Antes de comenzar la entrevista, lo primero que hace Jorge Pimentel (Lima, 1944) es leer un manifiesto, uno que recién acaba de escribir. 50 años después del famoso “Palabras urgentes”, texto fundacional del movimiento Hora Zero y terremoto poético de su época, el autor de “Ave Soul” y “Tromba de agosto” afirma que todavía hay mucho que decir sobre la agrupación. Toma aire, se acomoda las gafas y comienza a enumerar los 17 puntos de su discurso. “Hora Zero transformó no solo la palabra, sino la mentalidad”, dice. “Con Hora Zero se acabó la vergüenza de ser peruano”, señala después.
Y también: “Hora Zero no le pertenece a nadie, es de todos”. Pero en este 2020 en que se cumple medio siglo del movimiento, Hora Zero parece pertenecerle cada vez más. En el último año y medio, fallecieron dos de sus mayores puntales, Enrique Verástegui y Tulio Mora. Razón por la cual las bodas de oro horazerianas se viven con una mezcla de su siempre embravecido ímpetu y el natural duelo ocasionado por la muerte.
¿Cómo ve al Perú de hoy? ¿Le gusta más o menos que el de hace 50 años?
No es muy diferente a lo que escribimos en “Palabras urgentes”, en 1970: “una incertidumbre fabulosa y la mierda extendiéndose vertiginosamente”. ¿Qué cosa ha cambiado? Hay más chifas y más pollerías. Asesinan a mujeres todos los días. Tenemos a cinco presidentes que han robado. Y sin embargo no veo indignación en la ciudadanía. ¿Cómo puede ser posible? ¿Podemos vivir con toda esa mochila maldita sobre las espaldas? Por eso la poesía no roba. Ninguno de los poetas de Hora Zero ha robado. Ni un sol. Solamente hemos luchado para escribir grandes libros. Para eso hemos vivido. No para robar ni para matar mujeres. Y justamente por eso parece tan difícil que un poeta hable de política. Pero también podemos y debemos hablar.
Y en el otro sentido: ¿se imagina a un político leyendo o escribiendo poesía?
Jamás. Pero jamás. No tienen el humanismo para leer un poema. Son seres que quieren el poder y nada más. Solo dicen “¿cómo es?”. Esa es la poesía de los políticos. Lamentablemente, no tengo buenas noticias para el Perú. Creo que va a haber un país más mediocre y no puedo alentar el patriotismo. “El patriotismo es el último refugio de los canallas”, decía Samuel Johnson. Pero en medio de todo esto los poetas de Hora Zero siguen escribiendo, siguen creyendo en el ser peruano, siguen poetizando la catástrofe.
La escritura como contraparte del pesimismo.
Así es. La poesía tiene su propia carretera, es otro país. La poesía no tiene fronteras, es infinita. Y tiene sus propios códigos de trabajo, de hacer avanzar las cosas. Además la poesía siempre está descontenta con lo que cree, siempre es insuficiente. Por lo tanto es insaciable. Yo con Tulio [Mora], mi gran hermano, un guerrero, hablaba todos los días de poesía. ¿Cómo puede ser que uno hable y hable de poesía y no se aburra? Ahora sí me aburro. Porque no está Tulio, y porque no está Enrique. Éramos felices.
¿Y hay algo de lo que pueda arrepentirse respecto a Hora Zero?
No puedo arrepentirme de nada porque entregamos nuestra vida a Hora Zero. Un manifiesto como “Palabras urgentes” eran cuatro hojitas en papel bulky, con una grapa. Y con eso logramos reunir a más de 150 poetas. Sin ofrecerle a nadie oro, plata, chamba, diamantes, petróleo, fama, becas. Porque en Hora Zero solo nos preocupábamos de que todos tuvieran lo esencial. Y lo primero y más esencial era un rin, para hacer una llamada si te encontrabas en peligro. Y luego un ron, porque el ron te ponía. No para emborracharte, sino para despertarte. Solo eso necesitabas: tu rin, tu ron, tu cigarrito y tu cebiche. Cuando veas a un pata palteado, invítale un cebiche y vas a ver cómo cambia. Se pone ‘stoned’.
Una anécdota que la gente recuerda mucho es el famoso duelo poético que sostuvo contra Antonio Cisneros. ¿Cómo lo recuerda en el tiempo?
Eso surgió porque yo quería demostrarles a los poetas de Hora Zero –que en ese momento eran muy tímidos– que no había que tenerle miedo a nadie. Yo lo reté primero a Toño Cisneros y él nos respondió diciendo que nuestro manifiesto había empezado con el pie derecho, pero que la próxima vez mejor lo escribamos con las manos (risas). Esas rivalidades siempre son interesantes e importantes. De ahí salen las ideas. Ahora nadie dice nada, todos se pasan la mano, todo es bueno, gracias, te felicito. Yo por entonces casi no tenía nada escrito. Y Toño ya tenía grandes libros, el premio Casa de las Américas. Así que inventé un poema teatralizado, me compré una pistola de fogueo en Galerías Boza, y le dije a un amigo, Alberto Colán: “Cuando llegue a esta palabra, te paras y me matas huevón”. Al principio no quería, se palteó. Pero lo hicimos ensayar. Y ese día fue todo el mundo. Chabuca Granda, Susana Baca, nuestro amigo Ricardo González Vigil chibolo. Fue en la Casa de la Cultura. Cisneros fue con sus amigos arqueólogos, sociólogos, antropólogos. Y nosotros éramos los cholos. Así era esa época. Y mi poema arrancaba con “In-A-Gadda-Da-Vida”, la canción de Iron Butterfly. Sonaban los tambores y la gente no sabía qué estaba pasando. Hasta que Alberto saca la pistola y grita “¡muere concha tu madre!” y ¡pum, pum, pum! Ahí yo me tiré al suelo y me reventé un tomate que tenía escondido en la camisa. Nos dieron un cheque de 500 soles a cada uno. Y todos los Hora Zero nos fuimos a un local que estaba al frente y nos lo gastamos en trago y chifa.
Algo de lo que no se habla tanto es qué leían los Hora Zero. Entiendo que le rehuían a las influencias, pero algunas lecturas predilectas deben haber tenido.
En realidad leíamos los mismos libros porque teníamos bibliotecas comunes. Leíamos todas las vanguardias, la musical, la psicológica. A Wilhelm Reich, a los surrealistas. A mí me gustaba particularmente Breton, pero no todo. Otro poeta que me encanta es Louis Aragon, sobre todo su libro “Habitaciones”, que habla de todos los hoteles en los que vivió. También a Onetti y a Cortázar, aunque después dejé de leer narrativa, salvo las novelas de Bolaño. A los ‘beats’ también. Algunos poemas de Ginsberg. También Ferlinghetti, Joseph Brodsky, algo de Walcott.
Hace años que no publica. ¿No le quita el sueño sacar un libro nuevo?
Lo que pasa es que cuando termino un libro lo dejo madurar. Un libro lo escribo máximo en un mes, dos meses. Y una vez que lo termino, yo mismo me aplaudo, pero no se lo enseño a nadie. Lo guardo entre dos a tres años. De vez en cuando lo saco a pasear, lo llevo a un café, lo abro, lo leo. Se airea. Y voy corrigiendo. Eso es lo que más me gusta, corregir.
Hace ocho años lo entrevisté y me dijo que ese año salía “Jardín de uñas”.
No, no. Este año sí lo publico. Lo que pasa conmigo es que termino un libro y me da flojera corregirlo ahí mismo. Y quiero otro libro, otra idea. Mi gran preocupación es escribir libros. Eso es lo que me mantiene vivo, lúcido, saludable.
Y si bien hay horazerianos que siguen escribiendo como usted, hay varios que ya no están más, como Tulio o Enrique. ¿Qué es lo que más extraña?
Yo me he quedado solo. Por eso converso contigo, porque hablar de poesía es maravilloso. Pero nadie habla de poesía. Algunos compañeros están enfermos, otros viven lejos. No veo a nadie. Ha sido impactante la muerte de estos dos generales de la poesía peruana. Ahora camino a pedazos. Tú me ves así ahora, pero me es difícil. Ese es mi drama. Caminar a pedazos y no tener con quien conversar de poesía todos los días. Me he rearmado para afuera, pero son unas ausencias que no pueden remplazarse con nadie.
¿Y estas pérdidas no lo ha llevado a pensar en la muerte propia?
Trato de no pensar en eso. Y pienso durar un poco más. Creo que todavía estoy joven, el ímpetu jamás se pierde. Tengo cinco libros inéditos, tengo fuerza, puedo hablar de lo que quiera, sigo combativo. Estamos en una guerra y seguiremos en la guerra. Hay que salir adelante. La batalla es larga.