Ocho años después de “Lima Freak”, Juan Manuel Robles nos presenta su primera novela. Se trata de “Nuevos juguetes de la Guerra Fría”, una obra fascinante que cautiva de principio a fin. En ella, Iván Morante, un pequeño pionerito nacido en Lima, es llevado por sus padres a vivir a La Paz (Bolivia). Es allí que inicia un recorrido por épocas de la historia latinoamericana que hoy muchos intentan esconder debajo de la alfombra: el Che Guevara, el imperialismo yanqui, entre otros episodios.
El libro, sin embargo, no es una apología a una ideología determinada. El autor apela al humor para condimentar una obra que como él mismo señala en esta entrevista con El Comercio “es sobre la censura doméstica de la memoria”.
Te has tomado un buen tiempo para publicar “Nuevos juguetes de la Guerra Fría” y creo que eso se nota en el resultado final: una novela completa que mantiene la atención de quien la lee.
Efectivamente, me tomé mi tiempo. Aunque comencé la novela antes, fue durante la maestría que fui a hacer a Nueva York que la empecé a reescribir. Ya al regresar al Perú la concluí. En total, pasaron casi cinco años. Es una buena cantidad de tiempo, pero es lo que usualmente toma una novela de estas dimensiones.
Cursaste un Master of Fine Arts en el exterior y muchos pueden preguntarse ¿qué es lo que nace con el escritor y qué se aprende en un salón de clases?
Yo creo que sí se pueden aprender cosas, que se puede aprender a entender ciertas dinámicas antes del ensayo-error. Para mí (estudiar) fue fundamental. Yo he llevado talleres de crónicas, de periodismo de no ficción. Mi formación principal estuvo marcada por los talleres. Los talleres literarios que seguí en Nueva York también me sirvieron mucho. (En los talleres) aprendes a leerte, que es una de las cosas más importantes. (Personalmente,) pude entender muchas cosas de mi propia poética, logré conocer mis fortalezas y debilidades. Basándome en mi experiencia, yo le recomiendo a todo el mundo irse a un taller literario.
En una entrevista del año 2008 defendiste tu libro de crónicas “Lima Freak” diciendo que un cronista también hacía literatura. Si desde hace varios años vienes en esa línea, ¿en qué etapa te encuentra esta novela?
Así como muchos escritores empiezan haciendo cuentos o narrativa breve y luego dan el llamado ‘salto’ a la novela, en mi caso el género que me hizo entender cómo funcionan determinadas estrategias y recursos narrativos fue la crónica. Para mí este género tiene el mismo valor formativo que hubiera tenido un libro de cuentos. Me parece igual de literario y para mí esto (escribir una novela) fue como un manifiesto.
¿Por qué?
Yo veía que a alguien que publicaba un libro de cuentos o, en algunos casos, un libro de cuentos bastante mediocre, le daban la categoría de escritor. En cambio, cuando alguien publicaba una crónica bien elaborada, aplicando estrategias narrativas, no se le consideraba igual. Esa era mi búsqueda. Aunque hoy no me interesa más eso. Ni me va ni me viene si existe la etiqueta. No es importante. Sin embargo, si me preguntas ahora qué soy, no sabría qué otra cosa decirte que escritor.
Una característica que destaca en tu escritura es tu capacidad para describir los detalles de una situación o un personaje. ¿Cómo manejaste esto en “Nuevos juguetes de la Guerra Fría” para no perder la verosimilitud en el relato?
La ficción es un juego constante de verosimilitud. Pero lo que no saben los que no son cronistas es que la crónica también entra en dicho juego. En ambos casos está la realidad como base, lo que es algo bastante grande como para pretender capturar. Los recursos de verosimilitud son aquellos elementos que nos permiten convencer a un lector de que cierta realidad funciona. Si nos vamos a poner a pensar si el lector se cree o no eso, estamos ante otra discusión. Cuando hacía crónicas me preguntaban: ‘¿Oye esto pasó en serio?’ Y ahora que escribo ficción me preguntan: ‘¿Y esto ocurrió?’ La idea de la verdad o la mentira en el lector es bastante elástica y eso está bien. Como lo manifiesta muy bien Orhan Pamuk, es eso lo que hace una novela poderosa, el no saber muy bien cuándo empieza y cuándo termina la realidad. Creo que los recursos de verosimilitud son distintos, vas aprendiendo cosas, sobre todo texturas. Me di cuenta de que si para algo me servía la crónica como género en la escritura de una novela fue para generar muy fácilmente texturas que parecen reales, escritas por otros. Esa confección de un texto un poco más automático. Solemos decir que la nota informativa, los informes o los reportajes son más fríos e impersonales que la ficción, sin embargo, no cualquiera podría imitar esa retórica y creo que una de las cosas interesantes de ser periodista es que esa retórica ya la aprendieron. Está ahí jugar (con ella). Finalmente, la novela es un juego de espejos.
¿Cuánto hay de realidad y cuanto de ficción en la historia del pequeño Iván Morante?
A los escritores nos gusta jugar con esa ambigüedad. Lo que te puedo decir es que sí estuve en Bolivia, sí estudié en una escuela cubana llamada “El guerrillero heroico”… Lo demás es ficción y esto no tiene que ver con cuántos datos son reales o falsos. (La ficción) es el discurso de lo posible y en eso me mantuve.
Juan Manuel Robles en sus días como estudiante. (Foto: Cortesía del autor)
Hace poco leí “Los rendidos: sobre el don de perdonar” (IEP, 2015) de José Carlos Agüero y me dejó sensaciones parecidas a las de tu novela. Si bien el de Agüero es un relato 100% real y el tuyo una novela, hay varios aspectos que coinciden, como el hijo que se siente culpable y que cuestiona a su padre por su accionar en el pasado.
Aún no leí ese libro, pero tuve la oportunidad de conocer a José Carlos en una conferencia del Festival de la Palabra. Tengo mucha curiosidad por leer dicha publicación. Además, creo tener puntos en común con los ensayos de José Carlos sobre la memoria. Es un tema muy vigente ahora que la memoria es cada vez más un tema de segunda mano en el Perú. Hay un absurdo colectivo de ciertas personas que te dicen “tú no viviste esa época, eras un niño, entonces no deberías opinar sino escuchar el discurso oficial”.
La memoria es un tema muy presente en tu novela…
Como se ve en un ejemplo doméstico y microscópico situado en la novela, los hermanos Morante no se ponen de acuerdo por una memoria específica, por un episodio del pasado. Ambos tienen una versión muy personal y eso termina siendo una batalla por la memoria que no es otra cosa que una lucha de poder. Tenemos un pasado reciente que yo no he tocado directamente. Esta no es una novela sobre la violencia política, sino sobre la violencia de la memoria. Muchos niños dejamos de explorar estas memorias por alguna razón. Manejamos más discursos oficiales de los que estamos dispuestos a aceptar.
Juan Manuel Robles en 1986. (Foto: Cortesía del autor)
¿Hay muchos Iván Morante (protagonista de la novela) alrededor del mundo?
Definitivamente. Esta es una novela de aprendizajes que se convierte en una novela de espías. De alguna manera, nuestros padres tuvieron ese papel de protegernos de la realidad, de intervenir en ella de maneras que nunca conocemos del todo. Si nosotros mismos tenemos errores, debilidades, cosas de las que no nos enorgullecemos, imaginemos una vida más grande, que es la de nuestros padres, e imaginemos un contexto político como el que vivió el Perú. Creo que esta novela podría leerla perfectamente alguien que esté en el otro lado, el de los vencedores y quizá sentiría algo. Considero que “Nuevos juguetes de la Guerra Fría” es más una novela sobre la censura doméstica de la memoria que sobre otra cosa.
¿Se puede decir que tu novela tiene elementos propios de un thriller? Me viene a la mente cuando, por ejemplo, se aparece el personaje de Saldaña en el camino de Iván y termina casi asustándolo varias veces.
Hacia el final sí, obviamente, hay un interés por desenredar un misterio, hay una cosa que se le presenta inevitable a Iván Morante, que tiene que ver más con su propia mente. En ese sentido sí, quizás yo no conozca suficiente el género del thriller para decirte que he escrito un libro de ese género, pero sí me parece que mi novela apela a cierta paranoia psicológica, a cierta incomodidad, persecución, que no es más que la persecución de uno mismo, de la persona que uno fue sin saberlo.
Tu novela se ubica en la parte final de la Guerra Fría y esa época de la historia tuvo como protagonistas y grandes enemigos a Cuba y Estados Unidos. Hace muy poco Raúl Castro estrechó manos con Barack Obama en un hecho histórico. Para ti ¿de qué o de quién depende que Cuba finalmente avance, se estanque o, en su defecto, retroceda en el futuro?
El periodo del que hablo en la novela me gusta particularmente porque fue el último momento en el que Cuba fue esta sociedad cerrada, realmente socialista, con preceptos contra la libre circulación del dólar y de ciertas divisas. Esto cambió en los noventa. Cuba se volvió una sociedad semi capitalista. Desde los noventa hubo una serie de transformaciones económicas que han cambiado totalmente la Isla. Los pioneros de los noventa no son los de los ochenta que, de alguna manera, esta novela retrata, así sea dentro de un ambiente súper vigilado: una embajada. Hay una película cubana llamada “Habanastation” que es básicamente la historia de cómo se encuentran un niño pobre y otro rico, y lo curioso es que precisamente ocurre en La Habana. Seguimos teniendo la idea de esa sociedad setentera u ochentera cubana. Y creo que esto tiene que ver con que la mayor exportación cultural de Cuba de todos los tiempos fue su revolución. Tú le preguntas a cualquier persona por los médicos cubanos y te dicen que son los mejores del mundo y que en ese país cualquiera puede atenderse en un centro de salud gratis y con la mejor medicina del mundo, lo que evidentemente no es cierto. Sin embargo, sigue la idea arraigada en el año 2015. Creo que (el acercamiento) ha sido una movida astuta de Obama y de Castro. Pero la inmolación colectiva cubana, el famoso lema ‘Patria o muerte’ se acabó en los ochenta. Lo que pasó luego fue una resistencia institucional de la burocracia militar cubana para resistir.
¿Estos cambios pueden tener algún tipo de efecto en la literatura a futuro?
Esto deja a Cuba con la posibilidad cada vez menor de utilizar a Estados Unidos como el gran enemigo. En términos de ficción sí es muy rico porque el enemigo siempre es ficticio. Se siembra el odio hacia el enemigo en un laboratorio con relatos de masacres o ataques que tienen que ver con décadas atrás. La descolocación de ese enemigo es algo súper interesante.
Como novelista estás iniciándote y “Nuevos juguetes de la Guerra Fría” te está trayendo varios elogios. El libro fue presentado en Colombia hace unas semanas y será lanzado también en México, Argentina y España. ¿Te planteas objetivos a corto plazo (más libros pronto) o dejarás que tu camino como escritor fluya por su propio cauce?
Eso es lo que quisiera la editorial y mi agente literaria. Probablemente lo haga (escribir otro libro), pero hoy que está de moda el emprendimiento, te diría que no soy un emprendedor. Pretendo ser novelista y cuando ves el fajo (libro) parece, pero en realidad esto es un proceso de excavación, de soledad, de aislamiento, de alteración psicológica, que además te roba tiempo y vida. De verdad, no tengo ningún discurso positivo acerca de la escritura. Esto no lo debería decir porque tengo alumnos y dicto talleres, pero particularmente me gusta ver que escribo algo que me gusta mucho. No publico nada que no sea de mi agrado. Tengo una laboriosidad que es parte de mi trabajo y que nunca dejo a medias. Sin embargo, la experiencia psicológica es de hundimiento. Pese a ello, esto me gusta, la fiesta de publicar un libro, el hecho de volverme a encontrar con gente que no vi en años, el conocer personas gracias al libro, etc. Considero que un escritor no debe pensar en cómo le va a ir a un libro. Esos son cálculos que no le competen. Mi búsqueda es estética, si existe el concepto de “mejor” en literatura, pues siempre me gustaría hacerlo mejor.
MÁS INFORMACIÓN:
"Nuevos juguetes de la Guerra Fría" será presentada este miércoles a las 7p.m en la librería El Virrey, ubicada en Bolognesi 510, Miraflores.