Alberto Rincón Effio
Jorge Herralde será, con todo derecho, el encargado de apagar la luz de una generación brillante de editores independientes que hubo en Barcelona. Casi a medio siglo de su fundación, se puede concluir con justicia que la literatura en castellano no sería la misma sin Anagrama.
Un editor es un jugador, un psicoanalista silvestre, un perfeccionista, un obseso que desea ser felizmente obseso y, finalmente, quien configura un catálogo que refleje su obra. Se podrían añadir más cosas, pero creo que con esto ya hay bastante.
¿Cómo definiría la originalidad de un libro?
A veces es por el tema, sobre todo en el ensayo, pero en la narrativa es encontrar una voz distinta y esto se advierte enseguida. Como dijo Lorin Stein –uno de los responsables de que se publicara a Roberto Bolaño–: el talento es lo más transparente del mundo.
Pero incluso autores talentosos pasaron por muchos rechazos…
Esto de los rechazos puede ser muy aleatorio. Aquí se reciben miles de originales y debe haber una selección previa pero también, en muchas ocasiones, hemos recibido óperas primas de escritores desconocidos y su talento ha sido obvio. Por ejemplo, Álvaro Pombo, Sergio Pitol o Roberto Bolaño. Autores que no había validado la prensa han crecido en Anagrama.
La apuesta por un autor es casi una apuesta a ciegas…
Los editores son animales intuitivos con su gusto personal, su información y asesores, que van configurando un catálogo que sea a la vez armonioso y sorprendente. La política de autor también se va configurando a sí misma.
¿Y cuándo hay que divorciarse de un autor?
Esta es una de las cosas más traumáticas, evidentemente, como la vida misma. Casi lo pasa peor el editor cuando considera que un autor no progresa o los lectores no lo siguen, además está la ocupación del territorio y es que cada libro que publicamos le quita sitio a otro. El otro caso es cuando hay autores tentados por enormes ofertas de grandes grupos editoriales que sienten que se ponen en el ojal una medalla: eso es un ‘glamour’ efímero.
¿A quién considera un autor por el que apostó a perdedor pero ganó?
Aposté por Rafael Chirbes, me lo recomendó Carmen Martín Gaite. Publicó novelas excelentes pero con muy pocos lectores y lejos de los circuitos literarios. Donde triunfó fue en Alemania, país disciplinado, cuando el crítico Marcel Reich-Ranicki seleccionó un libro de Chirbes tres veces en su programa “El cuarteto literario”. Se volvió un ‘best seller’. Luego, con “Crematorio” Chirbes ganó el Premio de la Crítica en el 2007 y en el 2014 con “En la orilla” se convirtió en un éxito rotundo.
Entonces la crítica es fundamental para que el trabajo del editor se corone...
Uno debe trabajar como si la crítica fuera muy importante [risas] y puede serlo, pero ha perdido buena parte de la calidad prescriptora que tenía antes. Ahora hay menos espacio para los críticos y la cultura en general, pero sigue siendo importante.
Ahora es fácil engañar a los lectores…
Una cosa a la que aspira todo editor literario es a la credibilidad del sello editorial, cosa algo difícil de conseguir aunque con persistencia, a lo largo de los años, no defraudando al lector y no bajando el listón de la calidad literaria, es relativamente fácil. Un sello editorial debe ser una garantía de calidad, lo cual también es muy fácil de perder.
¿Cuál ha sido el método del éxito de Anagrama?
Sin que suene vanidoso, fue no bajar el listón, acertar con la política de autor y una curiosidad permanente por incorporar nuevos autores. Todo esto durante 46 años. Naturalmente siempre el concurso de la suerte o la música del azar –como diría Paul Auster– es muy importante.
El último premio Nobel, Patrick Modiano, fue también una apuesta…
Lo empecé a publicar cuando estaba sin editor en España, en el 2007, cuando leí “Un pedigrí” y me encantó. Cuando Anagrama ya tenía 7 u 8 novelas de Modiano, ganó el Nobel. Fue inesperado. El secretario general de la Academia Sueca lo calificó como el Proust del siglo XX y nosotros somos la editorial en castellano que tenía más títulos de él en el mundo.
Barcelona es una capital de editores, esto siempre fue una valla alta…
Cuando yo empecé coincidimos un grupo de editores que además éramos amigos. Estábamos Carlos Barral, Josep Maria Castellet, Esther Tusquets, Beatriz de Moura y yo. Nos veíamos continuamente, organizábamos fiestas, viajábamos juntos. Éramos más cómplices que rivales, aunque la rivalidad era latente y había un ‘fair play’. Hoy, de los editores veteranos independientes, solo queda Anagrama.
¿Cuál será su legado como editor?
Más que un legado he intentado publicar a los mejores autores posibles en narrativa como en ensayo y como decía Salvatore Veca: con la ilusión de que con esto el mundo sea un poco menos injusto. El legado son los libros que he publicado aunque son de sus autores. Es como el legado del legado.
Si para Kafka un escritor es un reloj que adelanta, ¿qué es un editor?
Es un reloj que adelanta pero que no debería adelantar demasiado para no despegarse de la sociedad e ir a buscar las nuevas voces, incorporar las nuevas corrientes de pensamiento que estén ausentes, a veces con éxito comercial y tantas veces sin el menor éxito.