Marco Aurelio Denegri. (Foto: El Comercio)
Marco Aurelio Denegri. (Foto: El Comercio)
Marco Aurelio Denegri

En el número 6 de la revista Perú EL DORADO, en la página 105 del año 1997, en el artículo "Dulces encantos del Perú" de Mariano Valderrama, a quien no me lo imagino comitente del error que mencionaré en seguida, se nombra disparatadamente uno de nuestros dulces tradicionales, llamándolo champú, que es el nombre de un producto para lavarse el cabello. No es "champú", sino champuz, dulce amazamorrado que se hace con maíz pelado y desgranado (el cual se convierte en mote cuando se cuece), piña, membrillo y guanábana, hojas de naranja y almíbar de chancaca.

Martha Hildebrandt, en sus Peruanismos, en el artículo "Mazamorra", cita un lugar de Palma en el que nuestro primer tradicionista dice que él se ha destetado con champuz de agrio y mazamorra. El champuz tiene variedades: el champuz de agrio, el champuz de leche, el champuz de las monjas.

La confusión de champuz con champú es una ultracorrección, o sea la deformación de una palabra por el afán equivocado de corrección, según el modelo de otras palabras. Hay quienes no dicen inflación sino inflacción, y cuando se les pregunta por qué, replican: "¿Acaso no se dice transacción, corrección, lección?"

En este caso deforman la palabra por adición, agregan una letra, pues efectivamente hay una ce epentética; pero en otros casos eliminan una letra que les parece sobrante por desconocer el significado de la voz que van a deformar inconsultamente. El que tuvo la ocurrencia de poner champú por champuz ignoraba por cierto el significado de champuz, y entonces díjose para sus adentros: "Aquí hay un error; esto no puede ser champuz, tiene que ser champú." En consecuencia, eliminó la zeta de la palabra que desconocía y la agudizó, tildándola, la voz resultante.

Cuervo, el gran filólogo colombiano, cuenta que en el siglo XIX ya no se sabía conjugar bien el verbo placer, y cuando los cajistas u oficiales de imprenta que juntando y ordenando las letras componían lo que se iba a imprimir; cuando los cajistas veían en el texto la forma plugo, que es el pretérito indefinido de tercera persona y que equivale a plació (recuérdese que en las antiguas traducciones bíblicas se decía: "Plugo a Dios [tal cosa]", o sea, le plació hacerla); bueno, cuando los cajistas veían la forma plugo, inmediatamente la tildaban, porque en desconociéndola, suponían que debía tener la misma acentuación de otros indefinidos terminados en -go, como encargó, entregó, restregó; entonces tildaban plugo, por ultracorrección, y el resultado era por supuesto una barbaridad: plugó.

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