Siempre quiso escribir. De hecho quería estudiar literatura, pero no lo hizo y muy pronto debió ponerse a trabajar. Eso sí, Gonzalo Cano nunca abandonó la lectura y sus deseos de publicar solo esperaron el momento adecuado. Un escritor que aguarda es como un huracán que tarde o temprano llega a la costa para arrasarlo todo. La novela “Sepulcros blanqueados” ofrece una mirada al mundo de las sectas, de los ejercicios del poder, de la maduración personal y de lo que significa enfrentarse a una vida que es más dura de lo que se imaginaba. Cano tardó diez años en escribirla, durante ese tiempo vio cómo se destaparon los escándalos dentro del Sodalicio de Vida Cristiana, tuvo tres hijos, hizo una maestría y reescribió más de diez veces algunos capítulos.
-¿Por qué si siempre quisiste escribir un libro no lo hiciste antes?
Tuve que ponerme a trabajar desde muy chico. No estudié literatura, que era lo que quería. Y tiene que ver también con que no me atrevía. Pero nunca dejó de estar en mí la idea de escribir.
-¿Y qué cambió?
Surgió una historia, eso fue lo que cambió. Siempre quise escribir una primera novela y me di cuenta que lo que más me gustaba cuando leía eran las primeras novelas como “La ciudad y los perros” o “Un mundo para Julius”. En algún momento decidí que tenía esta historia y dije “vamos a exorcizar un poco los demonios”, como oí decir alguna vez a Vargas Llosa.
-¿Hasta dónde es la historia real y dónde comienza la ficción?
Ninguno de los eventos propios de la novela es real. Pero los sentimientos, los pensamientos, los deseos, todo lo mental de la novela sí lo es. Lo psicológico sí es real. Creo que es bastante humano, en ese sentido. Lo que he creado es una trama interesante, pero también abordo mentalidades con las que nos podemos identificar.
-La historia encierra la idea del desengaño, de las burbujas que se rompen y nos enfrentan ante la realidad.
Sí, en alguna época me obsesioné con Dostoievski y estas cosas mentales. Yo quería ver cómo una persona se transforma en lo que finalmente es. Y al ser yo psicoterapeuta, una las cosas de las que me he dado cuenta es que crecer y volverse adulto consiste en lidiar con la decepción. No porque la vida sea mala o un desastre, sino porque uno se imagina, fantasea algo, tiene una idea de cómo va a ser la vida y casi nunca es como lo pensamos. Para bien o para mal. Esa “decepción”, entre comillas, aunque sea una palabra medio negativa, es lo que nos hace adultos o nos mantiene adolescentes.
-¿Tu trabajo como terapeuta te ha servido para encontrar historias?
Por mi propia experiencia personal yo no recibo personas que hayan pasado situaciones similares a la mía. Así que si viene alguien que perteneció a una secta o un grupo similar prefiero recomendarle a alguien más. Pero, indudablemente, yo no trabajo las historias de mis pacientes. Trato de usar las mías. Yo pertenecía al Sodalicio y el tránsito de mi vida adulta ha sido decepcionarme de él.
-¿Sientes que tus demonios fueron exorcizados con la publicación de la novela?
Sí, porque el libro me ha tomado 10 años. Los personajes han sido creados y recreados, he extraído insumos de una autobiografía que intenté hacer en algún momento. En estos diez años comenzaron a suceder todos los escándalos. La novela tuvo tres finales diferentes. Entonces, sí, yo creo que esta novela ha sido como mi propio psicoanálisis y creo que ha sido una exorcización final. Yo siento un gran alivio de no tener una editorial y haberlo publicado igual. Ese drive, ese deseo, de sacarlo de mi sistema es lo que revela el deseo de querer botarlo todo.
-¿Por qué los seres humanos tendemos a esta necesidad de sentirnos parte de un grupo?
Creo que es un asunto evolutivo. Antes de que existiera toda la tecnología, el ser humano era uno de los seres más indefensos. Esta necesidad gregaria es sobre la que se puede tejer las ganas que uno tiene de pertenecer a algo y transformarse en algo para sentirse seguro. Un psicoanalista que a mí me gusta, Erich Fromm, habla del miedo a la libertad. Dice que el ser humano se angustia muchísimo por tener que resolver su vida, porque en la vida siempre estamos, al final, radicalmente solos en lo más profundo de nosotros mismos. Y queremos eliminar eso perteneciendo a un grupo, pero no solo eso, queremos que nos digan cómo debe ser la vida, cómo debemos portarnos, cómo debemos alimentarnos, que nos den todas las indicaciones. De eso se valen las sectas para ofrecer el oro y el moro. Y las sectas religiosas son las más graves porque van directo a prometer la vida después de la muerte. Lo que más aterra al ser humano es la muerte. Tenemos miedo a la muerte, pero también tenemos miedo a la libertad. A tener que escoger por nosotros mismos. Queremos que nos digan dónde está nuestra felicidad. Estos grupos tienen una dinámica de poder en la que el líder guía, pero puede replicarse en diferentes aspectos, incluso en las relaciones sentimentales. No todas las sectas son movimientos masivos.
-¿Qué sucedió en los diez años que tomó escribir la novela?
El primer gran problema que tenía era el tiempo. Yo no soy escritor. De hecho, no me llamo a mí mismo escritor. Yo digo que soy un pata al que le gusta escribir. Al inicio solo tenía un par de horas a la semana máximo. Comencé cuando todavía era profesor universitario. No ha sido fácil, no he tenido ni ayuda ni experiencia previa, era duro sentarse a escribir. He revisado el capítulo uno como unas quince veces.
-¿Qué esperas hacer en el futuro?
Tengo gran interés en Alan García, Alberto Fujimori, Abimael Guzmán y Luis Figari. Creo que son los personajes que han destruido al Perú y no han permitido que evolucione y crezca. Voy a publicar un texto más académico porque me interesa la mentalidad que tienen. Y posiblemente de allí podría surgir algún tipo de novela.
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