Aceptó la responsabilidad de escribir el prólogo para la edición conmemorativa de “Un mundo para Julius” con la seriedad de quien siente que paga con ello una deuda. Una deuda de lector. “Para mí, su lectura fue decisiva. Me conmovió mucho y me descubrió el mundo de Alfredo Bryce”, dice el poeta y crítico literario Luis García Montero (Granada, 1958). El Director del Instituto Cervantes la descubrió, recuerda en este diálogo telefónico que lo contacta en Madrid, en uno de los cursos de verano de la Universidad Complutense, donde Alfredo Bryce Echenique fue invitado por estudiosos y amigos suyos tan notables como José Manuel Caballero Bonald y José Esteban Gonzalo, a principios de los años noventa. “Ahora, al conmemorar el cincuentenario, releí con atención ‘Un mundo para Julius’. Es una novela que se lee de rodillas, como el propio Alfredo decía sobre los clásicos que él admiraba”, explica el también catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada.
“La mejor muestra de su calidad es su permanencia”, afirma Montero. “Hay novelas que resultan una sorpresa pero que luego no resisten el paso del tiempo. Esta novela sigue siendo fundamental para los lectores y para los que quieran estudiar el mundo literario de Alfredo Bryce Echenique”, explica el poeta parte de la Generación del Ochenta, o los “postnovísimos”, dentro de la corriente denominada poesía de la experiencia.
—Muchos escritores españoles que vienen a Lima cumplen, casi de forma irrefrenable, con el recorrido por los lugares referenciales de una novela como “Un mundo para Julius”. ¿Usted también ha hecho esa peregrinación?
¡También! Fue en una actividad literaria organizada por el Centro Cultural de España en Lima, al lado del editor de Visor, Jesús García Sánchez, también muy amigo de Alfredo. Las ficciones están hechas también de recuerdos. Así como Buenos Aires es también el relato de Jorge Luis Borges, Lima está hecha de los pasajes de Mario Vargas Llosa en “La ciudad y los Perros”, y cómo no, los paisajes descritos en “Un mundo para Julius” de Alfredo Bryce. Confieso que eso me pasa también en París: aparte de los clásicos franceses, no puedo dejar de recordar a Martin Romaña en el paseo por las lecturas.
—¿No le pasa también la decepción de que el lugar real no resiste la comparación con la imagen literaria? ¿Esos lugares que Bryce describe con solo dos pinceladas?
Fíjate que eso nos pasa también en nuestra propia experiencia, cuando visitamos la ciudad en la que nos criamos de niños. Los recuerdos que yo tengo de Granada forman parte más de mi imaginación que de una realidad concreta. Desde luego, eso pasa en las lecturas también, sobre todo en el caso de novelistas que, como Alfredo, no hacen descripciones minuciosas, sino que reconstruyen espacios a partir de sugerencias, mezcladas con la intimidad de los personajes. Buena parte de lo que uno observa es fruto de la propia imaginación lectora, y eso es parte de la calidad de un escritor.
—Los peruanos hemos leído esta novela como una crítica de la oligarquía, la historia de un niño huérfano que ve con ojos tristes el racismo y discriminación hacia la servidumbre. Por ello, “Un mundo para Julius” recibió en 1972 el Premio Nacional de Cultura y contó con el respaldo del gobierno militar de entonces. Sin embargo, Bryce siempre dijo que jamás pretendió hacer de Julius un héroe revolucionario. ¿Cómo se leyó en España la novela?
En mi caso concreto, la leí como una novela de formación, en la que se va desarrollando la educación sentimental de un personaje. Muchas veces, las relaciones de la literatura con la sociedad va más allá de una consigna política o de un partido determinado. Los panfletos pueden ser mala literatura. Esta novela de educación sentimental habla de la mirada inocente de un niño y la relación especial con su familia y con la servidumbre, con la que establece una relación de amistad y complicidad. Es muy característico de la literatura de Bryce esta dimensión humana con el compromiso con los valores humanos frente a los dogmas, la vanidad, la petulancia y la prepotencia. Y solidarizándose con el que sufre, con el más débil, con el que puede sentirse ofendido. Siempre hay una mirada de compasión con el mundo.
—¿Encuentra parecido, en su sensibilidad, a Julius con otro gran niño de la literatura peruana, el niño Ernesto de “Los ríos profundos de Arguedas”? En ambos hay esa identificación con el más débil, y una ternura perecida.
Me parece que sí. Es una parte de la tradición de la literatura peruana que le pudo resultar muy atractiva a Alfredo. En ese sentido, su propia experiencia personal también, le acerca a esa mirada de compasión y complicidad. Desde luego, Arguedas es un referente claro.
—A propósito del lenguaje coloquial de la novela, ¿Cómo ve usted ciertas formas de hablar de los peruanos, como por ejemplo nuestra incapacidad de decir “no” de forma directa?
Se dice que los españoles hablamos muy golpeados, y que parecemos muy bruscos, mientras que en algunos países latinoamericanos deben inventarse eufemismos para evitar decir que no directamente. Por fortuna, el idioma es muy rico y ha aprendido a unir lo diverso. El castellano se mantiene por los matices. No hay un buen español en un sitio y un mal español en otro. Cada lugar tiene su manera de hablarlo. En ese sentido, lo que Alfredo se planteó en su escritura fue la libertad, una estrategia retórica de la escritura, pues no es lo mismo hablar que escribir. Hace falta una retórica muy cuidada para dar la apariencia de libertad y de cotidianidad. Allí Alfredo es muy dueño de los matices. Alguna anécdota de las que él cuenta tiene que ver con lo que estamos hablando: él dice que aprendió a escribir escuchando a los locutores que transmitían los partidos de la selección de futbol peruana. Decir “avanza Perú, avanza Perú, avanza Perú, gol de Brasil…”, es enfrentarse a la realidad, con una cotidianidad y ternura que alude a la vida y los afectos. Lo que está claro es que aunque no haya una retórica metafórica y grandilocuente, que nadie se engañe: esa sensación de naturalidad y libertad exige un gran trabajo de escritura.
—El conflicto de la novela se da en tres partes: la muerte de la hermana, la violación de Vilma y el descubrimiento de su destino final como prostituta. ¿Una novela de aprendizaje es, básicamente, la historia de la pérdida de la inocencia?
Se basa en el descubrimiento de la vida. Crecer significa ir descubriendo la realidad, la muerte, la maldad. El aprendizaje hace inseparable el corazón de la razón. Los sentimientos van respondiendo a lo que la vida nos descubre cuando alcanzamos la conciencia y la lucidez. En “Un mundo para Julius”, el niño descubre la maldad que afecta a su propio entorno, sufre la pérdida y descubre que no hay nada estable, nada en lo que se pueda estar seguro. Eso es lo que va definiendo el crecimiento de una persona.
—Al final de su prólogo, usted dice: “Han pasado 50 años de su publicación, y la novela sigue siendo un punto de referencia ineludible en nuestra literatura contemporánea”. ¿Cuánto le debe la vigencia de una novela a los aspectos literarios y a los extraliterarios?
Este año se ha celebrado en España el centenario de una escritora como Carmen Laforet, novelista que a los 24 años publicó “Nada”, una novela que tardó poco para convertirse en una referencia ineludible. Todos los españoles se sintieron interpelados y dijeron que, de pronto, bajo la máscara del franquismo, se veía la realidad de España. Y es curioso, pues Laforet se sintió siempre una persona apolítica. De pronto, más allá del debate político, la literatura te ayuda a mirar al ser humano. “Nada”, con la España cerrada de la dictadura, nos trajo la perspectiva del existencialismo que Sartre extendía en Francia por la misma época. Siempre he pensado que cuando la literatura mira a la condición humana, acaba trascendiendo y ayudándonos a comprender la realidad. Sucede lo mismo con “Un mundo para Julius”. Podemos admitir que Alfredo diga que no tuvo intención política al escribirla, pero desde luego, su novela indaga en la condición humana y nos hace mirar la realidad, el miedo, el deseo, la ilusión, la amenaza. Como por desgracia siguen existiendo la desigualdad y la prepotencia, esa manera de mirar la realidad e ir descubriendo las injusticias que hay en ella, es permanente. Y eso solo lo consigue la literatura de mucha calidad literaria.
—Al inicio de la novela aparece la imagen poderosísima del padre de Julius agonizando en la cama. Sin embargo, la historia abre con una ironía sin piedad. Julius observa “como se muere un hombre elegante, rico y buenmozo”. ¿Hablamos de la ironía, del humor de Bryce, como una toma de posición?
Está claro. Bryce viene a decirnos que el humor es imprescindible, siempre que la carcajada no cierre nuestros ojos. El humor se convierte en una forma de inteligencia, en una forma de comprender la realidad. Pone en duda lo dogmático. La ironía nos permite comprender cuál es la verdadera realidad del niño, hasta qué punto tiene una idea de su entorno familiar, antes de abrir los ojos, de tomar conciencia. Es su recurso para decir que ni la elegancia, ni el dinero, ni la alta sociedad, consiguen evitar la muerte. La ironía allí es fundamental.
—En tiempos en que de toda película se espera una secuela, siempre nos hemos preguntado cómo habría sido una segunda parte de “Un mundo para Julius”. Cree que los protagonistas adultos de las novelas posteriores de Bryce podrían ser versiones posteriores de Julius?
El hombre enamorado que se enreda con él mismo y sus sentimientos, que vive situaciones extrañas, que acaba fracasando en el amor, que muestra ternura aunque no sea correspondida, tiene que ver no solo con sus novelas sino con muchas de las historias de sus memorias. Es el individuo que se ve sobrepasado por la realidad y que tiene una lealtad honesta con su memoria y con la vida, aunque pueda acabar naufragando, abandonado o haciendo el ridículo. Siempre me ha parecido que, debajo de todas esas experiencias de sus personajes mayores está el niño que protagoniza “Un mundo para Julius”, y en muchas de las anécdotas de sus memorias también.
—Bryce regresa en breve a España para un encuentro de escritores peruanos que organiza la Fundación Vargas Llosa. ¿Cómo imagina esa vuelta del escritor a la península?
Con muchas ganas de sus amigos por abrazarlo. Bryce estuvo hace poco más de un año en Madrid, antes de la pandemia, en un homenaje del Instituto Cervantes. En ese contexto, les pedimos a los grandes nombres de nuestra cultura, música, literatura, teatro, que dejen un legado llamado “la caja de las letras”. Muy de Alfredo Bryce, olvidó en Lima el legado que iba a guardar en la caja. Y lo que pidió entonces a muchos amigos de Madrid fue un libro que a través de los años él les hubiese dedicado. Y legó al Cervantes una colección de libros dedicados a sus amigos, en un acto muy emotivo. Ahora, en Málaga, en el encuentro de la Fundación Vargas Llosa, será una oportunidad para estar con él. La presencia de nombres como los de Bryce y los de Vargas Llosa me parece una muy hermosa reivindicación de la gran literatura del Perú.
—¿Cree que ya se ha pasado por fin la página de la polémica por Bryce? ¿Podemos hablar ya de una reconciliación con los lectores?
Yo creo que sí. A veces hay cosas que están bien y otras que están mal. Y cuando hay cosas que están mal, aparte de juzgar, hay que comprender en qué momento, en qué situación personal, sucedieron los hechos. En cualquier caso, nada puede quitarle el valor literario a libros como “Un mundo para Julius” o “La vida exagerada de Martín Romaña” o “Tantas veces Pedro”. Lo que hay que valorar es la importancia de esas obras y después alegrarnos de que se haya pasado página y que hoy tengamos una situación personal muy distinta a esa que se recuerda con preocupación.
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