Agustín Laje ha vuelto. Después de su exitoso “El libro negro de la nueva izquierda” (2016), escrito al alimón con Nicolás Márquez, y “La batalla cultural” (2022), este politólogo argentino de extrema derecha regresa con otro compendio de falacias flagrantes, sesgos abundantes y medias verdades elevadas al rango de dogmas. Se llama “Generación idiota” y, como suele ocurrir en estos casos, el volumen dice más de su autor que del objeto de estudio. Laje está convencido de que vivimos una degeneración transgeneracional que ha ocasionado el “adolescentrismo” de nuestra sociedad. Este se caracteriza por el “desprecio del pasado, dificultad para establecer un proyecto para el futuro, incapacidad para vincular medios con fines, ensimismamiento y narcisismo, sujeción acrítica al régimen de las emociones” (p. 68). En resumen, el preludio de la barbarie. Desde luego, Laje achaca todos estos supuestos flagelos a la izquierda, sin excepciones, corresponsables ni matices.
De entrada nos advierte que el idiota al que se refiere no es el idiota típico, sino el del concepto manejado por los griegos: aquel individuo que vive alejado de los asuntos públicos, desprovisto de recursos intelectuales para participar en el ágora, y que por lo tanto se contenta con mirarse el ombligo. Ese sería el producto de la sociedad adolescéntrica de hoy. En una contradicción fabulosa, el primer ejemplo que aporta sobre esta lacra solipsista es Greta Thunberg. Podemos hacerle todos los reproches que queramos a Thunberg, pero acusarla de “mirarse el ombligo” es por lo menos disparatado: hablamos de una muchacha que justamente salió al frente para reclamarles a los líderes del mundo la destrucción del hábitat natural y sus consecuencias a corto y largo plazo en millones de seres humanos.
Laje se sirve de un amplio aparato hermenéutico y una investigación ostentosa para sustentar sus apreciaciones, y esto les infunde una aparente solidez que se desploma cuando observamos sus métodos más de cerca. Cita lo que le conviene y omite lo que le perjudica; utiliza el ‘cherrypicking’ para mostrar los casos más extremos, no discrimina entre lo más radical y farsesco de los movimientos reivindicativos y sus voces racionales y moderadas, a las que rara vez le concede un espacio en su libro. Critica la farandulización de la política detallando a los artistas de la campaña de Biden, pero se desentiende de Trump, lo que solo puede calificarse como una abierta deshonestidad intelectual. Instala en su discurso, además, afirmaciones ridículamente terminantes: “hoy es difícil pensar que las personas estén dispuestas a dar la vida por algún valor” (p. 75), sostiene mientras miles de ucranianos se inmolan contra el invasor ruso y –para su horror– muchas mujeres combaten en regímenes totalitarios como Irán o Afganistán, a costa de su libertad o su integridad, por defender sus derechos. Sin embargo, a nuestro autor esos valores le tienen sin cuidado.
¿Cuál es la solución que propone Laje para esta tragedia cultural? Su antídoto son la resistencia y honor de los jóvenes votantes de Vox en España, de Marine Le Pen en Francia, de Salvini en Italia, quienes conformarían una “nueva derecha”. Es decir, a sus fantasmas ideológicos opone caudillos autoritarios muy reales y –estos sí– bastante peligrosos. Que Laje logre la adhesión de algunos niñatos admirativos no debe sorprendernos. Pero que obnubile a gente adulta y, al menos en el papel, preparada, sí que debería preocuparnos.
Editorial: Harper & Collins
Año: 2023
Páginas: 304
Valoración: 1 estrella de 5 posibles.
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