No existe un solo Chacalón, hay tantas versiones de él como personas lo conocieron en vida y aquellos que le piden un milagro tras su muerte. Un santo, un cantante, un padre, un ícono del pueblo. Desde que su voz logró que ‘los cerros bajaran’, su leyenda no ha hecho más que expandirse. Forjado entre las calles y los escenarios, Lorenzo Palacios Quispe ha trascendido su propia historia para convertirse en el mito de un migrante victorioso, el querido Papá Chacalón.
“Este personaje es tan complejo que no se puede narrar su historia con una sola voz. Por eso preferí que fuera una novela coral, donde no intento exponer una gran verdad sobre Chacalón, sino mostrar el amplio panorama del hombre que representa la historia de Lima y los peruanos emergentes en los últimos 50 años”, nos cuenta Villar sobre su libro “Papá Huayco”.
De pocas palabras y siempre bien peinado, su historia comienza en el pasaje Carlos Bondy, en las faldas del cerro San Cosme. Vendiendo humitas y golosinas, y cantando y bailando, Lorenzo Palacios se educó en las calles de La Victoria. Poco después del nacimiento de Lorenzo, su padre falleció, siendo reemplazado por Silverio Escalante, segundo esposo de su madre Olimpia Quispe, una cantante folclórica conocida como ‘La Huaytita’, quien vendía anticuchos en el desaparecido Coliseo Nacional, donde los jueves se transformaba en una ferviente cachascanista.
Esa versión popular de lucha libre fascinó a su hermano menor, Alfonso Escalante Quispe, quien disfrutaba de películas mexicanas con personajes como El Santo y Blue Demon. A ambos les fascinaba El Chacal, un antagonista con quien compartía el apelativo, dado que, en aquel entonces, ambos eran pelados. Naturalmente, por ser el hermano mayor -y tener una contextura más robusta- Lorenzo fue luego apodado Chacalón.
El hombre
Desde joven, la vida del llamado Ángel del Pueblo estuvo llena de carencias. A pesar de su interés por el canto desde los 10 años, no pudo estudiar música formalmente. En su lugar, aún siendo niño, repartió periódicos, trabajó como estibador y, en algún momento, incluso robó comida. Esta situación también le impidió completar sus estudios escolares, aunque eso no le impidió estudiar otras disciplinas como cosmetología y costura, labores que le apasionaban, especialmente al cortar el cabello a su padrastro o confeccionar sus propias ropas. Paralelamente, comenzó a introducirse en el mundo artístico como animador los fines de semana.
A finales de los años 60 conoció a Dora Puente, madre de sus siete hijos. Esperarían cuatro años para casarse de manera religiosa. Durante ese tiempo, Chacalón fue encarcelado en el penal de Lurigancho por un año debido a un incidente en el que hirió a un policía retirado. Tras esa experiencia, abandonó la vida delictiva para enfocarse en su carrera musical.
“Hablar de Chacalón es hablar de contrastes. Era tierno, filantrópico y generoso, pero también era lo suficientemente audaz como para enfrentarse a un público marginal que no dudaba en iniciar una pelea en pleno concierto. Él los paraba e imponía un respeto ganado en las calles y sobre el escenario”, menciona Villar sobre el hombre que conocía bien a su gente, su potencial y sus debilidades.
Cuando aún le decían Lorenzo, la oportunidad de tener un rol más importante en una banda llegó casi por casualidad. Su hermano Chacal, por entonces vocalista del Grupo Celeste, lo recomendó para reemplazarlo en la banda tras su salida, oportunidad que aprovecharía el joven cantante, adoptando el superlativo.
El ídolo
Como parte de una de las agrupaciones más populares del momento, Chacalón y el Grupo Celeste realizaron varias giras nacionales y grabaron algunos discos, destacando el tema ‘Viento’. Por aquel entonces, se moldeaba un artista diferente, uno que resaltaba por su estilo y carisma, que eclipsaba cualquier imperfección en su voz.
Luego de separarse de la banda, formó un grupo llamado Super Grupo, con el cual tuvo el éxito musical ‘Pueblo Joven’. Al poco tiempo, disolvió su banda y creó El Fruto Celeste, aunque sin el éxito esperado. No pasaría mucho tiempo antes de que liderara La Nueva Crema junto a José Luis Carballo.
Aunque Chacalón menciona que se inspiró en el nombre de la mantequilla Crema de Oro para su última entrevista, Carballo atribuye a la banda británica Cream la inspiración para el nombre del grupo que popularizaría la chicha. El boom llegó sin previo aviso, y con temas como “Amargo Amor” o “Soy muchacho provinciano”, este movimiento popular avanzaría. Decenas de chichódromos surgieron en distintas partes de la capital, encabezados por Chacalón, el hombre del momento.
De todos los lugares, la Carpa Grau era su predilecto, un espacio anteriormente dedicado a ver elementos circenses, incluyendo los inicios de La Tarumba, para luego dedicarse por completo a las bandas como Viko y su Grupo Karicia, Pintura Roja, Los Shapis y al por entonces llamado Faraón de la Cumbia. Ahí forjó su característica de reunir multitudes, hacerlas bailar y compartir con su público su filosofía de vida: ‘Yo no tengo por qué escoger entre el trabajo y el vacilón. Yo trabajo duro y disfruto de la misma forma’.
“Por este periodo hay muchas historias ciertas y edulcoradas como la teleserie lo muestra. Entre la verdad y lo ficticio hay una cosa en la que sí se puede tener certeza: su enorme generosidad hacia las personas más desprotegidas. Ayudaba a los enfermos o a los que les faltaba dinero. Siempre resaltaba eso, ser solidario con el niño ambulante, la vendedora de golosinas, los hombres y mujeres que se ganan el pan cada día”, explica Villar.
El mito
¿Cuál era el encanto que conseguía bajar a los cerros? Jamás fue compositor, tampoco el mejor cantante, pero todo provinciano que llegaba a la capital en los 80 encontraba en su melancólica voz un apoyo emocional. La sensación de formar parte de un gran colectivo. Esa identidad adquirida, mezcla de un pasado ligado a la música andina y una cruda realidad en los cerros limeños.
“Otra persona que puede ejemplificar esta dualidad ensimismada en un solo hombre es José María Arguedas, un personaje que luchaba por reconciliar los dos mundos que en él habitaban, algo que lo desgarraba por dentro. En el caso de Chacalón, no fue así. Él consiguió unir lo tradicional y lo contemporáneo, nunca sintió una contradicción, sino una oportunidad”, comenta Villar.
Fue el viernes 24 de junio de 1994, a las 5:00 p.m., cuando Chacalón falleció debido a una crisis diabética que le provocó un estado de coma y dos infartos consecutivos. El acérrimo hincha de Alianza Lima, amante de los bailes y la ropa estilizada, fue acompañado en la marcha fúnebre por más de 70 mil personas, todas esperando un momento para realizar una plegaria y también encomendarle un par de encargos.
“Su figura fue gradualmente santificándose, muchas personas confirman que Chacalón les cumple las promesas y hace milagros en sus vidas. Siempre hubo un aura de santidad alrededor de su figura, semejante a lo que ocurrió con Sarita Colonia”, menciona Villar. ‘Esto se debe a su carácter de personaje popular, uno muy querido que terminó siendo enaltecido hasta alcanzar este nuevo título de santo que protege a su pueblo desde los cielos”, agrega.
Cada año se celebra una misa en su honor, a la que asiste su viuda, Dora Puente, y algunos familiares como José María y Cristopher Yashiro. Luego, la procesión avanza hacia el cementerio El Ángel, donde siempre se festeja en su nombre. Imitadores cantan al compás de la cerveza y las palmas. Pancartas y gigantografías con su rostro adornan los alrededores de su tumba, donde el icónico cantante descansa junto a su fallecido hijo mayor, Satoche.
A pesar del tiempo su historia continuará creciendo. Su imagen representa la migración hacia Lima, así como el caos de los barrios y el orden que impuso su presencia. La suya fue una historia de música, pero también de voluntad.
Autor:Villar, Alfredo
Editorial:Fondo de Cultura Económica del Perú
Número de páginas:240
Precio:S/25
Encuadernación:Tapa blanda