No suele ocurrir que un libro logre llevarte, tanto en su fondo como en su forma, a un viaje de 50 años en el tiempo. En 1970, un grupo de jóvenes poetas inéditos, lanzan el primer número de una revista con un manifiesto feroz firmado por Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz. Así, en Palabras Urgentes, el naciente movimiento Hora Zero corta las principales cabezas de la poesía lírica y reivindica el lenguaje marginal del barriales y de sectores sociales que representan el “desborde popular” de teorizó luego José Matos Mar. Este grupo contracultural se oponía a una poesía de clases medias formada en las principales universidades, y encontró un nuevo espacio reivindicando un parricidio del que solo se salvan Vallejo y Javier Heraud. Mucha tinta corrió en la prensa de la época tanto para interpretar ese fenómeno como para recoger uno de los debates culturales más interesantes de la segunda mitad del siglo XX en el país.
Rossella Di Paolo: “¿Hay algo mejor que quedarse en la casa de la poesía?”
Para un editor como Luis Alberto Castillo (Chiclayo, 1987), lograr esta ilusión de viaje en el tiempo se logra con una clara estrategia para abordar un facsímil. En este caso, no se trata de escanear simplemente las páginas de un antiguo original y reeditarlas revelando la pátina del paso de medio siglo en el papel. “Hora Zero, materiales para una nueva época”, llega al lector actual tal cual fue impreso por una máquina offset en 1970. La edición utiliza los materiales que se usaron entonces, y el texto ha sido cuidadosamente limpiado y reconstruido con el color de tinta original. Así, más que replicar una publicación histórica, se replica el proceso de su edición.
Como explica Castillo, este detallado trabajo no tiene como objetivo celebrar una efeméride, la de los 50 años cumplidos por el radical manifiesto horazeriano lanzado en ese primer número. “La verdad, bien mirado el asunto, no se trata de un homenaje, sino ofrecer una bandeja de materiales para discutir qué ocurrió con las ideas en torno a la poesía a inicios de esa década”, señala el editor de taller La Balanza.
¿Qué podemos servirnos de esa bandeja? En primer lugar, la revista y su violento manifiesto que inició todo. Luego, un compendio de archivos periodísticos que muestran los análisis y reacciones de los poetas con distintas posiciones en torno a la poesía, el bono de publicación, o la reconstrucción tipográfica de la entrada a su primer recital. “No se trata de un homenaje a Hora Zero, sino un intento por reconstruir una discusión de la época”, afirma Castillo, quien nos devuelve además toda la gráfica de la época, aquellas portadas artesanales, la diagramación periodística previa a los tiempos digitales, el espíritu ‘vintage’ de las revistas “Oiga” o “Caretas” a inicios de aquella época. “Algo que le interesa al taller La Balanza como medio editorial es reflexionar sobre la materialidad de la palabra, a través de la experimentación con distintas técnicas de impresión. La impresión tiene toda una historia, un discurso que muchas veces en la elaboración del libro ha sido dejado de lado”, afirma.
¿Cómo se dio este proceso de arqueología poética, el hallazgo de los documentos de Hora Zero y la recuperación de los textos de prensa?
Comencé mi investigación con un libro publicado el año pasado, “La máquina de hacer poesía: imprenta, producción y reproducción de la poesía en el Perú del siglo XX”. Básicamente, el libro era un intento de hacer una historia material de la poesía peruana a partir de los condicionamientos de la imprenta y los medios de reproducción de textos. Hay allí un capítulo dedicado a Hora Zero, donde me interesó mucho cómo el grupo usó el offset, a diferencia de, por ejemplo, el uso de la tipografía por Javier Sologuren en su editorial “La rama florida” en los años sesenta. Me interesó ver cómo el offset se acomodaba a este nuevo tipo de poesía, a un desborde verbal paralelo al desborde popular de entonces. También me interesó mucho el uso del mimeógrafo para la impresión de revistas y manifiestos, volantes, etc. Para el trabajo “arqueológico” de estos materiales de prensa, yo ya tenía identificadas algunas cosas, Carlos Carnero de la librería Inestable me facilitó la portada de Hora Zero Pucallpa, el poeta Jorge Pimentel me facilitó su archivo, aunque la mayor parte procedía de la década de los 80. Los ejemplares de la revista “Oiga”, los encontré en Quilca. El ejemplar de “Caretas” en la biblioteca de la Universidad Católica, donde está la entrevista a Hora Zero, tenía las páginas arrancadas justo en esa parte. Y me pasé semanas buscando en Quilca antes de encontrar ese ejemplar. El original de la revista era propiedad de la mamá de Jorge Pimentel, quien ya no la tenía. Su hijo Sebastián conservaba ese ejemplar que, gracias a estar encuadernado, pudo conservarse. Manuel Velásquez, mi editor, me regaló la carátula. Desde que me la regaló, me hizo pensar qué tanto la revista fue un mito de la mercadotecnia poética del momento o, realmente, tuvo un discurso consolidado.
¿Y cuál es tu opinión?
Hay grandes poemas. Julio Polar me sorprende particularmente, un poeta no tan conocido de Hora Zero, pero uno de los que más prometía en esa camada de poetas jóvenes. El trabajo de arqueología también involucra una nueva valoración de los objetos del pasado.
Luego Julio Polar se dedicó al diseño y al humor gráfico...
Claro. De hecho, el dibujo de Julio Polar es el que soporta la portada. Hay otros dibujos interesantes como el de Juan Ramirez Ruiz o el de José Carlos Rodríguez, pero con Polar se nota la importancia de tener alguien que maneje códigos gráficos en un grupo de poesía.
¿Crees que Hora Zero fue el último movimiento genuinamente parricida de la literatura peruana? Su gesto radical ha sido uno de los más plagiados hasta hoy por los jóvenes poetas.
Hora Zero hizo del parricidio una poética. E incluso hizo de la polémica una poética. Lo convirtieron en el medio para expresar contenidos poéticos, un método para desarrollar su propia propuesta poética. En ese sentido, para ellos el parricidio no era gratuito, más allá de nos provoque defender a Martín Adán a Carlos Germán Belli o a José Watanabe, creo que se nota que, tras sus ataques, hay al menos un estudio de los poetas de los que se habla. No es un parricidio retórico. Pienso que lo retórico está cuando se reduce todo a una cuestión de clase, afirmando que la condición de burgués te desacredita para la poesía. Pero más allá de eso, el parricidio de Hora Zero funciona bastante bien para poner la mirada sobre nuevas cosas. Los que trataron de imitarlos creyeron que Hora Zero atizaba una polémica basándose en el desprecio a otros poetas. Y no creo que haya sido así. En su parricidio hay cierta conciencia, hay una reflexión detrás de ese manifiesto que sirve, quieras o no, para reconfigurar el reparto de participación pública de los nuevos poetas con respecto a los anteriores. Eso me parece clave. El manifiesto logra horadar la muralla de la ciudad letrada de los poetas vinculados a la clase media y a las universidades de mayor prestigio y, de pronto, tienes un grupo de poetas vinculados a la Villarreal, de una clase más bien emergente, la mayoría provincianos. Esa es la clave: hacer del parricidio una poética es muy distinto que utilizar el parricidio únicamente para hacerte visible.
Lo nuevo que trajo Hora Zero no tiene que ver con el contenido de su poética, pues ya la poesía de la experiencia la estaban haciendo Cisneros, Hinostroza, entre otros poetas de la generación previa. ¿Crees que la novedad de Hora Zero fue mostrar las divisiones de clase en la literatura peruana?
Allí esta una cuestión fundamental. En su manifiesto “Palabras urgentes”, al proponer las “orgías de trabajo” y posicionar al poeta como un trabajador, es una manera de vincular al poeta con los movimientos sociales de la época. Ya el poeta visto como un artesano no tiene lugar dentro del horizonte utópico de la revolución socialista, pero el poeta convertido en trabajador manual, un proletario del lenguaje, lo ubica dentro de los movimientos sociales e incide en el cambio dentro de la sociedad. Al menos, eso era lo que ellos interpretaban en ese momento, que tenía como telón de fondo el gobierno de Velasco. Por momentos, esa cuestión de clase puede ser artificiosa, porque no todos los poetas horazerianos eran obreros, pero ello construía una posibilidad utópica para la revolución, lo que al final de cuentas era una idea que acompaño por mucho tiempo a Hora Zero, la poesía como herramienta revolucionaria.
No es casual que la revista esté dedicada, en primer lugar, a Carlos Marx. ¿Cuáles crees que eran los referentes artísticos al inicio de Hora Zero?
También la revista está dedicada a Jean Paul Sartre, que ofrece una idea bastante específica de la teoría como acción, de la función del intelectual dentro de la sociedad. Pero eso no es nuevo de Hora Zero, está también presente en autores del periodo anterior. Creo que la figura de Javier Heraud reverbera en toda esta generación del 70 desde antes de Hora Zero, con Estación Reunida, grupo donde estaba José Watanabe, Tulio Mora, Elqui Burgos o José Rosas Ribeyro. Heraud es el referente performático más importante para esta generación, un poeta burgués que renuncia a sus privilegios de clase y desde la poesía eleva una bandera revolucionaria. Yo creo que esa sería la imagen más importante en el sentido performático. Ahora, también es verdad que Hora Zero también está muy ligado al arte dramático, su manejo del recitar es muy de las artes escénicas. Propuestas que empezaban a aparecer en el Perú en esos años, con Yuyachkani o Cuatrotablas, cuando el teatro se convierte en una vía de transformación política importante.
En sus declaraciones a la prensa, uno puede ver cómo un poeta como José Watanabe toma distancia de Hora Zero. ¿Cómo ves la reacción de los poetas ante la aparición de Hora Zero?
Creo que Hora Zero, más allá de los temas que propone, permite pensar cómo puede diseñarse una propuesta poética. Son interesantes estas entrevistas periodísticas porque te muestran a un Oscar Málaga en una etapa de descreencia de los grupos, o un Patrick Rosas en una personal onda surrealista. Más allá de las críticas a Hora Zero, que muchas veces pasa por el escándalo generado entonces y no tanto por el valor de sus poemas, lo interesante es que todos reconocen el vínculo entre poesía y política como algo indesligable. Esto es, sin duda, producto del momento histórico, tanto del velasquismo como de lo que está ocurriendo en otros lugares de Latinoamérica. Ya nadie es capaz de concebir una poesía desvinculada de la sociedad. Y eso es interesante porque involucra una necesidad de autorreflexión sobre el propio quehacer. Y ya no simplemente una mirada estética sobre el poema.
Así como fue furioso el manifiesto de Hora Zero frente a las artes burguesas, estoy seguro que una lectura actual con enfoque de género podría criticar el manifiesto, por sus frases que pueden bordear la misoginia…
Sin duda, está claro que si bien hora Zero “democratiza” la poesía, lo hace desde una figura del poeta masculino. Si bien ellos incluyeron mujeres dentro del movimiento, casi siempre están vinculadas de manera afectiva con alguno de los participantes. Es una cuestión muy de época, y criticarles de misoginia radical me parecería un anacronismo. Evidentemente, sí es necesario mostrar las costuras detrás de esta conformación poética en esta lucha de poder. El poeta provinciano y de clase media baja que empieza a discutirle el lugar al poeta clasemediero y universitario. Por otro lado, me interesa mucho la función de las madres en Hora Zero. Realmente, tal cual se cuenta en todas las historias, las madres colaboraban mucho dentro de sus recitales, en el día a día. Una función que, vista desde el trabajo doméstico, también estaba invisibilizada.
Sobre esta invisibilización habla mucho la anécdota de la intervención de la foto de Hora Zero por parte del Comando Plath en el bar Queirolo…
Justamente. La inauguración de la Feria del Libro del año pasado estuvo manchada por la presencia de 11 personalidades masculinas, sin ninguna mujer. Ello generó que muchas de las escritoras que iban a presentar sus libros se abstuvieran de participar. Un día, en el Queirolo, hubo una fiesta donde hubo muchas mujeres vinculadas al Comando Plath, quienes habían hecho una performance en la feria, imprimiendo en unas paletas el rostro de autoras peruanas y caminaban con ellas a manera de máscaras. En el Queirolo, en medio de los aconteceres de la fiesta, a alguien se le ocurrió poner la cara de una poeta mujer sobre la cara de un poeta de Hora Zero en la gran foto en el salón del bar. Poco a poco, cada una lo hizo. Y la foto final es la de Hora Zero llevando los rostros de María Emilia Cornejo, de Blanca Varela, Laura Riesco, entre otras. Inmediatamente se colgó la foto a redes, suscitando un escándalo. A mí la intervención me pareció genial e histórica. No estaban atentando contra Hora Zero ni le echaban la culpa de nada. Lo que hacían, de forma muy espontánea, era visibilizar el lugar de la mujer en el campo cultural. Si bien introdujo mujeres, en las fotos históricas de Hora Zero son solo hombres los que aparecen. Sin embargo, en las redes empezaron a criticarlas e insultarlas de una manera salvaje. Y no se trataba de la gente de Hora Zero, sino de los defensores del grupo, que decían que se estaba cometiendo un agravio a la memoria del grupo, en momentos en que acababa de fallecer Enrique Verástegui y Tulio Mora. Por lo que pude conversar con Jorge Pimentel sé que les molestó, pero creo que con el lugar histórico que ha ocupado Hora Zero en nuestra cultura, le correspondía aplaudir un acto rebelde como ese. Aquí no hay parricidio ni asesinato a una figura simbólica, hay una transgresión de la figura del poeta hombre. Allí vemos la imposibilidad de Hora Zero para tener un alcance político más actual. Una vanguardia política actual está vinculada a estos procesos, a estos activismos preocupados por el género, o las minorías étnicas. Pero estas preocupaciones estaban muy lejos del sentido común de los 70, y eso hace muy difícil que la propuesta de Hora Zero pueda mantener su vigencia en la actualidad política como la tuvo en su momento. Cuando cayó el velasquismo, desapareció el horizonte utópico en que Hora Zero había puesto sus esperanzas. Cada uno hace lo que puede en su época.
En su manifiesto está una frase icónica: “A nosotros se nos ha entregado una catástrofe para poetizarla”. 50 años después, la catástrofe sigue allí. ¿Quién crees que la poetiza hoy?
Las catástrofes se suceden unas a otras. Ahorita estamos en un momento catastrófico a nivel mundial. Creo que hay un repliegue de la poesía más hacia el pensar los condicionamientos mismos del quehacer poético, que al compromiso de la poesía con la realidad. Este repliegue es parte de la especialización de las disciplinas, separándose más unas de otras. Pero sí creo que hay todavía algunas propuestas que rompe con la noción de genero poético y más que poetizar la catástrofe, buscan que el lenguaje ponga en evidencia los condicionamientos filológicos que el lenguaje impone dentro de la sociedad. Es decir, en lugar de poetizar sobre las condiciones a las que está sometido el sujeto, se trata de revelar el carácter ideológico del lenguaje, como este se construye y se configura, cómo opera de la manera en que lo hace. Las propuestas poéticas y políticas más interesantes van por allí. Ya no se trata de poetizar la catástrofe sino evidenciar cómo el lenguaje ha construido esta realidad distorsionada, injusta, de opresión.
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Cómic | “El infinito crepúsculo de la poesía”: una historieta para recordar al poeta Martín Adán
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