Marco Aurelio Denegri escribe sobre las corbatas
Marco Aurelio Denegri escribe sobre las corbatas
Marco Aurelio Denegri

A mediados de la década de 1950, la tienda de la elegancia masculina era Crevani, en la cuarta cuadra del Jirón de la Unión; pero en 1957 la elegancia se mudó a la séptima cuadra de dicho jirón, donde se acababa de inaugurar la tienda Ascot y recuerdo que el dueño era un extranjero cincuentón que cojeaba ligeramente y que en una de nuestras conversaciones me dijo que venía de Bolivia y que los bolivianos pudientes eran elegantísimos, mucho más que los caballeros de nuestra high life, con la sola excepción de Óscar Berckemeyer Pazos.

La tienda Ascot tenía un solo escaparate primorosamente dispuesto, y en él sobresalían las corbatas, especialmente las de Dior, que valían un mundo de plata. Yo era un joven que acababa de ingresar en la universidad y mi escaso numerario no me permitía distraerlo en elegancias. Entonces díjeme para mis adentros que al menos y como compensación reuniría informaciones y noticias acerca de la corbata, porque ya había advertido que la investigación y la escritura era lo que verdaderamente me interesaba.

La prenda de adorno que se coloca alrededor del cuello y se anuda o enlaza por delante dejando caer sus extremos sobre el pecho, la usaron originalmente los jinetes croatas en el siglo XVII y con el tiempo el nombre de estos primeros usuarios llegó a ser, desfigurándose, el de la prenda.

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“Después de la batalla de Steinkerque (1692) –dice Boucher–, Mlle. Le Rochois, artista de la Ópera, apareció en el papel de Tetis con una corbata de encaje desaliñadamente echada sobre su vestido, tal como había ocurrido con los oficiales sorprendidos por la batalla. Esta moda se extendió rápidamente por París. Los hombres llevaban la corbata con sus extremos pasados a través de un ojal de su traje, y las mujeres a través de los cordones o agujetas de sus corpiños.”

El poeta Alberto Hidalgo se expresa como sigue acerca de la corbata:

“Nada hay tan femenino en el ajuar del hombre como la corbata. Con ella disputamos un poco a la mujer el monopolio de los colores y el de la calidad, porque la queremos de las sedas más ricas y de los dibujos más armoniosos. Si saliéramos a la calle con ternos rojos, esmeraldas, índigos, violetas intensos, amarillos rugientes, ¡cómo se reirían las niñas de nosotros! La corbata nos venga, permitiéndonos lucir en el tórax todo el espectro solar. ¡El arcoiris domesticado!”

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Iribarne dice que Chopin era dueño de “la más extensa y rica colección de corbatas con que puede soñar la fantasía de un discípulo de Jorge Brummel”.

Refiere Speer, en su Diario de Spandau, que las corbatas de Hitler eran “desastrosas”.

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