Luego del éxito que significó la publicación de "Uchuraccay, el pueblo donde morían los que llegaban a pie", G7 Editores vuelve a la palestra con “Andahuaylazo: Crónica fotográfica de una asonada”, del reportero gráfico Roberto Guerrero Espinoza.
La portada del libro presenta la foto con la que este profesional ganó el Premio Internacional de Periodismo Rey de España. En la imagen, dos aturdidos etnocaceristas intentan volver a cerrar un cajón en el que yacen los restos de uno de sus compañeros. A pocos centímetros, los oficiales de la Policía Nacional del Perú intentan retomar el control no solo de esa localidad, sino de un país que parecía irse al despeñadero en los albores del año 2005.
Conversamos con el autor de esta publicación que incluye 62 fotografías de alto impacto que bien podrían verse como un relato pormenorizado y desgarrador de un hecho ocurrido hace una década pero que persiste en nuestra memoria: el intento por traerse abajo un gobierno democrático.
-Debe ser una satisfacción ver su trabajo como fotógrafo en un libro…
Dicen que uno debe tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Creo que con “Andahuaylazo” ya hice las tres cosas. Esta es una linda satisfacción y básicamente porque, desde mi punto de vista, es un documento que aporta a la historia reciente del Perú.
-Se encontró en un momento histórico protagonizado por los reservistas etnocaceristas que odian a Chile y usted es chileno. ¿Fue complicado el momento en que se percató de ese detalle?
Al inicio no nos dimos cuenta. Luego fui pensando más la situación y dije sí, estos compadres les tienen bronca a los chilenos. Una de las banderas del etnocacerismo es reivindicar la Guerra del Pacífico. Junto al periodista Oscar Miranda hicimos un gran trabajo en equipo, lo que considero es un factor básico en el periodismo y así pudimos pasar esa valla y llegar a buen puerto.
-Un fotógrafo no siempre tiene la suerte de elegir con qué redactor va a hacer su trabajo.
Para eso están los editores. Creo que debe enviarse a gente que se complemente mutuamente. Una rencilla personal tonta o creer que uno es más que otro, puede malograr un trabajo. Afortunadamente eso nunca me pasó. Siempre busqué formar buenos equipos.
-¿Cómo se inició en la fotografía?
Hace casi 35 años. Estudiaba en una escuela industrial y, por cosas del destino, me llevaron a casa de la hermana de un amigo --- a la que yo cortejé— y cuyo padre era un famoso fotógrafo (en Chile): Vicente Vergara Gaete. Él fue maestro de generaciones de fotógrafos. Al señor le encantaba mostrar sus trabajo y yo, por caerle bien a su hija, acepté. Sé que suena medio cliché, pero mi vida cambió cuando conocí el proceso (antiguo) de revelado. Para mí eso fue magia, una cosa que no entendía. Todos los días me invitaba a su laboratorio y me enseñaba. Recuerdo que le preguntaba cosas. En ese tiempo no había universidades o institutos para estudiar fotografía. Empezaría a trabajar con ese señor y, tiempo después, golpearía varias puertas de periódicos. Hasta que llegué a “La Nación”.
-Un diario del Estado…
Claro, como “El Peruano” en Perú. De ahí me botaron cuando salió Augusto Pinochet. Hicieron un corte para que entre la gente del nuevo gobierno. Hice unos proyectos tipo agencia y paralelamente me llamaron del diario “Las Últimas Noticias”. Trabajé unos años ahí y luego pasaría a “La Tercera”, donde estuve hasta el año 2000. Luego vine al Perú.
-De esas tres experiencias en medios chilenos, ¿cuál fue la cobertura que más le marcó en su vida como fotógrafo?
Definitivamente, la visita del Papa. Yo estaba en “La Nación”. Era bien difícil trabajar entonces porque como era un diario oficialista, la gente no nos veía con buenos ojos porque se suponía que éramos la cara del régimen. Todo eso perjudicaba nuestro trabajo en protestas y demás coberturas. Teníamos que tratar de no identificarnos. Cubrí la gira del Papa y eso me marcó porque ya busqué otras cosas. No veía tanto lo político sino lo estético de las fotos e incidí en tratar de pelear por el mejor material.
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El autor del libro en Miraflores, Lima.
-En ese tema de pelear por la mejor foto y superar a la competencia, ¿se puso usted algún límite?
Siempre fui osado, un tipo muy atrevido. Quise ir más allá de lo permitido. Eso me trajo varias veces consecuencias porque, trabajando con un diario oficialista, cubriendo el último Te Deum de Pinochet, los agentes de la CNI –en medio de un gran desorden-- me agarraron a golpes y me mandaron al Hospital. Me pegaron muy fuerte. En realidad, al ser joven, era ambicioso y quería superar a mis referentes. No me ponía límites. Pero creo que esto es propio de esta raza de fotoperiodistas. El ir más allá de lo obvio, siempre.
-Ya hablando de su cobertura del Andahuaylazo. ¿En algún momento sintió que su vida corría peligro?
Los que llevamos esta profesión metida muy adentro no medimos el riesgo. Recién se miden las consecuencias después. El único riesgo que quizás vi era que me descubrieran mi nacionalidad chilena. A veces cuando me hablaban fingía cierta afonía y evitaba hablar. Aparte de eso, veía a la gente muy enardecida, no querían nada con la prensa porque la televisión los mostraba como rebeldes y todos pagábamos las consecuencias.
-Hay una relación ambigua del público hacia la prensa. Se le ve como “vendida” o “parcializada” pero a la vez se le necesita para difundir un reclamo a nivel nacional.
Son sentimientos encontrados. Yo no puedo hablar de cómo fue la prensa en el tiempo de Fujimori porque no lo viví, pero creo que esto es culpa de una época oscura que vivió el Perú. Aún seguimos pagando las consecuencias de eso.
-¿Cómo era el trato de los reservistas etnocaceristas con los periodistas?
Algunos se creían el cuento, esa historia del rebelde que había realizado un levantamiento para ‘salvar’ al país. Sin embargo, al rato aterrizaban y se ponían esquivos. Tenían unos cambios de personalidad bastante bruscos. De hecho, en un momento un tipo nos lanzó una granada. Yo estaba en un grupo de cinco colegas. Nunca corrimos tanto como aquella vez. Nos tratamos de esconder en muritos y gracias a Dios esa bomba no detonó.
-Estando en situaciones tan extremas como esa, ¿piensa un fotoperiodista que tiene la posibilidad de sacar ‘la foto de su vida’ o solo se preocupa por enviar buenas fotos para el periódico de mañana?
No, uno no sale a una cobertura pensando en que tomará la foto que le servirá para ganar un premio. Los reporteros gráficos tenemos obligaciones y una de esas es ser el nexo entre los hechos y la gente. Creamos consciencia en la sociedad, por lo tanto, nuestro trabajo debe ser responsable. Cada comisión, y no solo una asonada o un conflicto social, sino también una conferencia de prensa, debe ser afrontada teniendo en cuesta eso. Crear conciencia a la sociedad, aportar con nuestras imágenes a la historia. La responsabilidad de transmitir algo real es muy importante.
-Los etnocaceristas no han desaparecido. Es más, están muy dispersos en varias partes del país, por lo que un nuevo Andahuaylazo no puede descartarse de plano.
El conflicto social por el proyecto Tía María, según informaciones de inteligencia, tiene a etnocaceristas detrás. Hace poco salió un informe que mostraba cómo se movían estos grupos, que casualmente se meten a los pueblos por donde más se sufre: el estómago, la salud y la educación. Si el Estado no se preocupa por estos pequeños grandes detalles, mira (los etnocaceristas) ahora ya andan caminando puerta por puerta. ¿Qué pasará con ellos? Es una pregunta muy latente.
-Nadie tiene el derecho de poner en riesgo la vida de tantas personas.
¿Qué está pasando con los deudos de los policías que perdieron la vida en el Andahuaylazo? ¿Qué pasa con los familiares de los etnocaceristas muertos, que también son peruanos? Si el Estado y la sociedad no se meten en eso, se está criando gente con resentimiento u odio. Si no damos vuelta a la página, en el buen sentido de la palabra, si no le mostramos a los jóvenes la realidad de lo que pasó, existe el riesgo de que todo se repita. Los etnocaceristas siguen preparándose y esto es para preocuparse.