Quizá la escena más notable de "Confesiones de una máscara", la obra maestra de Yukio Mishima, sea aquella en la que Kochan, el protagonista, encuentra en un libro de arte una reproducción del "San Sebastián", de Guido Reni, y, erotizado por la imagen del esbelto cuerpo atravesado por las flechas, se masturba en una ceremonia privada donde lo profano y lo sagrado se amalgaman furiosamente. No es, ni de lejos, el único ejemplo literario acerca de la comunión entre lo sacro y la sexualidad pagana; basta recordar aquel ángel del amor carnal de la novela "Teorema", de Pasolini, poseyendo a los miembros de una familia burguesa de Milán, sellando así su conflicto con la divinidad, entre muchos otros casos.
Este es el tema en torno al cual gira la mayoría de cuentos de "El inmenso desvío", libro publicado por Juan Carlos Cortázar (Lima, 1964), quien empezó su carrera de escritor en Argentina. En el 2016 entregó "Cuando los hijos duermen", una buena novela centrada en los avatares de un padre de familia separado que desarrolla su homosexualidad de manera secreta, concertando citas con chicos en discotecas gays y frecuentando hoteles de una noche donde puede desfogarse por la doble vida que lleva. Lo que llamó la atención de este libro fue el tratamiento del deseo uranista sin estridencias, caricaturizaciones ni efectismos, así como el esfuerzo de elaborar personajes complejos cuya circunstancia fuera más allá de su orientación sexual.
"El inmenso desvío" empieza bien: el cuento que lo inaugura, "Darío detrás de la puerta", es sin duda el más sólido del conjunto. Cortázar regresa a uno de los escenarios frecuentes de su novela, los hoteles de paso, solo que en esta ocasión lo hace a través de la mirada de un viejo encargado de la limpieza, quien reconstruye, por medio de los despojos que limpia y recoge, los coitos veloces y furtivos de las parejas que alquilan esos discretos recintos por pocas horas. La forma en la que el narrador va hilvanando los detalles que desperdigan los amantes anónimos y el recuerdo siempre presente del hijo gay del protagonista otorgan al relato consistencia y riqueza por las múltiples lecturas de las que puede ser objeto.
En cambio, los cuentos que inmediatamente le siguen, dedicados a las relaciones entre santidad y concupiscencia, son menos logrados. En "El pistaco" el deseo de una madre superiora por una novicia temerosa ante la llegada de uno de esos míticos seres que extraen la grasa de los mortales no trasciende la mera anécdota, apenas esbozada. Lo mismo sucede con los esquemáticos "Epifanía" y "Rapto", escenificados en espacios físicos y sociales que Cortázar contempla con cierta frialdad y lejanía; esto produce que las situaciones y personajes no pasen de ser meros cromos animados.
Mejor le va cuando explora la situación de actores homoeróticos en la clase media, como es el caso de "Ocho metros", "Legado" y en especial "La embriaguez de Noé", relato largo o novela corta sobre un hombre de 50 años que decide desconocer las convenciones de su edad para transformarse "en un prostituto", sumergiéndose así en el mundo virtual de los lugares de ligue del Santiago de Chile de hoy y retratando con acierto los ambivalentes códigos del submundo que aborda.
Sobre el resto de composiciones no hay mucho que destacar. Ni "Restauradores" –homenaje sin mayor brillo al incitante San Sebastián de Mishima– ni "Animales peligrosos" –fábula en clave negra acerca del trágico amorío de dos sacerdotes– superan las instancias de lo pasable. "El inmenso desvío" es, en resumen, un libro irregular en el que podemos apreciar los alcances y limitaciones de ese competente escritor que es Juan Carlos Cortázar.
AL DETALLE
Puntuación: 2 y media / 5 estrellas
Autor: Juan Carlos Cortázar.
Editorial: Animal de Invierno.
Año: 2018.
Páginas: 150.
Relación con el autor: ninguna.