pasado siete años desde la primera edición de “La balada de Rocky Rontal”. En ese lapso murió el hombre que inspiró el título, cuya historia de violencia, de cómo acabó en prisión en EE.UU., se narra en sus páginas. También hubo cambios en El Salvador, país del que trata el texto “Los verdugos…”; el presidente Nayib Bukele entró con un plan para reducir la delincuencia organizada que ha tenido críticas que denuncian violaciones a los derechos humanos. Otra crónica, “La concursante”, sobre Ruth Thalía Sayas, la víctima de feminicidio que participó en “El valor de la verdad”, están tal cual. Son una fotografía del momento.
¿Qué pasa con América Latina? El libro da la sensación de que hay algo enfermo en esta sociedad. “Yo creo que tendríamos que preguntarnos por qué, de las 50 ciudades más violentas del mundo, cuarenta y pico son latinoamericanas. No te podría decir cuál es la razón, porque no soy sociólogo ni historiador, pero sí hay algo que anda mal, claramente”, menciona Alarcón, quien, siempre periodista, prefiere basarse en hechos. “Tú ves y sientes que en cada país hay una capacidad de violencia que está ahí, quieta, y que en cualquier momento puede estallar. Yo no sé cuál es la razón. Debe ser una complejidad de factores. Quizás la inequidad, la desigualdad social, los dos extremos de pobreza y riqueza que hay acá, no sé.”
Esta edición del libro incluye dos crónicas adicionales. “Chile en las barricadas”, sobre el estallido social de finales del 2019 que surgió en Santiago, y “Ciudad de muertos”, sobre la crisis humanitaria en Quito, capital de Ecuador, durante la pandemia del Covid-19, y donde también se menciona el auge de la violencia organizada. Mientras tanto, Alarcón sigue escribiendo entre el lugar de los hechos, que puede ser en cualquier parte del continente, y su casa en Nueva York. “Me ha ayudado tener esa distancia física también, me da claridad”, dice.
A continuación, la entrevista completa:
―No sé si sea ingenuo esperar, leyendo este libro siete años después de su publicación, que algo haya cambiado para bien en los entornos donde ocurrieron estas historias.
Yo creo que tendría que volver a reportear las historias para decirte qué sí o qué no. La historia de Guayaquil fue hace dos años y tengo entendido que la cosa no ha mejorado; que al contrario, está peor. Quizás otra crisis sanitaria que existió durante el Covid no, pero [sí] la crisis de inseguridad y de violencia que ha hecho titulares mundiales; las masacres en las cárceles, esas cosas. Pero una historia como “La concursante” [el caso Ruth Thalía Sayas] trata un poco de la relación entre los medios, sobre todo la televisión en el Perú, y su relación un poco depredadora con la gente que quiere estar en la tele, que sueña con ser famosa. Yo creo que tendría que pasar más tiempo acá para entender si eso ha mejorado o no.
―Y cuando hay cambios está lo de El Salvador [una de las crónica del libro es sobre la violencia en ese país], con todo lo que implica Bukele para las libertades ciudadanas.
Sí, ese es un buen ejemplo de algo que claramente ha cambiado y tocaría rereportear. En cierto modo lo hicimos, hice el trabajo de editor para para la serie Central en Radio Ambulante y publicamos siete episodios sobre El Salvador bajo el título de “El señor de los sueños”, que es un poco la biografía política de Nayib Bukele. Él es un caso fascinante, un caso peligroso para la democracia en la región o, indudablemente, un político muy hábil y popular en su país. Pero el hecho de que sea popular no significa que no sea una amenaza a la democracia de su país y regional.
―Esta edición tiene un par de nuevas crónicas. Pero yo imagino que le diste una relectura al libro, a propósito de la nueva edición. ¿No?
Sí. El cambio más notable fue que Rocky Rontal, el personaje que le da el título a la colección, falleció. Y eso como que también fue parte del del impulso, de que estas historias son efímeras, los personajes en sí son efímeros y también valía la pena como revisitar estas estos textos. Yo trato de escribir cosas que perduren. En inglés decimos “evergreens”, que nunca caducan. Uno puede leer una crónica 10 años después y sigue siendo una historia interesante. Una historia que tiene cierta relevancia. Releí las crónicas para para corregir pequeñas cosas que se me han pasado quizás, pero yo no creo que vale la pena rereportearlas o sacar nuevas ediciones cambiadas, porque son una foto de un momento. O sea, si bien, como tú mencionas, El Salvador o Perú hayan cambiado, no importa porque estos estos textos reflejan su momento y sirven también como un documento histórico.
―No había leído el libro antes. Al acabarlo, me dejó la idea de que hay algo fundamentalmente enfermo en América Latina.
Yo creo que tendríamos que preguntarnos por qué, de las 50 ciudades más violentas del mundo, cuarenta y pico son latinoamericanas. No te podría decir cuál es la razón, porque no soy sociólogo ni historiador, pero sí hay algo que anda mal, claramente.
― ¿Y en tu lectura esto viene de la gente, de los políticos?
Yo no sé. No creo que viene de la gente porque en todos los países que he visitado me he encontrado con gente súper cariñosa, muy acogedora, gente alegre. Pero al mismo tiempo tú ves y sientes que en cada país hay una capacidad de violencia que está ahí, quieta, y que en cualquier momento puede estallar. Yo no sé cuál es la razón. Debe ser una complejidad de factores. Quizás la inequidad, la desigualdad social, los dos extremos de pobreza y riqueza que hay acá, no sé, pero claramente algo anda mal.
―Tú vives en EE.UU. desde que tienes tres años. Es un país que tiene su propio cúmulo de problemas para los latinoamericanos…
Para varios.
― Y para varios grupos humanos, sí. ¿Tú crees que vivir allí te da la suficiente distancia para examinar a la región?
La distancia puede ser útil y también te puede opacar o confundir. Yo reporteo de cerca, yo mismo voy a los lugares de los hechos y hablo con la gente y luego vuelvo a Nueva York y escribo. Eso me ha servido, me ha ayudado tener esa distancia física también, me da claridad, pero por ejemplo cuando estoy reporteando en un lugar cada noche yo llego a mi hotel y escribo un email a mi editora. Digamos que estoy reporteando para el New Yorker; escribo un email de 2000 palabras cada noche. Yo no sé si ella los lee incluso, porque no importa que los lea, más bien me sirve a mí poner en papel mis ideas, mis impresiones, mis inquietudes, lo que observé, los detalles. Entonces mi trabajo es una mezcla entre la inmediatez de estar en el lugar de los hechos y la distancia que me permite vivir en Nueva York.
―¿Ser latinoamericano es acostumbrarse a las indignidades?
Ser humano es acostumbrarse a las indignidades. Eso creo que no es algo particular a los latinoamericanos. Creo que si le preguntas a la gente en Estados Unidos, Europa, en África en Asia te van a decir lo mismo.
―¿Y dónde entra el periodismo en todo esto, ahora que los medios tienen más desafíos que nunca?
Te puedo decir que los desafíos del periodismo son inmensos. No solo económicos y de modelo de negocios, sino también ante las nuevas tecnologías. Perdiendo audiencia, perdiendo credibilidad. Mucha gente no sabe distinguir entre algo escrito por inteligencia artificial o algo escrito por un ser humano. Los deep fakes son cada vez más creíbles incluso para gente que está preparada, digamos, para distinguir. Muy preocupante. Nosotros en Radio Ambulante hemos tratado de crear un modelo de negocio híbrido que nos mantiene de pie, pero créeme que cada año es un reto. Yo sí creo que hay gente que busca medios creíbles y confiables, porque nadie puede ser experto en todo. Yo no soy experto en nada, yo quisiera que la gente que sabe más me explique y yo quiero encontrar los medios que elevan las voces de la gente que sabe. El éxito de El hilo, por ejemplo, tiene que ver con eso. Que nosotros siempre estamos buscando fuentes confiables, gente que no está improvisando, gente que sabe realmente el tema y les damos a esa gente una plataforma, que le explique a una audiencia curiosa qué está pasando sea en Chile, Perú, México o El Salvador.
―Internet se ha convertido en el espacio del periodismo narrativo ¿cierto? Allí está Radio Ambulante. Y me imagino que ahora internet es más importante que nunca, considerando que ahora hay menos medios impresos y que están pasando por problemas.
Radio Ambulante siempre ha sido un medio digital nativo, desde nuestra producción hasta nuestra distribución. No podríamos existir sin las herramientas digitales que nos permiten tener corresponsales en una docena de ciudades latinoamericanas, de trabajar a distancia con archivos inmensos que son las sesiones de audio, de compartir y trabajar a cuatro, seis, ocho manos en un mismo guion usando Google Docs. Y todas esas herramientas que nos ayudan a producir de manera remota nos ayudan a distribuir también a una audiencia que está completamente esparcida por el mundo, en todos los países latinoamericanos, en Estados Unidos y Europa, pero también en lugares donde quizás no pensarías: Kuala Lumpur, Uganda, El Cairo. Y eso es prueba de que hay una audiencia hambrienta por contenido como el que estamos produciendo.
―Algo que no existía cuando escribiste las crónicas originalmente, antes de que sean puestas en el libro, es la categoría de influencer. La red ha pasado a ser un poco como la televisión, ¿no? La gente busca ídolos.
Sí.
―Mi consulta es si el periodismo necesita sus propios ídolos para que los reportajes, las crónicas y esta clase de contenido tenga el impacto que merece en esta era de los influencers.
No tengo casi nada bueno que decir sobre los influencers y su cultura. Siento que si digo cualquier cosa voy a quedar como un viejito [risas]. Es que todo es tan extraño para mí. Yo tengo 47 años. Como que no les da pena ser tan figuretis, y eso es algo que me choca mucho en lo personal. Que cada uno haga lo que les da la gana y que sean felices, perfecto, pero no es un estilo que me llame la atención, no es un estilo que me parezca particularmente agradable. Hay cosas en Youtube que me encantan, y ciertamente hay personalidades en YouTube que me encantan y que le encantan a mis hijos. No es que todo sea malo, pero hay muchas cosas que pasan en Internet que lo miro y no entiendo por qué. Y seguramente hay alguien que les encuentra sentido, pero yo no soy la audiencia para eso. Entonces la pregunta de si es que el periodismo necesita de influencers; hay periodistas influencers, que trabajan mucho su marca personal y supongo que tienen un valor. Quizás, no sé.
"Nosotros en Radio Ambulante hemos tratado de crear un modelo de negocio híbrido que nos mantiene de pie, pero créeme que cada año es un reto. Yo sí creo que hay gente que busca medios creíbles y confiables, porque nadie puede ser experto en todo."
Daniel Alarcón , periodista.
―Las nuevas crónicas del libro son dos. Una sobre Ecuador, la otra sobre Chile. Y las veo como dos extremos en cierto modo, porque Ecuador da la sensación por un lado de que todo va a empeorar, y en Chile como que hay esperanza ¿verdad?
Creo que tendríamos que hablar con un chileno para matizar esa última frase. A mí no me sorprendería que después de Boric venga un candidato de extrema derecha en Chile que capture la imaginación del electorado, igual que no me sorprendió que en Estados Unidos, después de Obama, llegó Trump. Sin la catástrofe de Bush y el colapso económico del 2008 no llega Obama. Y sin Obama y la presencia de un presidente afroamericano joven no llega un extremista como Trump. Entonces yo sí creo que hay un péndulo que va, y ese vaivén está llegando cada vez a más extremos. Igual mira Colombia, van de un gobierno de derecha como Duque a Petro. ¿Tú crees que el siguiente presidente va a ser de izquierda? Lo dudo, es más probable que sea un Uribe light que un Petro dos. En lo que yo veo, y no me gusta ser opinólogo porque no lo soy, yo creo que la tendencia es hacia la polarización y ese es quizás el gran peligro que tienen las democracias latinoamericanas ahora, que la polarización acentúa la precariedad de nuestras instituciones y la amenaza es que terminen con desbaratarlas.
― ¿Y dónde queda Perú en este péndulo siempre en movimiento?
No me gusta ser opinólogo, pero lo que tenemos acá son grandes mafias ligadas a un Congreso inútil y gente que le tiene poca fea al Estado y a la política. Y tienen razón. La democracia como sistema en Perú no ha permitido que la gente le tenga fe. Entonces estamos en un problema muy grave. Y claro, ahorita viene un Bukele peruano, seguro, con un discurso que va a ser muy vendedor y eso es peligroso.