Marco Aurelio Denegri escribe semanalmente la columna "El ojo de Lima". (Foto: Víctor Idrogo/ El Comercio)
Marco Aurelio Denegri escribe semanalmente la columna "El ojo de Lima". (Foto: Víctor Idrogo/ El Comercio)
Marco Aurelio Denegri

Acaso los más de los lectores ignoren lo que es el servomecanismo. Convendrá, pues, noticiarlos al respecto. Dícese servomecanismo del sistema electromecánico que se regula por sí mismo al detectar el error o la diferencia entre su propia actuación real y la deseada. (Servo-, del latín servus, siervo, esclavo, sirviente, es elemento compositivo que entra en la formación de palabras con las que se designan mecanismos o sistemas auxiliares.)

En el ser humano, la detección del error o de la diferencia entre la propia actuación real y la deseada, no motiva la corrección, salvo ocasionalmente, y en consecuencia el yerro o el desfase prosigue y la actuación empeora. Pareciera haber en nosotros vocación de peoría y no, como sería menester, ánimo de mejoría.Suele decirse, repitiendo a Séneca, que es propio del hombre equivocarse («errare humanum est»); y es cierto; sólo que siempre conviene agregar, como hacían los escolásticos, que es diabólico perseverar en el error («perseverare autem diabolicum»).

Como decía el fisiólogo francés Charles Richet, estar dotado de razón y ser insensato, es algo mucho más grave que no estar dotado de razón.

El hombre no es, pues, homo sápiens. ¿Y entonces qué es?El hombre es un miembro del reino animal, del fi lum de los cordados, del subfi lum de los vertebrados, de la clase de los mamíferos, de la subclase de los euterios, del grupo de los placentarios, del orden de los primates, del suborden de los pitecoides, del infraorden de los catarrinos, de la familia de los hominoides, de la subfamilia de los homínidos, del género homo y de la especie stúpidus.

«Todos los hombres –decía Mussolini– somos más o menos estúpidos. La cuestión es ser un estúpido ligero. ¡Dios nos libre de los estúpidos pesados!»No solamente somos la única especie que no sabe convivir y que mata cada veinte segundos a uno de sus congéneres, sino que estamos empeñados –peligrosísimo empeño– en una creciente destrucción ecológica.

La incapacidad convivencial y la homicidiofilia, o mejor dicho, la homicidioerastia, son ciertamente terribles, pero la destrucción de todos los ecosistemas es de una demencialidad estupefaciente.Remy de Gourmont (1858-1915) no creía en la oposición instinto-inteligencia, porque en su opinión, o el instinto era fructificación de la inteligencia, o la inteligencia era acrecentamiento del instinto.

Si por instinto entendemos una actividad innata, inmutable, especial, especializada, ciega, estereotipada e imperfectible, es evidente que el hombre carece de instintos. Hablar por eso de los “bajos instintos” es un disparate impresionante.

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