(Foto: El Comercio)
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Marco Aurelio Denegri

El imparpadeo es signo de gran desarrollo interior y de elevación considerable de espíritu. 

Lahiri Mahasaya, el maestro de Yogananda, no parpadeaba. Imparpadeo que Yogananda menciona en su Autobiografía de un Yogui. 

Los Tirthánkaras del jainismo tampoco parpadean. 

Tampoco el samurái debe parpadear. Así lo establece El Libro de los Cinco Círculos, de Miyamoto Musashi, obra del siglo XVII. 

“No debes girar los ojos ni permitir que éstos parpadeen, [...].” 

“En la Estrategia es necesario poder mirar a ambos lados sin girar las esferas de tus ojos.” (Miyamoto Musashi, El Libro de los Cinco Círculos. Manual de Estrategia para el Samurai. Santafé de Bogotá, Elektra, 1994, 60, 61.) 

Cuando murió Santa Rosa de Lima no le pudieron cerrar los ojos, “porque los párpados –dice Hansen– se volvían a su puesto y sólo cubrían la mitad de las niñas; como si aun después de muerta [...] no quisiera apartar la vista de sus amados conciudadanos, los habitantes de Lima, a quienes siempre había estimado con amor y con ternura”. (Citado por Ramón Mujica Pinilla, Rosa Limensis. Mística, política e iconografía en torno a la Patrona de América. Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos, Fondo de Cultura Económica, Banco Central de Reserva del Perú, 2001, 297, nota 12.) 

Presumo que Rosa, por su santidad, no parpadeaba, no movía los párpados, no tenía juego palpebral; por eso no se los pudieron bajar cuando muerta, no por lo que supone Hansen, a saber, que Rosa quería seguir contemplando a los limeños; no; sino porque ella, por su santidad, no bajaba ni subía los párpados, no parpadeaba. 

En los infantes, el imparpadeo es normal. El parpadeo se aprende, no es innato. 

Los reflejos pueden ser innatos y corticales. Los primeros son automáticos; los segundos, aprendidos. El parpadeo es un reflejo cortical. 

Los grandes chamanes y los maestros sobresalientes de las artes marciales tampoco parpadean. Ver a éstos o aquéllos parpadeando es tan inconcebible como ver a una persona realmente distinguida y selecta luciendo tatuajes en el cuerpo. 

Tengo para mí que el imparpadeo es un fenómeno atencional. Esa atención es tensional y esforzada y debemos imponérsela al cerebro, porque éste es naturalmente desatento o inatento, pues su solencia es la distracción. En el imparpadeo hay una atención perspicua y permanente, sin tensión, lucha ni esfuerzo. Creo que es resultado de un gran desarrollo espiritual y de un autocontrol estupendo. Para nosotros, los occidentales, tan distraídos siempre, el imparpadeo nos parece de una excepcionalidad admirable. Para las almas selectas, por de contado escasas, el imparpadeo es normal.

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