En algún lugar del Aleph, del que me gustaría acordarme, vive mi abuelo Luis Jaime. No voy a detenerme en los recuerdos familiares de la laberíntica casa de la avenida La Paz. Quiero más bien hablar de su último trabajo, un libro que dejó inédito cuando la enfermedad se lo llevó de este mundo, hace diez años. Se trata de un proyecto sobre Jorge Luis Borges y el sentido creador de su obra, del que permanece intacto un manuscrito mecanografiado por Luis Jaime en su vieja máquina Olimpia.
Debo confesar: no existe una versión en limpio. Lo hallado en su biblioteca son decenas de papeles y borradores a máquina de escribir, con tachaduras y notas al margen de su puño y letra. Una última versión – seguramente de 2008 – sujetada por el óxido y un clip, es la más exacta. Entre sus páginas yacía la reproducción de una nota dirigida al poeta y lingüista Mario Montalbetti, contándole que estaba en conversaciones para la publicación de dicho material.
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No deberá sorprenderle a nadie que este librito trate sobre Borges. Es conocida, en la mitología universitaria, la clase en la que Cisneros leía El Aleph, ese cuento de infinita percepción publicado en Buenos Aires, en 1949, ciudad en la que mi abuelo vivió hasta los 26 años. Luis Jaime pensó mucho con Borges. No en vano dictó una serie de conferencias en el Centro Español para hablar de este poeta al que admiraba con intelectual amistad. Y digo poeta, y no narrador o ensayista, porque, para él, Borges era ante todo un poeta. Decía que solo había que leer su prosa para darse cuenta.
Es así, además, como Cisneros recibe a Borges en la PUCP en 1978 para distinguirlo con el grado de Doctor Honoris Causa, como creador y humanista antes que como Profesor de Literatura o galardonado escritor. “Crear significa -decía Cisneros durante la ceremonia, mientras un ciego Borges asentía a cada una de sus frases en actitud de escucha- agregar algo a la tarea ya iniciada por los otros. Pero los otros son cada uno de los hombres, y cada uno es su propio sueño, y cada sueño es el universo”. Mucho de lo que dijo Cisneros ese día podría decirse de Borges hoy, por ejemplo, que “todas las cosas humanas lo atraen, todas lo rozan, y el vertiginoso cúmulo de ellas nos lo ha hecho vivir alguna vez en El Aleph: el amor y el odio, el triunfo y la muerte, la verdad y la literatura, la razón y la sinrazón. Ellas constituyen y justifican su originalidad y su importancia”.
Cuando le pregunté a Montalbetti qué es lo que le atraía tanto de Borges a mi abuelo, me dijo: “Le interesaban dos cosas: la exactitud de la prosa de Borges (adjetivaciones como “la minuciosa lluvia”) y el asombro al que esa prosa nos invita. Cada vez que Jaime leía en voz alta El Aleph (lectura que generaciones de estudiantes gozamos), él mismo se asombraba de lo que decía. Borges era sobre todo oral para Jaime. Debías leerlo en voz alta para darte cuenta de la profundidad y calado de su prosa”.
El librito pendiente, al que mi abuelo llamó “Borges: Acotaciones” – luego de un par de descartes –, está dividido en tres secciones: Borges y el lenguaje, Borges y la poesía, Borges y el relato. Me detendré en algunas ideas de la primera parte, pues es el enriquecimiento posible del idioma lo que convoca esta observación. “Inventar es –dice Cisneros en las Acotaciones– la sencilla consigna borgeana. Pero inventar con claros designios de comunicación, con propósitos enraizados en la misma naturaleza del instrumento y en las posibilidades creadoras del hablante”. Lejos de vestir los estandartes del diccionario y el academicismo, ambos filólogos, Cisneros y Borges, apostaron por amillonar el lenguaje, despertando así en el resto de hablantes, como diría el autor argentino, “la conciencia de que el idioma apenas si está bosquejado y de que es gloria y deber suyo (nuestro y de todos) el multiplicarlo y variarlo”.
Pero hay algo más que Cisneros apunta sobre la agudeza inventiva de Borges y es la fidelidad con la que asumía su tarea creadora. “La preocupación primera de Borges, escribe Luis Jaime, es hacer frente a sus propios propósitos creadores y someterlos a análisis riguroso. No hay actitud en este sentido más honesta que la suya: ser honesto consigo mismo forma parte de su actividad creadora. Analizar es una manera constructiva de crear”. Esta honestidad con la naturaleza propia, el deber de conocerse a uno mismo y hacerse responsable de sus dones, es también receta conocida del maestro Cisneros, quien alentaba a sus alumnos a pensar y escucharse sinceramente para ser libres.
Una tarde, cuando tenía yo 12 años, encontré sobre mi escritorio un papel lleno de arrugas, sobre el que mi abuelo me había dejado un mensaje. Era una hoja de borrador de un cuento que yo andaba escribiendo y que, al leerlo nuevamente, decidí que estaba mejor en la basura. Al anverso dejó escrito él: “Antonella: Me parece importante que tengas conciencia ‘creadora’. Los textos (novelas, cuentos, ensayos, poemas) no surgen en un momento único y feliz. A nosotros nos es fácil (pero no corriente) reconocer cómo se mueven temas, actos, personajes y se nos ofrecen para que elijamos el que nos conviene (…). No te olvides que eres tataranieta de Luis Benjamín y biznieta de Luis Fernán. ¡Somos una cadena, y tienes que cuidar tu eslabón! Te quiere mucho, tu abuelo”.
No te escuché nunca leer El Aleph, pero me senté a tu lado a escribir mis primeras historias mientras tecleabas acompasadamente, te escuché agradecer la mesa en latín, y hasta llegamos a inventarnos un idioma secreto que ni nosotros podíamos traducir.
De aquí al laberinto de espejos, para siempre, de ida y vuelta. Te quiere, tu nieta mayor.
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