Violeta, como Violeta Parra. Violeta, como el color del feminismo, el color de las mujeres. Violeta solo porque sí. “Mis libros se traducen a más de 40 lenguas y a menudo los editores cambian el título porque el original no se entiende en la traducción. Un título como Violeta no hay que traducirlo, funciona en todas partes igual”, explica Isabel Allende, la escritora chilena, nacida en Perú y nacionalizada estadounidense. Sus letras, lo sabemos, son universales.
Con “Violeta”, nos entrega una novela más feminista que cualquier otra que haya escrito. “Será porque hoy soy más feminista que antes”, dice con una sonrisa. Este año cumple ochenta años de vida y cuarenta de escritora, pues en 1982 fue que publicó su primera novela, éxito instantáneo, “La casa de los espíritus”. “Violeta”, curiosamente, dialoga con esa primera obra en tanto se recorre una vida cuyo corazón está en la zona rural de un país sin nombre.
“Violeta” se inspira en las cartas que Allende se envió, por casi toda su vida, con su madre, Francisca Llona, y en la vida de ella y de la propia. “Todo escritor toma parte de su vida para sus historias”, dice. Ella tomó, además, algo de Paula, su hija, y algo de Bertha Beltrán, la mujer que cuidó a los padres de la propia escritora por 41 años. Al final, en “Violeta”, Isabel Allende ofrece una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre cómo las mujeres vivimos nuestra edad, sobre lo que se supone debemos vivir y, especialmente, sobre las decisiones que tomamos y que nos pueden hacer dueñas de nuestro propio destino. La novela estará a la venta en nuestro país desde el 11 de febrero.
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-En “La casa de los espíritus” la historia recorre la vida de una familia, pero al final queda la sensación de que aún hay mucho por vivir. En “Violeta”, la historia de la protagonista se cuenta en el marco de su historia familiar, pero con un tono de despedida. ¿Cree que esto tiene que ver con usted, con el momento en el que escribió cada una?
Es que “La casa de los espíritus” está contada por Alba, que era una chica joven, y que recoge los diarios de la familia y escribe la historia. “Violeta” es una mujer de cien años que se está muriendo y le cuenta la historia a su nieto, tal vez por eso hay más introspección. Sí, es posible que tenga que ver con los momentos de mi vida en los que escribí cada una, pero eso tendrá que estudiarlo alguien, yo no puedo decirlo.
-En “Violeta”, la protagonista sostiene un diálogo con su psicoanalista. Ella le dice que su vida ha sido banal, y él le dice que eso está bien, que para qué quiere una vida más compleja. Sin embargo, en la novela vemos que las complejidades son cosas del día a día. ningún ser humano tiene una vida suficientemente banal, ¿Cómo lo ve usted?
Siempre depende de cómo se cuente una vida, eso las puede hacer banales o no. La vida que en apariencia puede ser la más simple, puede ser muy complicada internamente. A mí me interesa contar las historias que tienen un soplo épico, que se dan en un tiempo largo, con muchos personajes, con familia, donde los hechos históricos y políticos intervienen en las vidas de los protagonistas. Entonces, así se va dando sola esa complejidad que en las vidas privadas a veces uno no las ve.
-Es más difícil para las mujeres ver esa complejidad en sus propias vidas, ¿no? Pensaba desde el momento que Violeta le pide a Camilo que queme sus diarios, como eliminando su paso por la vida.
Es verdad. Vivimos en un patriarcado donde la voz de la mujer ha sido silenciada sistemáticamente en todas las culturas y religiones, y no nos sentimos autorizadas para dejar un testimonio de nuestras vidas. Son pocas las que han salido públicamente con su historia. Antes, al menos. Ahora está cambiando, pues tenemos escritoras, muy jóvenes incluso, que están dejando testimonios de sus vidas y de las vidas de otras mujeres también. Pero eso es nuevo. Yo escribí “La casa de los espíritus”, que se publicó en 1982, en la época del boom de la literatura latinoamericana. Entonces no había un solo nombre femenino a pesar de que las mujeres habían estado escribiendo mucho. Sistemáticamente las miraban como menores, eran silenciadas, mal distribuidas, sin crítica, o no se enseñaban en las universidades. Por suerte, eso está cambiando. Cuando yo escribo una novela histórica, lo que más me interesa es la voz de los que son sistemáticamente silenciados, los derrotados, los pobres, las mujeres, los niños, esa gente que no tiene voz en la historia, porque la historia se escribe con fechas y batallas de los hombres, no de las mujeres. Es como si no existiéramos. Alguien estaba sacando la cuenta hace poco de los obituarios que salen en el New York Times y me daba la razón. Es como si las mujeres no hubieran existido, no murieran, porque los únicos que aparecen muertos ahí son hombres.
- Es interesante también cómo enfatiza que Violeta no tenía problemas económicos, que manejaba su dinero. Siempre lo resalta. Usted dijo que sin independencia económica no había feminismo, y es importante eso para Violeta, aunque no es eso lo que la hace feminista
Violeta llega a ser feminista después, con la edad. Lo mismo le pasó a mi madre, que perteneció a una generación en la que no existía la palabra feminismo, y la vino a escuchar recién cuando yo era adolescente. Personas como mi madre, que se educaron en una cultura machista, autoritaria, patriarcal, conservadora, católica, no tenían por dónde imaginar que las mujeres tenían otro destino. Lo que marcó la vida de Violeta, y por eso lo recalco en el libro, y que también marcó la diferencia con la vida de mi madre, es que Violeta se puede mantener. A ella, a los amantes, a los hijos, al marido, a todo el mundo. Mi madre, que pertenecía a esa misma generación, nunca trabajó. Entonces ella dependía primero de su padre, después de un marido, después de otro, después de mí. Y eso hace que, si otro paga las cuentas, uno esté muy limitado en las opciones.
- ¿Cómo afrontaba su madre esta limitación?
Hablamos de eso mil veces. Ella me decía “yo también me crie para floja, porque yo podría haber estudiado arte”. Mi mamá era una gran pintora, pero copiaba, nunca se atrevió a hacer nada de su propia creatividad, pues no tenía confianza en sí misma. Ella pensaba que un cuadro hecho por una mujer era un ‘cuadrito’ y cualquier cuadro que hiciera un hombre era arte. Eso lo tuvo metido en la cabeza hasta muy vieja. Ya después se le pasó, pero toda su juventud fue así porque además la trataron así. Mi mamá pintaba algo y se hablaba “del hobby de la Panchita”, o “esto es una entretención de la Panchita”. Nunca fue tomada en serio.
- Qué bueno que usted nunca sintió que lo que escribía era una ‘novelita’...
Porque nunca me trataron así. “La casa de los espíritus” tuvo un éxito inesperado. Si no lo hubiera tenido, tal vez hubiera sido una ‘novelita’, escrita por hobby.
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- Pero no fue así. Fue la novela que le abrió las puertas a las escritoras latinoamericanas, como dice Michi Strausfeld.
Sí, abrí las puertas por el éxito de “La casa de los espíritus”, pero no fue mi intención. Yo no podía tener esa ambición y esa pretensión, pues yo no era nadie. Fue un fenómeno comercial, las editoriales se dieron cuenta de que más mujeres que hombres leen ficción y compran ficción, y que había todo un mercado olvidado, que había que incorporar a las escritoras a esta industria del libro. Todo terminó por ser un asunto comercial, marketing.
- Tal vez no terminó, sino que empezó como un asunto de marketing y eso cambió la historia
Sí, claro. Ahora hay un boom de escritoras jóvenes latinoamericanas. Es el boom femenino.
.- Pero a ellas no les gusta que le llamen boom porque dicen que no le deben nada al boom de los hombres
Es cierto, no le deben nada a ese boom. Pero la palabra boom se refiere a una explosión, y esta es una explosión de mujeres escribiendo, así también sería bueno que no dejemos que los hombres se apoderen del término ahora que hay una perspectiva femenina que narra Latinoamérica. En el boom de 1960, las protagonistas femeninas que había eran prostitutas, novias eternas, madres abnegadas…y más o menos eso nomás.
- Volviendo a Violeta, ella es una mujer de varios amores. Me recuerda que usted dijo que si se vuelve a enamorar, se vuelve a casar, lo que me resulta muy romántico y un poco sorprendente en esta época en la que es difícil seguir creyendo en el amor.
Yo creo que cuando una se enamora siempre hay idealización, fantasía, y uno pierde la cabeza. ¿Qué razonamiento hay cuando se está enamorado? Ninguno. No sé si son las hormonas o qué es lo que le pasa a uno en la cabeza, pero se pone como loco, y creo que eso pasa en todas las edades y pasa siempre. Ahora, es cierto que vivimos en una cultura mucho más cautelosa. Yo veo a mis nietos, que antes de sumergirse en una relación, ya tienen todo calculado, ya lo vieron en match.com para ver las virtudes, los defectos, si acaso los dos andan en bicicleta, si les gustan los perros, si son vegetarianos...está todo calculado, y ahí van viendo si acaso se da la relación, siempre que yo no sufra. Bueno, ¿Cómo vas a tener algo en la vida si no estás dispuesto a correr riesgos y a sufrir?
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- Tal vez porque le hemos agarrado temor —y terror— a vivir situaciones de violencia, como le sucede a Violeta y con uno de sus maridos.
Lo de Violeta con Julián es interesante, porque ella es una mujer tan fuerte, que se podía mantener sola, que mantenía a sus hijos, pero que dependía emocionalmente de un tipo que la abusaba psicológicamente y que de vez en cuando le pegaba también. Frente a esa situación siempre surge la pregunta ¿por qué soportó? Yo tengo una fundación y trabajo con mujeres golpeadas, entre otras cosas, y algunas veces esas mismas mujeres que ha costado un triunfo que salgan de relaciones tóxicas y que encuentren refugio en otra parte y que estén más o menos seguras, vuelven donde el victimario. Vuelven porque hay una dependencia psicológica, porque no identifican el problema, y creen que esta será la última vez. En una parte Violeta dice que tiene vergüenza de que la golpeen, pero más vergüenza tiene de la reconciliación, de que ella vuelve, y eso es muy difícil de romper. El miedo hace cosas muy curiosas, te cambia el cerebro. Una mujer que vive con miedo tiene miedo de estar sola después, puede llegar a preferir casi que la golpeen a ser responsable de su propia vida.
Estamos frente a un personaje que, a pesar de todo, es responsable de su propia vida y de su entorno cercano. Eso me suena mucho a usted, que es una persona que se ha hecho cargo de su carrera, de su vida, de otras personas, de sus dolores, de su crecimiento…
Sí, hay experiencias mías, pedazos de mi vida tal vez que se los pasé a Violeta. Creo que todo autor o autora escribe con el material que tiene, y el material que tiene es la memoria, las experiencias del pasado, los demonios, las obsesiones, las cosas que a uno lo atormentan siempre. Uno escribe de lo que le importa, y es posible que muchas cosas de la vida de Violeta se hayan inspirado en mi vida. Es ficción, pero hay cosas que tal vez no hubiera podido escribir esas cosas si no las hubiera pasado.
Violeta tiene una relación especial con la parte rural de este país sin nombre en el que ella vive, ¿usted se identifica con eso?
Desgraciadamente no, porque yo soy de ciudad, me crie en la ciudad. Por supuesto, he visitado mi país de arriba a abajo. Pero, sobre todo, está la experiencia más notable de mi infancia, que fue cuando viajé con mi abuelo un par de veces a la Patagonia, porque tenía criaderos, haciendas de ovejas, y la lana se exportaba a Inglaterra. En época de esquila mi abuelo tenía que estar allá. Eran comienzos del verano, y nos íbamos juntos. Esos viajes sola, con mi abuelo, que era ir en tren hasta el sur y después en auto, después había que cruzar la cordillera en mula, al otro lado te esperaban los arrieros… bueno, todo eso, ese sur de Chile se me quedó grabado para siempre, y cuando escribo de eso no tengo que investigar nada, lo tengo presente en la cabeza, como el olor de los duraznos que nunca se olvida.
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Con lo que sí se debe identificar es con el movimiento feminista chileno, ¿no?
Claro que sí. Me identifico con estas niñas jóvenes, esta nueva ola de muchachas que pueden ser mis nietas, que están en la calle y que están haciendo cosas extraordinarias. Empezó con el Me Too, claro, pero ha seguido, y hay muchas cosas que van a cambiar por estas chicas jóvenes, que ni siquiera se llaman feministas muchas de ellas, pero hacen el trabajo, que es lo que importa.
Si hablamos de cambios, hay mucha esperanza de cambio con el nuevo gobierno.
De partida, la idea de la nueva Constitución de Chile es que haya paridad de género, entre otras cosas. Y el gobierno de Gabriel Boric lo está llevando a la práctica, dado que ha elegido 14 mujeres y 10 hombres para el gabinete. La idea es que las mujeres participen en todos los ámbitos de la sociedad en iguales condiciones y en igual poder. Será entonces cuando todo cambie. vamos a ver si resulta. Ojalá que resulte.
Usted tiene 79 años, a punto de cumplir 80. ¿Se imaginó llegar a esta edad?
No me imaginaba. De partida te tengo que confesar que no soy una persona muy reflexiva, no ando mirándome a mí misma porque me parece que hay muchas cosas más interesantes que mirar. Me preguntan a veces cómo se ve en cinco años y no lo sé, puede que esté muerta. ¿Qué importa cómo me vea en cinco años? Da lo mismo, y yo creo que de joven no me imaginaba que iba a vivir hasta muy vieja. No sé por qué, pero no me lo imaginaba. No hice planes de ninguna clase, y cualquier plan que hice, la vida me lo torció en otra dirección, así que no me resultó. Pero, pensando en dónde he llegado, a los 80 años, veo que recorrí un camino inesperado, pues dado donde nací y cuándo nací, yo no tenía por dónde llegar aquí. Mi vida ha sido un milagro increíble.
Y eso también me remite a “Violeta”, pues ella reflexiona sobre los momentos en los que una decide ir por un camino u otro, y que esas decisiones cambian la vida. ¿Qué le cambió la vida a usted?
Muchas cosas. Cada vez que me casé, cuando decidí tener hijos, y el golpe militar que hizo que me fuera de Chile. Si no me hubiera ido de Chile, no sería escritora hoy. Probablemente sería periodista y posiblemente una periodista jubilada después de una carrera bastante feliz, porque me encantaba el periodismo.
¿Extraña el periodismo?
Claro que sí. Extraño la comunidad. En Venezuela yo no pude trabajar como periodista y pasaron muchos años antes de que yo escribiera “La casa de los espíritus”. Es cierto que ahora ya me acostumbré a esto, a estar solita aquí en esta buhardilla, pero mi trabajo es muy solitario. Gracias a Dios tengo la fundación que me permite estar en contacto con mucha gente, pero lo que extraño del periodismo es que uno vibra, uno está en el pulso de lo que acontece, en el pulso de un país, uno siente que pertenece en una comunidad, y eso desapareció de mi vida cuando me fui de Chile y nunca más lo he recuperado.
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