En la foto, Marco Aurelio Denegri. (Fuente: El Comercio)
En la foto, Marco Aurelio Denegri. (Fuente: El Comercio)
Marco Aurelio Denegri

El gran filósofo existencialista y pensador francés, Jean-Paul Sartre, decía: “Podemos librarnos de una neurosis, pero no curarnos de nosotros mismos.” (GP, 728b.) 

Si somos sinceros con nosotros mismos, si nos examinamos imparcial y objetivamente, sin fingimiento ni doblez, entonces tendremos que confesar que en el fondo no nos gustamos completamente. 

El gran satírico norteamericano Ambrose Bierce subrayaba el disgusto consigo mismo expresándose así: “Estoy solo, es decir, en mala compañía.” En el caso de Jean-Paul Sartre, el hecho de no poder curarnos de nosotros mismos se relaciona con la posibilidad de que cambiemos. 

En una de sus grandes obras filosóficas, El Ser y la Nada, dice Sartre lo siguiente: “Estamos lejos de poder cambiar a voluntad nuestra situación. Es más: incluso parece que no somos capaces ni siquiera de cambiarnos a nosotros mismos. Yo no soy ‘libre’ para escapar del destino de mi clase, de mi nación o de mi familia, ni para cimentar mi poder o mi fortuna, ni tampoco para vencer mis inclinaciones o hábitos más insignificantes. Yo nazco obrero, francés, con sífi lis hereditaria o tuberculosis. La historia de una vida cualquiera es la historia de un fracaso. 

“Antes que ‘hacerse’, el hombre parece ‘hecho’ por el clima y la tierra, la raza, la clase, la lengua, la historia de la colectividad de la que forma parte, la herencia, las circunstancias particulares de su infancia, las costumbres adquiridas, los grandes o pequeños acontecimientos de su vida.” (DEYA, XI, c. 7, p. 31.) 

Si queremos cambiar, entonces tendremos que hacer, no un solo esfuerzo, sino muchos esfuerzos; pero, desgraciadamente, como decía Gurdjie , en nuestra vida hacemos los mayores esfuerzos para no hacer ningún esfuerzo. 

Desrutinizarse e iniciar el largo y trabajoso proceso de cambio ontológico y transformación existencial, resulta para el hombre común y corriente, es decir, para el 90 por ciento de la población mundial, algo tan escasamente atractivo como pellizcar vidrio. 

Un holgazán insigne, ante la cercanía peligrosa de una víbora, antes que huir, preferiría más bien preguntarse qué antídoto le convendría contra el veneno viperino. 

Sincerémonos: antes que renunciar a nuestra comodidad, preferiríamos abismarnos y perecer. Ni más ni menos que Baralt cuando despotricaba contra el vocablo gubernamental, “vocablo terrible por lo largo, bárbaro por lo disforme, atroz, inculto, indó- mito, bravío [...] y que ningún oído castellano, por embotado que esté, puede escuchar sin estremecimiento y horror. [...]”.

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