“Lo conocí, escuché sus charlas e inclusive fui a su casa”. La anécdota final que dejó una imborrable huella en Eduardo González Viaña ocurrió una semana antes de la muerte de José María Arguedas, cuando un amigo le hizo llegar la invitación para almorzar que el autor de “Los ríos profundos” le extendía. Por entonces, Arguedas vivía en Chaclacayo, en uno de los pueblitos cercanos que todavía conservan las costumbres y tradiciones andinas. Tocaron la puerta y solo estaba su mujer, Sybila Arredondo. El amauta había desaparecido y ella no sabía nada del almuerzo pactado, pero igual los atendió. “Nos dijo -rememora- que él estaba pasando por un periodo de nervios, que le ponía algodones en los oídos para que no escuche al tren de las noches. Que por eso se podía haber olvidado. Lo curioso es que a la semana siguiente en una de esas caminatas en las que se perdía, sus pasos lo llevaron hasta la universidad Agraria donde se quitó la vida”.
El distrito limeño que albergó durante sus últimos años al célebre andahuaylino es el escenario inicial del libro “Kachkaniraqmi, Arguedas”, la biografía ficcionada con la que González Viaña le da voz a los recuerdos y al dolor que embargaron al célebre escritor hasta el final de sus días.
"Todavía hay un alejamiento por el racismo, una búsqueda de una mejor forma de vivir, de saber cuál es la patria que nos corresponde. La vida de Arguedas es precisamente eso, una serie de catástrofes, de desventuras".
Eduardo González Viaña / Escritor Sobre el significado de el vocablo quechua "kachkaniraqmi"
—Este es el tercer libro de la Colección Bicentenario de la Universidad César Vallejo que usted escribe. Primero fue Castilla, luego el Inca Garcilaso y ahora José Maria Arguedas. ¿Qué lo lleva a elegir a estos personajes?
El año de la pandemia, el día que se daba el estado de sitio yo caí con covid y fue bastante triste ver desde la ventana de la clínica donde estaba cómo la gente caía muerta y los policías valientemente recogían sus cuerpos. Allí me enteré de la gente que volvía a sus ciudades de origen desde Lima, que muchos se morían porque no había suficientes camas hospitalarias ni oxígeno, entonces sentí no solo que nuestro país se estaba muriendo, sino que el alma de nuestra nación se terminaba. Pensaba si el país algún día se iba recuperar y si la patria realmente existía. Allí es cuando empiezo a pensar en escribir sobre valores, qué es la patria y cómo esta podría salvarnos.
—¿Qué fue lo que más le interesó de estos personajes?
El primer personaje que se me vino a la mente fue Castilla, quien camino desde río de Janeiro hasta la selva de Perú durante un año para integrarse al ejército realista al cual pertenecía. Cuando llegó cambió y se hizo patriota, entonces me preguntaba por qué decidió defender finalmente la causa patriota. Demoré un año en escribir y publicar “El largo camino de Castilla”. Después de eso vino “Kutimuy, Garcilaso”, sobre el hombre que inventa la nacionalidad peruana en momentos en que el sentimiento de pertenencia al Tahuantinsuyo ha desaparecido, porque éramos una tierra de gente sometida. Él escribe una historia que es el alma de aquello que le da vida a la patria, porque un pueblo que no tiene pasado camina como zombi, sin aspiración común. Lo mismo me ha pasado cuando emprendí la escritura de esta obra sobre Arguedas, que es más contemporánea y cercana a nosotros.
—Kachkaniraqmi, la palabra que le da nombre al libro sobre Arguedas es un vocablo quechua que se traduce como “existo, a pesar de todo”, ¿es un resumen de lo que significó la vida del autor de “Todas las sangres”?
Él usaba mucho esa expresión. El título no solo resume la vivido por Arguedas sino también la vida de los peruanos, de la patria peruana, destrozada por muchos motivos. Hasta ahora no hemos llegado a comprendernos unos a otros. Todavía hay un alejamiento por el racismo, una búsqueda de una mejor forma de vivir, de saber cuál es la patria que nos corresponde. La vida de Arguedas es precisamente eso, una serie de catástrofes, de desventuras. Lo que yo he escrito no es una biografía histórica, es una novela. He recurrido a una parte de la vida de Arguedas, correspondiente a los 10 y 12 años cuando él escapa de su madrastra en un burrito y es acogido por un mundo diferente, uno en el que las montañas, los ríos y los animales hablan. En el mundo andino todo tiene vida. Arguedas es ese niño formado por aquel mundo. A partir de ahí recorro buena parte de su vida y el origen de su producción literaria.
—Una particularidad de esta novela es que participan dos zorros en alusión directa a “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, novela póstuma de Arguedas.
Los zorros que aparecen ahí pertenecen al mundo andino. En la sierra se cree que los zorros pueden hablar y son dueños de una gran inteligencia. En ese caso el truco narrativo que utiliza el que cuenta la historia, osea yo, es que es desmentido por ellos, quienes dan su propia versión de los hechos. En el mundo andino, además, hay dualismos, el de arriba y abajo, y el de adentro y afuera.
—Tengo la impresión, luego de revisar el libro, que esta es su novela más sentida.
Es muy cercana al dolor del escritor andahuaylino. En realidad, todo el tiempo para mí es una búsqueda de lo peruano, eso me condujo a escribir sobre Vallejo mi primera novela biográfica que se llama “Vallejo en los infiernos”. Lo mismo pasó con “Sarita colina viene volando”, donde voy en busca de la religiosidad del pueblo. Luego llegaron “El largo camino de Castilla” y ”Kutimuy, Garcilaso”. Siempre estoy buscando y repensando nuestra historia.
—¿Se siente identificado con Arguedas?
Sí, porque rescató mucho del pueblo andino, todas esas leyendas, historias, música, todo eso que nos une. Aunque Arguedas es de Andahuaylas y yo de La Libertad, un lugar donde no se habla quechua, siempre hay algo que nos une a todos los peruanos, esa manera especial de concebir el mundo. Para poder escribir esta novela he sentido probablemente el mismo dolor que él, los días en que estuve con el Covid me invadió el sentimiento de que nada tenía salvación, de que todo se estaba muriendo, no solo la gente sino la tradición colectiva, la solidaridad. Lo que vimos era una patria desgastada con gobernantes insensibles. Me invadió el sentimiento arguediano, ese que nos dice que todo va a acabar.
—¿Cuál diría usted que es el momento crucial, el que marca el derrotero de la vida de Arguedas?
Hay un momento, novelado claro, que yo recreo en mi libro, cuando está a punto de dispararse. Él no está sentado en su escritorio sino frente a un espejo. Allí creo que empieza a buscar el lado exacto de la sien donde debe dispararse, pero mientras lo hace tal vez recuerda el momento en que cayó al suelo derribado por Pablo, el hijo de su madrastra. Su agresor tenía cerca de 20 años y José María apenas ocho. Además de obligarlo a ver como violaban a las indias, en un momento le dice “tú no sirves para nada”, le da un bofetón y cae al suelo sobre un arroyo. Se mira el rostro y ruega a dios que se lo lleve de una vez. Ese momento es crucial. Para mí verse en el reflejo como aquel niño en el arroyo es, quizás, el instante en el que jala el gatillo y se suicida.
—Desde su perspectiva, ¿qué significa Arguedas para el Perú?
Arguedas es la personificación de todos los recuerdos, de cómo liberarnos. Y cómo liberarnos es mirar atrás para saber quiénes somos, ver el pasado y es ese pasado el que nos obliga a caminar. Las obras que Arguedas escribió confirman que se puede transformar el dolor en una obra literaria y sobrevivir gracias a ella. En el caso de Arguedas y Garcilaso al hacerlo no solo te salvas tú sino a los demás.
Los interesados en obtener este o algún otro ejemplar de la Colección Bicentenario, pueden solicitarlo a través del correo fondoeditorial@ucv.edu.pe o la página de Facebook Fondo Editorial UCV.