Hace una semana se inauguró en el Museo Reina Sofía de Madrid una retrospectiva del pintor Juan Giralt (1940-2007), la primera que dedica un museo nacional a su obra. Autodidacta, anárquico y solitario, parte de la llamada generación perdida, el artista recorrió primero el informalismo, luego la figuración y finalmente la abstracción, construyendo un mundo en base al collage y las palabras. Es curioso, pero una técnica parecida utiliza en sus novelas su hijo Marcos Giralt Torrente, ganador del Premio Nacional de Narrativa en el 2011 por “Tiempo de vida” (Anagrama), libro publicado tres años después de la muerte del pintor. Un texto donde aborda la complicada y distante relación entre ambos, con una escritura que pone en orden el duelo.
Al llegar a la inauguración en el Reina Sofía, Juan, el hijo de 6 años del escritor (el impulsor principal de la exposición), se sorprendió al leer, en grandes caracteres, el nombre de su abuelo. “Pero, papá, ¿qué pasa si lo confunden conmigo?”, le dijo anticipando el previsible conflicto.
Habrá que ver si el pequeño sigue los pasos del abuelo. Lo cierto es que el conflicto por décadas, abierto luego de que abandonara a su madre, Marisa Torrente, se había resuelto antes de escribir aquella notable novela. “El asunto con mi padre está absolutamente cerrado”, me dice en el bar del hotel arequipeño que lo aloja junto con los otros invitados del Hay Festival. “No escribí el libro para reconciliarme con mi padre. En realidad, el perdón, la reconciliación y el encuentro ya se habían producido antes. Lo resolvimos juntos. Yo simplemente creí que aquella era una bonita historia que contar y la conté del mejor modo que supe”, explica el autor, cuyo libro ha influenciado poderosamente en narradores jóvenes de la región que se han dispuesto a escribir sobre sus padres.
- Un conflicto tan bien resuelto que decidiste ponerle a tu hijo el nombre de su abuelo.
Se lo prometí a mi padre en una de aquellas eternas pausas hospitalarias, cuando su enfermedad estaba en fase terminal. Me gustan los nombres tradicionales, y Juan es un nombre breve y bonito. Estoy contento con esa elección, aunque a veces me hace dudar pensar que mi hijo pueda verse como una réplica forzada de su abuelo.
DOLOR E INFLUENCIA
Marcos Giralt lleva hablando cuatro años de “Tiempo de vida”. Concluido el Hay de Arequipa, volvió a Madrid para volar luego a la ciudad de Sofía a fin de presentar en la feria del libro la traducción al búlgaro de su novela. Sin embargo, cuando habla de ella no presiona el piloto automático. “Mi manera de sentir el libro es distinta a la de hace cinco años”, explica. “Recién publicado, me sentía aturdido, no era consciente de lo que había hecho. Pero también se ha ido agudizando cierta sensación de vértigo, de miedo a dar el siguiente paso”, confiesa.
—¿Parte de ese vértigo lo causó recibir tan joven el Premio Nacional de Literatura?
No. Me siento muy honrado de que me dieran el premio, tradicionalmente destinado a cano nizar a escritores ya instituidos. Mi generación ha sido muchas veces víctima de un tapón generacional. Muchos críticos son muy poco rigurosos al señalar los defectos de los escritores plenamente reconocidos, y ensayan en cambio su vena más crítica con los más jóvenes y vulnerables. A mi generación le ha costado mucho obtener el reconocimiento, y me siento orgulloso de que lo hayan logrado a través de mi premio. Cuando lo recibí, pensé inmediatamente en Félix Romeo, escritor estupendo de mi generación que, desafortunadamente, entonces acababa de morir.
-¿Sientes que este libro te trajo felicidad? ¿Tuvo un papel curativo para ti?
No creo en la literatura curativa. No creo que uno escriba por una necesidad terapéutica. El libro, antes que nada, debe ser literatura, conducido por decisiones literarias, alimentado solo por la vida. La literatura es un intento por comprender el mundo, encajar las piezas de ese rompecabezas que es la realidad, que al madurar intuimos incompleto. De niños, tenemos una imagen del mundo cerrada, más o menos feliz con nuestros padres, pero poco a poco nos vamos dando cuenta de que ellos nos contaron un cuento, necesario para crecer armoniosamente.
-Desde “París”, tu primera novela, ese ha sido el gran tema de tu obra...
Claro. Creo que esa es la función de la literatura: desvelar los claroscuros de la realidad.
¿Qué piensas del concepto de autoficción, acuñado para analizar libros como el tuyo?
Creo que es una etiqueta para demasiadas cosas muy distintas y ninguna nueva. Es confusa porque engloba demasiadas cosas. Pero bueno, la llevo con resignación.
—Conoces bien la literatura peruana. ¿Has advertido la enorme influencia que ha tenido tu libro en la obra de los escritores más jóvenes que se han lanzado a escribir sobre la figura paterna?
No sé cuánta influencia ha tenido mi libro.
—Gran parte habla de la importancia que ha tenido tu libro para ellos...
Ya. A lo mejor, lo han leído después de escribir el suyo.
—No, antes. Tu libro ha sido determinante para los otros.
[Ríe] Bueno, si es así, me siento honradísimo. Y dice mucho de la honradez de los escritores peruanos, a diferencia de la deshonestidad de algunos españoles en cuyos libros he intuido también esa influencia directa pero que, sin embargo, jamás han reconocido. No obstante, pienso que esta literatura de duelo, que cuenta experiencias particulares para convertirlas en literatura no ficcionada, es también producida por el cambio de los tiempos. La literatura es un reflejo de la sociedad en la que nace. Sus temas no varían, pues escribimos siempre sobre la muerte, la soledad, la traición, el amor, la familia. Lo que cambian son los géneros y la manera de afrontarlos. Hoy la gente desconfía de la ficción pura. Hay una necesidad por la irrupción del sujeto y su experiencia individual y también cierta tendencia a los temas abiertos, más confesionales y fragmentarios. Esto puede tener muchas explicaciones, pero pienso que influye nuestra incertidumbre hacia el futuro.
Leí que en los últimos años habías dejado de escribir para dedicarte a tu hijo...
Yo no sé ser otra cosa que escritor. Mi manera de vivir y entender la realidad es la de un escritor. Incluso cuando no escribo, soy escritor, para bien o para mal. Pero la experiencia más bella y enriquecedora que he tenido en mi vida es la de ser padre. Y la estoy disfrutando y quisiera seguir disfrutándola. El desembarco de un niño anula todo. Ahora mi vida tiene más orden, y voy avanzando despacio con la escritura.